CAPÍTULO 7

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Odiaba la primera clase de los viernes. ¿El motivo? La profesora Rice, la estupenda maestra de Álgebra. En realidad, no es que la odiara a ella, simplemente odiaba su materia, y es que con tan solo ver los números y las ecuaciones sobre la pizarra me daban fuertes dolores de cabeza matutinos.

¿Podía existir algo peor que el álgebra?

—Si no hay dudas, abran su libro en la página 97 y resuelvan los ejercicios —habló alejándome de mis pensamientos y de mi basto esfuerzo por comprender lo que había explicado.

Motivo suficiente para que mis ojos se abrieran como platos tras escucharla decir eso. Había una infinidad de números y letras frente a mí, estaba distraída y, a decir verdad, no había prestado bastante atención, ahora tratar de resolver los ejercicios sería todo un desastre.

—¿Le ocurre algo señorita? —Me preguntó la profesora luego de reparar en mi cara estupefacta.

—No, es decir, sí... No comprendí nada —mencioné con nerviosismo chocando el lápiz contra mi labio inferior una y otra vez.

La profesora me miró con indulgencia y no tuvo problemas en volverlo a explicar. Esta vez traté de estar más concentrada, incluso tras sentir que en algún momento caería desmayada.

Pasados los minutos y luego de un tremendo esfuerzo, logré terminar un par de ejercicios que al parecer había resuelto bien. Después de todo, tampoco había sido la única que no había entendido nada, la mitad del grupo estaba en las mismas condiciones que yo.

—¿Estás bien? —preguntó Carly luego de verme durante el primer almuerzo. Mi cara bien podía ser algo similar a lo que hubiera pasado después de una noche de jarana, con una resaca sin poder ocultar.

—Solo un poco de álgebra —expliqué sin rodeos, podía entenderlo a la perfección.

Sin más, me apresuré a dejar el almuerzo sobre la mesa y a colocar la mochila con pesadez por debajo de las piernas. En la mesa ya se encontraban todas mis amigas, degustaban del almuerzo y la emoción del fin de semana ya se vislumbraba en sus facciones. Aquel brillo en los ojos y las sonrisas era lo que se apreciaba en todos, por cualquier lado, en cualquier rincón.

Viernes ya significaba emoción, pero no existía algo mejor que elevara los niveles de dopamina en el organismo de las chicas, que ver a Lucke en compañía de sus camaradas.

Ya había dicho que deslumbraban y que llamaban la atención apenas pasaban frente a alguien. No era para tanto, pero para el resto era como si se tratara de la mismísima realeza. Abrían paso para darles acceso y los respetaban tanto que incluso me atrevería a decir que la situación enfermaba.

Lucke y sus amigos pasaron frente a nosotras, fingían no reparar en nadie mientras reían y conversaban. Siempre era así, buscaban alguna mesa disponible y la ocupaban, pero en esta ocasión, habían elegido una conjunta a la nuestra. ¿Coincidencia? No lo sé.

Los pude ver perfectamente, sentarse uno tras otro, haciendo contraste con la ilusión y los suspiros que emanaban con gran pasión de los corazones de las chicas.

Lucke estaba frente a mí, cruzó su mirada con la mía y pareció dibujársele media sonrisa en el rostro. Mis amigas estaban tan enfocadas susurrando sobre ellos que no se percataron de lo que ocurría a su alrededor, conmigo y con Lucke...

—Todas aquí, saben que Lucke es popular, ¿cierto? —inquirió Astrid.

—Cierto —contestamos omitiendo la sorpresa de la cercanía del equipo de futbol en la otra mesa.

—Se rumorea que está dentro de un grupo de Facebook en el que no aceptan a cualquiera... —Astrid hablaba entre susurros para impedir que nos escucharan. Tosí en un intento por no ahogarme ante el comentario. Carly me golpeó en la espalda, mientras las demás seguían hablando—. Es algo así como la mafia, el mejor grupo de todos —afirmó hablando de algo que yo conocía, y no hablo de rumores, yo estaba dentro—. O por lo menos eso es lo que dicen —finalizó provocando gran interés y necesidad en ellas por saber más.

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