CAPÍTULO 11.

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Él cerró los ojos unos breves segundos, asintiendo levemente, apartando la tazo vacía color rojo que sostenía entre sus grandes manos. Se quedó pacífico, con la imagen de la alborotada melena rojiza de Helena, saltando a contraviento, y nada se le antojaba más satisfactorio que ese recuerdo, acompañado de las ruidosas carcajadas de la chica, y sus perleados dientes destellando en su boca.

No, no era que el gustaba. Ella simplemente le parecía un blanco perfecto. Algo fácil, y a la vez complejo; un desastre armónico, alterable, que convivía en constante guerra fría con sus demonios.

Ella era un misterio, y le gustaban los misterios.

Una distracción.

Si, esa era una buena excusa.

Momentos luego de que logró meterse en la dura cabeza que tiene en la idea de que ella sólo era un juego, para mantenerse activo, se mantuvo concentrado en pensar las muchas formas en que podría hacerle la vida imposible. Después de todo, en algo tenía que desgastar su energía, y si ese algo le causaba risa, entonces era un combo máximo.

Para cuando abrió los ojos, se encontró con una sonriente figura femenina, sentada en la mesa casi frente a él. No pudo verle los ojos, ya que un largo sombrero negro de ala ancha, en conjunto con el cabello también oscuro que le caí sobre el rostro gracias a la inclinada posición de su cabeza, le otorgaban una poca priviligiada imagen de la mujer en cuestión; sin embargo, pudo observar perfectamente los rojos labios de aquella extraña, que al parecer sonrió al darse cuenta de que él la atrapó observándolo con detenida atención. Entonces se levantó de su asiento, y caminó hacia la salida, cubriéndose entonces con su abrigo pulcramente blanco. Antes de llegar a la puerta, sonrió de nuevo en dirección al chico, colocándose un par de gafas oscuras, a modo de que él no pudiera escrutar su rostro.

-¿Qué rayos fue todo eso?-bufó él, confundido, al tiempo que se deslizaba en su asiento, alargando sus piernas.

-Disculpe, señor...-le llamó una mesera-una mujer ha dejado esto en la entrada para usted.

Él le miro extrañado, alzando la vista. No parecía ser mucho mayor que él, tal vez unos cinco años. Llevaba el cabello rubio atado en una alta coleta, su piel era bastante pálida, y sus verdes ojos evitaban mirarlo directamente a los suyos. Estaba nerviosa, parecía algo asustada; lo notó en ese tic de tocarse el cabello, y de juguetear con la placa metálica en su blusa del uniforme que rezaba "Jo", en letras plateadas.

-¿A qué te refieres?-preguntó, y ella señaló un papelito que reposaba en la mesa-Ah, gracias... Jo. Curioso nombre.

-Uhm, gracias también, supongo.-le respondió con una tímida sonrisa-Debo volver al trabajo ya, señor. Llámeme si necesita algo.

Ella se dio la media vuelta, ajustando el negro delantal atado a su cintura, y sujetando bien la bandeja que llevaba en la mano, se decidió a recoger un par de platos vacíos en mesas cercanas. Folch leyó rápidamente el papel, no decía mucho, pero el simple mensaje contenido en esas pocas palabras fueron la medida suficiente para desatar en él aquel terror que tachaba de irracional, y del que se había convencido años atrás que no se trataba más que una paranoia causada por una vieja leyenda urbana. Llamó a la mesera, y haló de su brazo para decir algo en un tono lo suficientemente bajo para que sólo aquella temblorosa chica pudiera escucharlo. Ella se estremeció por el tacto frío y casi deseperado de Folch, tragó duro, sin dejar de mirarlo a los ojos con cierto temor, pero se relajó un poco al ver que éste le sonreía.

-Tengo algo importante qué preguntarte, Jo. Escúchame bien:-comenzó a murmurar, sin mover los labios demasiado-¿Quién, exactamente, dejó esto para mí?

THE DIAMONDS' GARDENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora