CAPÍTULO 3.

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Vuelta en la esquina de la biblioteca pública, tres calles más hasta llegar a una vieja estatua.

Llevaba corriendo más de una hora, estaba agotada, pero no podía detener ahora... no ahora que estaba tan cerca de ser atrapada.

-Qué...bueno...que corro...los d-...diez...kilom...eso...-bufó, recargaba sus manos en las rodillas mientras intentaba controlar su acelerada ritmo cardiaco-Ay, esos idiotas se están acercando.

Atravesaba con gran agilidad las calles de Nueva York que estaban abarrotadas de gente, y con lo mucho que le agradaba el bullicio...

-¡CLARK! Detente ahora mismo-dijo uno de los hombres que la seguía-Tú sólo firma el papel.

-¿Ah, si? No lo creo, amigo-contestó de forma retadora mientras trataba de bloquearles el camino arrojando cestos de basura-¡Puedes decirle eso a tu jefe!

-Ya me cansé de ti, niñita-gruñó otro de ellos, más furioso que el anterior mastodonte-¡Sobre ella, muchachos!

De reojo vio cómo uno de ellos se abalanzaba sobre ella. Helena, con la poca energía que conservaba, logró esquivar a su enemigo. Eso sólo los hizo enfurecer.

-¿Les gusta besar el suelo, señores guardaespaldas?-dijo ella, burlista como siempre-Les daré un tiempo a solas, tranquilos.

Dio la vuelta en una calle que la llevaría a dos cuadras de su colegio... podía sentir la libertad...

-¡Maldición! Calle equivocada, otra vez-exclamó al tiempo que trataba de huir del callejóm sin salida-... ay, deben estarme jodiendo.

-Oh, claro que sí...-bromeó uno de los mastodontes-Fin del juego, Clark.

-Chicos, chicos, chicos. Estoy agotada, ¿ustedes no?-preguntó para hacer tiempo mientras buscaba una salida fácil-Deberíamos ir a por un café, ¡yo invito!

Nada, lo único que podía hacer era retroceder. Todo intento de escape era inútil y estúpido en su situación.

-Ahórrate los juegos, Helena-siseó el que más hablaba de los cinco sujetos-Será de por las malas o a nuestro modo.

-Querrás decir: por las buenas o por las malas-le corrigió ella, causando irritación en el hombre-Vaya que son estúpidos.

-Linda, en nuestro mundo no hay un por las buenas-replicó un tipo calvo y bigotudo-sólo destrucción.

Ella tragó fuerte, sabiendo que el fin se acercaba a ella inminentemente. Cada uno de los guardias avanzaron hacia Helena, con esa forma apasible de acercarse... igual que en una película. Cerró los ojos, vencida.

-Por aquí, Helena...-escuchó una voz familiar, seguido de golpes y luego una mano rodeó su muñeca-¡Rápido!

-Muchas gracias, extraño.-respondió ella sin verle el rostro-Espere, ¿cómo sabe mi nombre?

-Concéntrate en correr-sentenció él, halándola más del brazo-relájate, lo descubrirás pronto.

-Mi padre me ha dicho que no confíe en los extraños-bufó ella, sonaba un poco molesta y confundida-así que, ¿por que debería creer en ti?

-No te voy a dañar, rojita-respondió el chico sin más-así que no me tengas miedo.

Él sonrió brevemente, pero le reflejó confianza y seguridad a Helena. Dio la vuelta una calle antes de llegar al hospital, entrando a un viejo edificio en remodelación. Habían perdido a los sujetos que los seguían, así que todo estaba más tranquilo.

-Ufff, se fueron hasta la siguiente calle.-dijo Helena con un dejo de alivo en su voz-Gracias, extraño. ¿Me dirás de dónde nos conocemos?

-Si te lo digo, Helena,-supiró él, colocando su mano en el hombro de ella-tendría que asesinarte.

THE DIAMONDS' GARDENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora