•II•

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Como bien dijo el chico cuyo nombre resultó ser Sasori, el trayecto fue bastante divertido y entretenido. Salvo los momentos iniciales, que estuvieron llenos de miradas y gestos incómodos por parte de Mei junto con sonrisas y muecas burlonas pertenecientes a Sasori, todo fue cómo si se conocieran de toda la vida.

Una vez superado el trauma de lo ridículo de sus actos de antes, Mei consiguió superar su timidez y abrirse a Sasori, quién estaba dispuesto a prestar su total atención a la chica con un aire divertido a su alrededor que nunca lo abandonó en lo que quedó de viaje.

Pese a lo raro y mal que empezaron su relación, Mei y Sasori descubrieron un montón de cosas que tenían en común que consiguieron borrar por completo ese desastroso comienzo de sus cabezas.

Mei descubrió que Sasori era estudiante de arte y que su pasión eran las marionetas desde que de pequeño su abuelo, que era artesano, le enseñó a crear su propio muñeco. El pequeño Sasori tardó en construirlo menos de una semana, sorprendiendo así a su abuelo por la rapidez y perfección del que sería su marioneta más valiosa posteriormente. Luego de pasar días pintando y abrillantado su figurita, Sasori se la enseñó orgulloso a su abuela, quién le propuso atarle unos hilos, ya que era una maestra titiritera, para que andara y bailara a la voluntad de su querido nieto.

Con entusiasmo los dos se pusieron manos a la obra y horas más tarde, una preciosa bailarina de madera y tul bailaba sin parar al son de la música mientras un Sasori encantado la manejaba con habilidad.

Desde aquella Sasori no paró de crear nuevas marionetas, cada cuál mejor que la anterior. Aún así la pequeña bailarina siempre tuvo un lugar privilegiado en el corazón del pequeño por ser su primera creación y ser la responsable de que éste descubriera su talento y pasión.

A Mei le pareció increíble que un chico de más o menos su edad tuviera un hobby tan diferente a los que usualmente solían tener los adolescentes de ahora, pero en vez de alejarla de él por lo rara que podía ser esa ocupación, la acercó más, ya que le pareció que Sasori era un chico muy interesante y original además de auténtico.

Por su parte ella no se quedó atrás y le contó sobre su sueño de convertirse en una gran investigadora y colaborar con el descubrimiento de nuevas curas para enfermedades de gran peso. Mei siempre tuvo ese sueño desde que era pequeña.

Mei le contó a un muy atento Sasori que cuando era pequeña tenía un vecino que se dedicaba toda su vida a investigar los genes y demás aspectos humanos, y que a menudo se colaba en su casa para mirar y curiosear con su instrumental. Con el tiempo, se volvió una costumbre y el doctor le empezó a enseñar lo básico, convirtiéndose así en su pequeña ayudante. A los 8 años le regaló su primer microscopio y a los 9, Mei ya sabía perfectamente todo lo que tenía que ver con células y genes.

Fue a los 9 años y medio que Mei decidió que eso era lo que verdaderamente quería hacer en el futuro.

Estaba, como era ya habitual, en la casa del doctor ayudándole con un proyecto que llevaba entre manos más de 20 años, ella aún no entendía muy bien que intentaba encontrar el doctor, pero se divertía pasándole los utensilios, viéndole coger notas y mirando las pequeñas células a través de la lente del microscopio. Mei se sentía útil y pensaba que de cierta manera le estaba ayudando a descubrir lo que tanto lo tenía ocupado.

Fue esa mañana de domingo que Mei se dió cuenta cuál era su mayor anhelo. Estaban los dos en el estudio, ella apuntaba nombres en unos botecitos cuándo de repente, el doctor se levantó, la abrazó y exclamó un: lo conseguí. Sin saber qué ocurría, Mei siguió al excéntrico doctor al exterior, dónde la cogió en brazos y se puso a bailar cantando y bailando al ritmo de un: lo conseguí, lo conseguí. Toda la gente salió de sus casas y se quedó viendo a un hombre gritando de alegría mientras llevaba a una niña pequeña en brazos que no paraba de reír.

Firefly Lights//Sasori au.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora