|Prólogo|

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<Gonzalo>


--Estaba buenísima, te lo juro --aseguró Elliot, el idiota de mi mejor amigo.

--No puedo creer que le sacaste la virginidad a Alaska Tyler. Te admiro --aplaudí, haciendo que él hiciese una reverencia sobreactuada.

Elliot... Él es alto, tiene el pelo castaño, los ojos del mismo, tiene un tatuaje en su clavícula cuyo significado nunca explicó; y está trabado, siendo sincero. Como yo, seamos sinceros: ojos y pelo castaño, trabado y alto. Y no es una novedad decir que somos los putos reyes del secundario.

Lo conozco desde hace muchos años, más o menos desde cuarto grado en el primario, cuando le tiré el jugo de naranja a la cabeza para callarlo. Me caía súper mal por ese entonces y odiaba verlo hasta sonreír. El chico había contado algo estúpido al nivel de "Adivina qué es gracioso: un chiste" y no tuve más remedio que efectuar el plan. Nos mandaron a la dirección por causar una guerra de comida -que cabe decir que fue la primera y la última- y nos odiamos desde entonces. Un profesor, aprovechándose de ello, nos puso a los dos días a hacer un trabajo sobre la fotosíntesis -bastante fácil, claro- y tuvimos que ir a mi casa, donde nos hicimos amigos por ver el mismo programa de televisión.

--Y no te olvides de la grabación. La tengo en casa --Elliot se acercó a mí, sigiloso, a punto de contarme algo súper secreto--. Gonza, pienso mostrársela al pollerudo de su novio, a ver qué piensa de su "princesita" --susurró y reímos--. Y, si se puede, bueno, al secundario entero.

--¡Eres un puto genio, cabrón! --exclamé y le palmeé la espalda.

Y así, como todas las mañanas de lunes desde que salimos a nuestra primera fiesta, nos pusimos a hablar de las minas que nos comimos el sábado en la fiesta y de la resaca del domingo. Ya nos habíamos cansado de jurar que no tomaríamos más alcohol, sería mentira siempre.

Ahorrémonos el show, nadie sabe cumplir aquella promesa.

Pero hoy no era un día normal. ¡No, no, no! ¡Hoy era el jodido primer día de clases! Y empezamos con matemáticas, según el horario. Excelente.

El timbre sonó, pero estaba demasiado cansado como para ir a esa clase de mierda. Aparte de que la profesora era una vieja conchuda, la materia era basura.

--Saltémonos la clase. Dios mío, ni mamado voy a clase de Paula --ordené y abrí los ojos exasperado.

--Te acompaño. Vamos al Starbucks de enfrente --pidió.

Asentí mientras me encogía de hombros. Aparte de idiotas, éramos hipsters.

--¿Tienes plata? --me preguntó.

--Siempre. Vamos --confirmé y nos levantamos de un salto.

Corrimos al patio trasero, cuando el director apareció de la nada, se nos acercó y nos preguntó:

--¿A dónde se creen que van? Gravano, Murphy, vengan aquí.

--Es que, Pablo... --empecé a excusarme, mientras nos dábamos vuelta y dejábamos de movernos por un segundo.

El director, Pablo Peralta, era bastante sonso y ya lo teníamos perfectamente dominado. Siempre nos agarraba haciendo "ilegalidades" y nos las ingeniábamos de manera fácil para escapar del castigo.

Un Simple «Te Quiero» (Simplezas de Bianzalo #1).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora