Hay cosas o situaciones que se parecen, como el dolor que uno siente al renunciar a su amor imposible, quizá, puede ser comparado con la vida; a veces, esa persona te hace cambiar, te va llenando de felicidad y crees que es lo único que puede hacerte sentir aquello, sin embargo de un momento a otro te encuentras sufriendo, preguntándote en qué has cambiado, en qué has fracasado y finalmente te das cuenta que ese amor jamás te aseguró que te iba a querer tanto como tú lo hacías y así es la vida; ella te hace cambiar, a veces te llena de felicidad, de sufrimiento, de sentimientos que no conocías que tenía y no te asegura que tales cosas podrán pasar, además la mayoría de las veces simplemente no hay comparación porque sientes un enorme vacío en el corazón y sabes que nada y nadie podrá llenarlo.
Y es que la situación en la que se encontraba ahora Steven Maxwell quizá sea la misma porque aquel amor que alguna vez fue nunca le aseguró que iba a seguir y llenándolo de dolor se derrumbó en su cama. Si las personas o al menos sus únicos amigos lo hubiesen visto en ese instante, lo más seguro se hubiesen reído de él. Pero ¿qué más da? No podía detener todo aquello, le dolía y le importaba una jodida mierda si los demás pensaban que estaba siendo patético y un tanto insistente con el tema de Girasol.
El pelinegro se paró rápidamente de la cama y caminó hacia la puerta de su habitación, un momento de valentía había provocado eso. Sin más, se detuvo. «No, detente», pensó Steven. Aferró sus manos al librero que se encontraba a su lado, lo tiró contra el piso, le dio algunas patadas y lo destruyó; las lágrimas caían sin su consentimiento cada vez que recordaba todo, le sonrió falsamente a la escena del crimen que tenía frente a sus ojos y derribó unas cuantas cosas más. Mientras sucedía todo eso se acordó de las palabras que alguna vez su padre le pronunció "los hombres no lloran". «Pedazo de idiota», pensó Steven furioso. ¿Por qué no debía llorar? ¿Acaso él no podía llorar? ¿Por qué las mujeres sí? ¿Quizá porque iban a pensar que era un marica? «A la puta mierda eso», pensó Maxwell. Se encogió entre sus piernas, llevando sus manos hacia su cabello y fue ahí donde explotó.
Todo era un juego para él, siempre había sido así hasta que ridículamente la conoció por una bendita apuesta; el cómo Girasol lo trataba sin importarle lo que los demás dijesen de ella o de ellos, aquellos momentos cursis que pasaban, la dulzura que había en la castaña, en el sonido angelical de su voz, aquel no beso casi robado, posiblemente lo hicieron cambiar, porque sentía que ese amor era verdadero y estaba seguro que jamás se acabaría, ya que... se había enamorado de verdad por primera vez.
Unos leves golpes en la puerta lo desconcentraron. Sorbió su nariz, se limpió los ojos y se levantó del lugar donde había estado acurrucado más de una hora.
—Stev... ¿estás bien?
—Sí, Ellie. No pasa nada.
—No me mientas, por favor.
—No lo hago.
—Dime la verdad.
—No importa, en serio, Ellie.
— ¿Entonces por qué llorabas?
Steven desvió su mirada y sintió un nudo en su garganta.
—Por nada.
—Dios... Steven, dime.
— ¿Decirte qué? No hay nada que tenga que decirte.
—Yo también he llorado, así que sé que esos hermosos ojos azules lo han hecho.
Aguantando más aquella ira y dolor que llevaba dentro, le dio un fuerte golpe a la pared.
— ¡Te he dicho que nada, Ellie!
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Girasol
Teen FictionGirasol es una chica. Sí, ese es su verdadero nombre. Mientras que la mitad de la universidad la considera bonita, la admira, ama su sonrisa, su carácter y hasta su nombre, la otra mitad odia hasta la última molécula que forma parte de ella. ¿Qué di...