7ma. Sinfonia

185 15 1
                                        

Se preguntó, cuando vio las luces del amanecer, si era verdad que un nuevo día había llegado. "La vida no se detiene porque tú tengas el corazón roto", le había dicho Ethien una vez. Dominic aquella mañana encontraba cruel aquella verdad. Porque él quería que siguiera detenido el tiempo, justo en el momento en el que Franco cerró la puerta y él tuvo la certeza de que no lo vería nunca más.

Respiró profundo, tenía que levantarse, tenía que seguir. Había pasado la noche entera llorando, era hora de seguir adelante. Pensó en aquella casa, grande, iluminada, hermosa, pero que encerraba mucho dolor en sus paredes. No podría vivir allí, no después de las veces que se imaginó una vida feliz en cada rincón, no ahora que Franco había renunciado a luchar por su amor.

Se puso de pie, si seguía pensando en Franco sus fuerzas flaquearían. Se metió despacio en el baño, el agua se llevaría la pesadez de su cuerpo, un buen baño era lo que necesitaba para recobrar fuerzas, para borrar las huellas de su fracaso, para intentar volver a empezar.

Lloró sin poder evitarlo, lloró por él, por el ser que llevaba en su vientre. Por el rechazo cruel de la persona que pensaba los amaría a pesar de todo. Lloró por el tiempo, el tiempo que no podía regresar, aquel de los recuerdos felices y por el tiempo que nunca llegaría, aquel que estaba lleno de planes, de caricias por dar, de besos por recibir, de amor, de promesas.

Cuando salió de la ducha, se sintió sin fuerzas, pero su corazón le dijo que podía, su mente le dijo que debía y su cuerpo le ayudó a seguir adelante.

Ya vestido, recogió la maleta que Franco le había quitado de las manos. Recogería sus cosas y se marcharía, lejos, donde los recuerdos no lo alcanzaran. Había pensado mudarse a Canadá, cerca de Gallager, era un lugar hermoso para vivir y siempre tendría ayuda y compañía de su amigo más querido. Ethien también podría viajar con Jean Luc a verle y así podría poner kilómetros de distancia entre él y aquello que rompía su corazón.

Tendría que esperar hasta que naciera el bebé claro, pero esos meses los pasaría en casa de sus padres, protegido en el amor de ellos.

Cuando se disponía a recoger sus cosas, una pequeña cajita llamó su atención. Franco había dicho que no amaba a ese bebé, su hijo, pero aun así, le había comprado una preciosa joya. Que contradictorias podían ser las personas y cuánto daño causaban a su paso, con esa indecisión. Dominic acarició las delicadas prendas y las dejó sobre la cómoda, no las llevaría con él. Representaban una mentira que no quería arrastrar a su nueva vida.

Le costaba, le costaba mucho hacer las maletas, sin la rabia que le daba fuerzas, solo le quedaba una profunda tristeza que se las restaba. Quería quedarse y engañarse, pensando que todo era un mal sueño, del que pronto despertaría. Un aroma a café recién colado llegó hasta él. Sonrió a su pesar, la señora Melinda debía haber llegado, un buen desayuno no le caería mal antes de marcharse. No porque tuviera hambre, sino por su hijo, porque él necesitaba todo el bienestar que pudiera darle y Dominic deseaba hacer todo para que su hijo estuviera bien.

Dejó la maleta a medio hacer y bajó lentamente las escaleras. La señora Melinda lo saludó sonriente. Pero Dominic se quedó perdido en los ojos grises que lo miraban con cansancio.

Franco, estaba tomándose un café. Marcharse le había sido poco más que imposible. No había podido cruzar el umbral de la puerta y así, se había encerrado en el estudio para pensar, toda la noche.

Promesas y mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora