Rubén (2)

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Estaba corrigiendo unos exámenes cuando llamaron a la puerta del despacho.

-¿Quién es? -pregunté monótonamente.

-Soy Clara.

Un respingo me recorrió la espalda cuando escuché su nombre. En las últimas semanas había estado pensando recurrentemente en ella. Le presté el libro que me pidió y los ojos y la sonrisa con que recibió el libro me iluminaron el día. Estuve todo el día de buen humor, como un jodido adolescente enamorado. Pero, ¿qué era lo que me perdía de estar cerca de ella? No acababa de tenerlo claro. Su cuerpo juvenil me excitaba, me hacía pensar y fantasear en rodear esa cintura, ir desnudándola poco a poco, lamer ese terso abdomen, jugar con su ombligo... Pero había algo más, y eso era lo que me intranquilizaba. Su hubiera sido sólo una fantasía con la que masturbarme, habría sido todo más fácil. No, había algo más. Y tenía miedo de que sentimientos más profundos se empezaran a colar dentro de mí y que fuera demasiado tarde para pararlos.

-Pasa.

Clara entró en el despacho sonriendo. Yo intenté levantar la cabeza lo más tarde posible, intentando disimular mi interés, como si estuviera muy concentrado en los exámenes que estaba corrigiendo.

-Hola, Clara. ¿Qué tal? ¿A qué debo la visita?

Ella se sentó en una de las dos sillas delante de mi mesa, mientras yo, después de haberle sonreído, seguía corrigiendo a toda velocidad. Mientras simulaba concentración, por el rabillo del ojo veía como ella curioseaba con la mirada los estantes y las paredes del despacho.

-Es que... me gustaría que me explicaras una cosa de sintaxis. No entiendo lo del complemento preposicional.

Dejé el boli encima del examen que corregía y la miré.  Ella parecía sincera, pero su media sonrisa traviesa me confundía.

Mierda. Eso es lo que nunca he entendido de las mujeres. ¿Por qué no son más claras, por qué no dejar las cosas claras y no dar lugar a equivocaciones? A los hombres nos tienen que dejar las cosas transparentes. Si no, no las entendemos. Caray, aunque estén claras a veces seguimos sin entenderlas.

-¿Qué es lo que no entiendes exactamente del preposicional?

-No sé, todo. Quiero decir, nada. ¿Cuándo se pone? ¿Cómo lo distingo?

-A ver... -cogí un papel en blanco y me dispuse a escribirle un ejemplo. Pero en el último momento, busqué acercarme a ella, y en vez de explicarle lo que quería desde el otro lado de la mesa, la rodeé y me senté a su lado en la otra silla. - Mira, te pondré dos ejemplos.... "Conté cinco niños...", ¿vale? Y luego, "Conté con tu confianza"...

Clara se acercó al papel donde escribía, simulando (o no) interés en la explicación. Dejó caer su mano izquierda en mi pierna derecha, de forma distraída, como sin darse cuenta. Pero yo sí me había dado cuenta. Y tanto. Mi capacidad de explicarme empezó a resentirse.

-Entonces... "Conté cinco niños", ¿qué hay ahí? Un... ¿complemento directo, no? ¿Qué conté? Cinco niños. Los conté. ¿Sí? (Clara afirma con la cabeza). Entonces, mira la diferencia. "Conté con tu confianza", ya no puedes preguntar qué. Tienes que preguntar "¿con qué?"... -Mientras escribía, me iba acercando milimétricamente a ella. Casi podía rozar sus cabellos, olía ya su maravilloso aroma juvenil. Me fijaba en sus ojos verdes y en sus labios encarnados, finos y sensuales, apenas (quizá) usados para el amor... Me acercaba a ella, hasta casi tenerla ya a unos centrímetros... -"¿Con qué cuento?" Con tu... confianza.

Estábamos a escasos centrímetros uno del otro. Nos miramos a los ojos. Esos ojos verdes, insondables, ese momento en que todo se paralizó y sólo podía oír en mis sienes el ritmo salvaje al que me latía el corazón. Era un momento crítico. Los siguientes cinco segundos me iban a llevar a destruir mi vida personal o a destruir mi vida profesional. O ambas. Pero  era ya tarde, había dado el último paso hacia el abismo.

Me acerqué unos centrímetros más y nos besamos. Cerró los ojos y yo también los cerré. No fue un beso de esos de película. Apenas rozamos los labios y los presionamos uno a otro. No es posible, pero juraría que podía sentir su gusto. Ella casi temblaba, a mí el corazón me iba a mil por hora. Puse mi mano sobre la suya, la que, a su vez, estaba encima de mi muslo.

Oh, Dios. Estaba fuera de mí. Acababa de abrir una puerta muy peligrosa. Aún tenía tiempo de volverme atrás, aún no era tarde para no cometer una locura.

Pero no pude hacerlo.

Abrimos los ojos, nerviosos. Con una sonrisa extraña nos miramos, como diciendo "qué acabamos de hacer". Yo tenía una dolorosa erección en los pantalones. A ella casi la notaba temblar.

-Hola - me dijo sonriendo. Eso me hizo sonreír a mí también.

-Hola.

Nos quedamos así, en silencio, mirándonos como tontos. Sonriendo en silencio. Incapaces de reaccionar o de seguir adelante.

-¿Lo entiendes ahora? -le dije, y estalló en una risa nerviosa.

-La verdad es que no.

Entonces, sin cerrar los ojos, me volví a acercar a ella, y la besé, esta vez presionando los labios. Sentí su lengua y me dejé llevar en un beso que empezaba tímidamente pero que buscaba cada vez con más avidez su boca, bebiendo de su saliva, entrelazando su lengua. Ah, qué boca perfecta, qué lengua sutil, qué buen sabor, con un eco a chicle de fresa que seguramente estaría masticando antes de entrar al despacho. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo sé, pero fue como el tiempo se hubiera detenido y nada más importara.

-Ahora creo que lo entiendo mejor...

Clara se levantó de la silla y yo también.

-Bueno, creo que tengo que irme.

No dije nada. No quería parecer desesperado, no quería decirle, quédate, nos vemos dentro de un rato en la cafetería, ven a casa, cenamos juntos, quédate a dormir. En vez de eso. Me quedé en silencio y sonreí.

-De acuerdo.

Abrió la puerta, se giró sonriendo.

-Hasta luego, profe.

-Hasta luego.

Cerró la puerta y me dejé caer en la silla. Ohdiosmioquehehecho. Ahora llegarían los remordimientos, pero también las imágenes de lo que acababa de suceder y que volvían a mí con una fuerza inusitada, invitándome a fantasear, a seguir donde lo habíamos dejado, a montar una escena de película tirando todos los papeles de la mesa al suelo y tumbándola a ella para hacerle el amor rudamente... Demasiado porno de "American Naughty", supongo. Lo único que tenía claro es que nada iba a ser igual en el instituto a partir de ese momento.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora