Rubén se confiesa (7)

72 4 1
                                    

El inoportuno encontronazo con la amiga de Clara chafó nuestros planes. Irene había pasado unos días en casa y ahora volvía a salir; durante tres días estaría fuera y a mí me podían las ganas de aprovechar esos días de ausencia para ver a Clara. En esos días mis fantasías, mis pensamientos, habían estado ocupados en todo momento por ella. Ya se sabe que no hay más que no poder obtener algo para desearlo con aún más fuerza. Y eso es lo que me estaba pasando: deseaba a toda costa poder estar con Clara, y por fin hacer lo que la oportunidad no nos había dejado todavía.

Sé que leeréis esto y pensaréis: menudo idiota. Tiene una novia que es azafata de vuelo (por lo tanto, es alta y guapa - sí, habéis acertado) y se mete en un lío espantoso que le podría costar el trabajo y además ser considerado un corruptor de menores. Y tendréis razón en todo, seguramente. Pero os pido que no me juzguéis: a veces las pasiones nos nublan el entendimiento. Además, no podéis conocer mis circunstancias, no sabéis nada de mi vida. Sólo que estoy engañando a Irene con una colegiala, que soy despreciable. Pensad lo que queráis.

No soy tonto. Sé que Irene también ha hecho cosas que no me cuenta. Su trabajo se lo facilita muchísimo. Es la típica fantasía masculina: liarte con una azafata de vuelo. ¿No lo has pensado nunca? Yo sí. Cada vez que tomo un avión y la azafata es guapa. Cada vez. ¿Acaso soy el único? Oh, no, e Irene no es de piedra. Como a todas las chicas, le gusta ver caer sobre ella una mirada de deseo. Pero no es sólo eso. No son figuraciones mías, porque diréis, bueno, eso es lo que tú te imaginas. Pues no. La relación entre Irene y yo se basa en la confianza. Ella nunca pensaría que, cuando está en la ducha, aprovecho para trastear su móvil. Y leo sus whatsaps. Con números desconocidos, o alguna vez alguno que sí tiene nombre. Siempre es un hombre. Irene no es una santa. Lo he visto en sus conversaciones. Nada explícito, siempre referencias a lo que pasó, a lo que le gustó... He de deciros que la primera vez fue por curiosidad, cuando descubrí sus secretos. Y lo pasé mal, pero afortunadamente a la mañana siguiente ella salía y no tuve que disimular lo mal que lo había encajado. Luego se convirtió en una adicción, en una rutina. Cada vez que podía le espiaba las conversaciones, y aquí y allá, las indiscreciones se repetían. No siempre, así que empecé a hacer cábalas. Los números se repetían, así que se trataba de una sola persona, o dos. O eran pasajeros frecuentes o Irene hacía una ruta que siempre pasaba por el mismo sitio a pernoctar. No me lo contaba, porque muchas veces no lo sabía hasta el mismo día que partía. Nuestra relación era abierta, de confianza. No nos habíamos planteado ir más allá (casarnos, hijos) porque no era nuestra onda, pero tampoco habíamos hablado de relación abierta a conocer otras personas. El tema no salió, y yo cada vez me estaba envenenando más con él. Sí, quizá lo mejor era hablarlo cara a cara, preguntarle, sacar el tema de alguna forma sin que supiera que había roto su privacidad. Decir las cosas directamente. Pero no lo hice. En vez de eso, coincidió todo con Clara, y yo me lancé a ello, porque, ¿qué importaba si estábamos los dos al mismo nivel?

Y ahora que ya sabes porqué me lié con Clara teniendo a una espectacular rubia de novia, podemos seguir.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora