Clara (2)

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Sé que está mal. Pero no he podido evitarlo. ¿Sabes cuando has comprado una tarrina de helado, y sabes que tienes que parar de comer, pero sigues, dices "una cucharadita más", y a esa sigue otra, y otra, y no puedes dejarlo por mucho que te lo repitas? Eso es lo que me ha pasado con Rubén.

Al principio ni me lo había planteado. Quiero decir, él es el profe, tiene treinta y pico, tiene su vida y tal... No suelo fijarme en los profes, aunque, claro, la verdad es que la mayoría suelen ser más mayores, y él era de los más jóvenes que habíamos tenido. Si descontamos a los yogurines que vienen a hacer prácticas algunas veces, claro. Ésos son más jóvenes, pero Rubén desprende otra cosa... Es algo que no sé cómo explicar... Es su seguridad, la pasión que le pone. Cómo ves que le encanta lo que te explica, sea la poesía medieval como los poemas de amor de Neruda, o las novelas de Galdós o por qué el complemento directo no puede llevar "le". Le entusiasma lo que hace, e intenta que nosotros sintamos lo mismo. Esa viveza, esa pasión es lo que me gusta. Y su sentido del humor, para ironizar sobre lo mismo que explica, o para hacer algún comentario divertido a un nuevo peinado de la gente de clase, o una réplica ingeniosa a una intervención en la que alguien le dice algo para fastidiar. Me encanta que me haga reír.

Fue a cosa de mitad de curso cuando me di cuenta de qué me estaba pasando. Recuerdo que Rubén estaba explicando en la pizarra algo aburridísimo de gramática, de espaldas a la clase, escribiendo con la tiza. En ese momento me fijé en sus hombros, en cómo le marcaban los brazos la camisa algo estrecha que llevaba. Mi imaginación me llevó a su lado, abrazándole desde detrás, oliendo de cerca su cuello, pasando los brazos por debajo de los suyos para desabrochar la camisa, sentir cómo raspa su barba apenas de tres días...

-Clara... ¿lees o no el apartado 3?

Inmersa en mis pensamientos ni siquiera me había dado cuenta de que Rubén había terminado de escribir, se había vuelto hacia mí y me había pedido que siguiera la explicación del libro.

-Eeeh... Sí... Perdón.

Mientras empezaba a leer, veía de refilón cómo se acercaba a mi pupitre. Veía sus jeans cada vez más cerca, su entrepierna justo en mi línea de visión... Y en ese momento, en vez de concentrarme en si los tiempos verbales perfectos pueden ser compuestos o simples, me imaginaba si debajo de los pantalones vaqueros llevaba boxers, slips... o si no llevaba nada.

Terminó el mal trago y, cuando salí de clase, intentaba darle vueltas pero no acababa de entender qué estaba pasando.  O sea, ¿a qué venía esto, Clara? ¿Por qué se te pasan esas cosas por la cabeza? ¿Fantaseas con un tío de treinta, en serio? ¿Qué te ocurre? ¿No hay suficientes chicos guapos en el instituto o fuera?

A veces pasan estas cosas, supongo. Cuando empieza a gustarte una persona, coincidirás conmigo en que no sabes por qué. Puede ser un detalle que le has visto, algo de una conversación, un gesto... Empieza por algo muy pequeño que ni siquiera estamos seguras de qué es. Decidí que podía ser que eso fuera una tontería o no... pero no podía hacer nada. Si era una tontería, se me iría de la cabeza tal como vino.

Pero no se me fue. Cada vez pensaba más en ello, y un rubor de alegría me subía cada vez que pensaba que ese día tendríamos literatura. Empecé a sentarme siempre en los puestos de delante. No le quitaba ojo de encima. Tampoco era cuestión de que todo el mundo se diera cuenta de qué pasaba por mi mente, pero hacía lo que fuera para que me prestara atención. Sin darme cuenta, su asignatura era mi favorita porque me recordaba a él, y ni siquiera tenía que estudiar mucho porque era como si sus clases y sus explicaciones me quedaran grabadas en la cabeza.

Así que tras unas semanas me decidí. Era ya tarde ese día y las clases habían terminado, todo el mundo volvía a su casa. Le dije a Verónica que me esperara, que quería consultar una cosa a Rubén. Ella puso los ojos en blancos  y se sentó en un banco del pasillo a esperarme. Subí al piso de los despachos y llamé a la puerta del suyo.

-¿Quién es? -dijo desde el otro lado .

-Soy Clara.

-Pasa.

Y ahí fue cuando la cosa terminó de complicarse.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora