Clara (3)

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Cuando salí del despacho de Rubén, Verónica, que me esperaba sentada en un banco del pasillo, en la planta baja, me miró y cambiando la piruleta de carrillo puso los ojos en blanco de nuevo. No tenía que decir nada para que la entendiera.

-¿Queeeeé?

-Coño, que has tardado mucho. ¿Qué hacías?

Hice lo que pude para que el rubor de mis mejillas no se notara.

-Pues nada, le preguntaba cosas, porque es que no me entero de lo del complemento preposicional.

-Bah...

Susana suspiró. Parecía tener prisa y no advirtió mis nervios, así que eso me tranquilizó. Cogimos el autobús para ir a casa y fuimos todo el camino hablando de nuestras cosas, de los planes para el fin de semana, y de quedar para estudiar el parcial de Sociales, que parecía muy largo. Intenté poner mi atención en lo que Susana me decía, pero mi cabeza estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en cómo las manos de Rubén me deslizaban por mis muslos y cómo sus labios se apretaban con fuerza en los míos. Llegamos a mi parada. Me despedí de Susana y entré en casa.

Mamá no había llegado aún. Saludé a mi padre, que estaba en su despacho escribiendo como siempre. Entré en mi habitación, cerré la puerta y me tumbé en la cama.

Cerré los ojos y abracé la carpeta que llevaba en las manos con fuerza. ¿Qué había hecho? Madre mía, no me lo podía creer. ¿Acababa de enrollarme con un profesor? ¿En qué estaba pensando? Y sin embargo... Había sido tan bonito... La manera en que me miraba, la manera en que había puesto su mano sobre la mía y se había acercado. Yo temblaba de pies a cabeza, como uno de esos animalillos con los que te cruzas en la carretera de noche, incapaces de reaccionar. Estuve a una milésima de segundo de apartarme, de hacer caso a una vocecita que en el fondo de mi cabeza estaba gritando "¡¿Pero qué...?!, ¡¡¿Estás locas?!!", pero dudé, y ahí estaban sus labios, y entonces ya no hubo solución... Y eran tan dulces, y sabían tan bien, que no pude apartarme... Y su mano en la mía... En el delirio del momento, estaba tan nerviosa que ahora mismo no podría decir si buscó más allá de ella o si se quedó en la mía. Estaba tan nerviosa... Pero me sentía tan bien, que me abandoné. Y me trató con mucho cariño, casi con pudor... ¿Me hubiera abrazado a él, en vez de levantarme e irme? Abrazarle, sentir el tacto rasposo de su mentón, el aroma de colonia de hombre... el cuello duro de la camisa... Sí, abrazarle, besar su cuello, llegar hasta su oreja... Coger su mano, e indicarle el camino, subirla por debajo de la camisa, apretarla contra uno de mis pechos, apretarla fuerte y sentir cómo se me endurece el pezón...

En cuanto quise darme cuenta, estaba tocándome pensando en él. Interrumpió bruscamente dos golpes secos en la puerta. Me erguí en la cama como activada por un resorte.

-¿Sí?

-Cariño, voy a hacerme un té, ¿quieres que te haga algo de merendar?

-Sí, haz otro para mí, papá. Gracias.

-Vale.

Oí cómo papá se alejaba por el pasillo y volví a tener conciencia de mí. Estaba superexcitada y mojada... Porque rememorar el breve encuentro de la tarde me había puesto a cien. Madre mía, Rubén, ¿qué iba a pasar a partir de entonces? ¡Mi profe, joder! Estaba mal, y si se enteraban me iban a llamar de puta para arriba... Eso sin pensar que quizá debería dejar el instituto, o que a él podrían despedirle... Definitivamente aquello era una mala idea. Pero... me hacía sentir tan bien...

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora