Rubén (8) [Atención: contenido explícito]

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Estaba completamente loca. Me invitaba a su casa: sus padres habían salido a cenar y estaría sola durante varias horas. Era una situación en la que absolutamente todo podía ir mal: podrían verme los vecinos; podrían presentarse sus padres de improviso por cualquier cambio de planes; podría encontrarme con alguien del instituto entrando o saliendo; llegado el caso, incluso podría oírse nuestra actividad a través de las paredes. Pero aún así acudí.

Debería decir que más bien estábamos completamente locos los dos. Obnubilados por el deseo, cegados por la emoción, aunque las circunstancias podían dar la vuelta en cualquier momento, ni siquiera éramos conscientes de lo peligroso que resultaba.

Llegué a casa de Clara sobre las diez. Le hice una llamada perdida y ella abrió la puerta automática de la finca sin que tuviera que llamar al timbre. Vivía en una segunda altura, y aunque había un ascensor, preferí ir por la escalera discreta pero rápidamente, subiendo de dos en dos los escalones, intentando amortiguar el ruido. Cuando llegué al rellano de la segunda planta ella me esperaba con la puerta entornada; entré y ella cerró tras de mí.

Nada más entrar la apoyé contra la pared del corredor y la besé. Sus labios sabían a chicle, pero también a deseo y a lujuria. Llevaba una camiseta ancha y unas braguitas, y en seguida mis manos se fueron directas a acariciar su culo. Estaba rabioso, ardía en deseos de quitarle toda la ropa y empezarle a hacer todos los desastres posibles. Mis manos buscaron el final de su camiseta y volvieron a subir buscando sus pechos, esos pechos frescos, juveniles, ligeros y sabrosos que tanto me gustaban. Mientras la besaba empecé a acariciar con fuerza su pezón izquierdo, y éste enseguida respondió con interés. Nuestras lenguas formaban ya un lazo irrompible, se unían una y otra vez en una increíble danza sincronizada. Mi ardor no conocía límites, necesitaba entrar dentro de ella, y lo necesitaba en ese mismo momento.

Mientras nos besábamos, sin siquiera apartarse, con una mano me aflojó el cinturón. Pensaba que iba a desnudarme, pero lo cogió y mirándome a los ojos me guio a su habitación: la típica habitación de una chica de su edad, con un gran póster de una playa desierta, algunos trofeos en un estante olvidados, una mesa llena de libros del instituto, ropa tirada por todas partes y una cama sin hacer.

-Vaya desorden tienes aquí -dije, sin poder evitar mi vena de profesor.

-¿Te molesta? -y mientras me lo decía sonriendo, se arrodilló delante de mí y con ambas manos se puso a desabrocharme los botones del pantalón. Mi hombría sabía a lo que iba Clara, así que tenía una erección espectacular. Dejó caer mis pantalones y me bajó los calzoncillos. Mi pene salió rebotando como un elástico. Ella lo cogió con una mano muy fría (me encanta que me lo toquen con las manos frías) y se lo dirigió a la boca. Cuando sentí el calor y la humedad de su boca, una oleada de placer extremo me recorrió todo el cuerpo: por fin, tras tanto tiempo deseándolo, allí estaba ella, haciendo realidad una de mis fantasías más deseadas. Con la lengua acariciaba el tronco y yo no podía más que estremecerme, no podría aguantar más... Intenté relajarme y disfrutar de la experiencia, pero era demasiado intensa; hubiera querido dividirme en varios para follarla a la vez, y penetrarla, pero también seguir con mi pene en su boca, y al mismo tiempo pellizcarle esos erectos pezones, y mordisquearlos, y agarrar fuertemente esas tersas cachas, y lamerle el coño introduciendo un par de deos, y todo, todo a la vez...

-Para, para... Que no puedo más.

-¿No te gusta? - me preguntó.

-Me gusta demasiado, por eso quiero que pares. O me correré ya mismo.

Hice que se pusiera en pie y la eché en su cama. Acabé de quitarme los pantalones y los calzoncillos mientras ella me observaba divertida. Me tumbé con ella entre sus piernas.
Lentamente le bajé las bragas observando extasiado aquel perfecto e hirsuto monte de venus.

-¿Sabes? - le dije- Éste es el momento más grande en la vida de un hombre. El momento en que le bajas las bragas a una chica. A esto se resume todo.

-Qué cuento tienes. Se nota que eres profeeeesssoooor...

Empecé a lamer lenta y delicadamente ese precioso coño. No voy a negar que me gustan más depilados: no sé si es el dictado de la moda, o de haber visto demasiado porno, pero me gustan más así, pudiendo verlo todo bien, sintiendo todos los poros en mi lengua, acariciando cada rincón nítidamente, degustado el suave sabor de su interior. Mi lengua iba arriba y abajo buscando cada vez más dentro entre sus pliegues, hasta notar cómo el endurecido clítoris se despertaba y ella se estremecía cada vez más de placer. Seguí acariciándolo mientras con mis dedos me introducía en ella: estaba completamente húmeda y era fácil. Al instante estaba yendo arriba y abajo con ellos, rozando la cara interior de su vagina y notando cómo aquello la excitaba cada vez más. Yo, por mi parte, estaba tanto o más excitado que al ser recibido mi sexo en su boca.

No había pasado un instante cuando entre suspiros me habló:

-Métemela ya, no lo soporto más...

No tuvo que insistir, yo estaba al borde de la eyaculación, toda aquella excitación con un cuerpo joven y fogoso como el mío era demasiado para mí. Subí hasta ponerme a su altura y con dos movimientos la penetré lenta pero completamente. Ella, al recibirme en toda mi extensión, se tensó de placer; la sensación era indescriptible. La boca me salivaba sólo de pensar en lo que hacíamos. La cubrí y di rienda suelta a todo el fuego de mi interior, la poseí como un salvaje. En seguida mis andanadas se hicieron contundentes y repetitivas, la arremetí con toda la fuerza con la que era capaz, era una lucha por llegar a la más alta cumbre de los placeres. A cada nueva embestida, ella estaba más encendida... La experiencia me decía que sería muy difícil llegar al orgasmo juntos (algo muy romántico pero que no suele ocurrir habitualmente), así que me concentré en su placer y en el mío, cada vez con más ahínco, con más fuerza. Sus gemidos me excitaban aún más, y acabé por eyacular dentro de ella en medio de unas embestidas brutales. Como veía que ella seguía subiendo, no paré, y entonces llegó su orgasmo: noté cómo me aprisionaba el miembro aún más fuerte de lo que lo hacía, como se le entrecortaba la respiración, sus pezones estaban completamente erguidos ante mí, y su cara de sufrimiento (¡oh, el bendito dolor del placer del orgasmo!) se contrajo hasta que finalmente se relajó.

Fue un polvo genial. Por fin había sucedido. Y en ese momento llamaron a la puerta.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora