Capítulo 17

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 El silencio rodea la madrugada, como si nada estuviese vivo


Terminé de hacer la fila, me ubiqué frente al cristal transparente y saludé cordialmente al joven que me atendería, brindándole una sonrisa para cubrir mi tristeza y nerviosismo.

—Quiero un boleto para París, para este mismo día si es posible —pedí mientras jugaba con mis manos sudorosas. El chico rubio de ojos claros llevó la mirada al monitor frente a él, movió su mano con el ratón y dio un par de clics.

—El único vuelo que está disponible sale en una hora —dijo con seriedad.

— ¡Lo quiero! —el universo está a mi favor por lo menos una vez en la vida.

—Por favor permítame su pasaporte y documento de identidad que certifique que es mayor de edad.

«Mierda, solo tengo 16 años», pensé y puse esos ojos de perrito tierno que todos llegamos a usar en algún momento de nuestra vida, queriendo lograr algo.

—Lo siento, si eres menor de edad no puedes salir del país sola, sin un certificado firmado por tus padres. Siguiente, por favor —se acomodó en su rechinante silla.

— ¡No, espere! —Rogué, buscando una solución rápida — Yo voy con mi mejor amiga —el chico arqueó su ceja y yo lo miré extrañada—. Sus padres tienen la carta.

La chica rubia que estaba a mi lado, corrió de inmediato hasta donde sus padres.

—Por favor, ¿Se puede retirar y dejarme continuar con mi trabajo? —ya comenzaba a perder la paciencia conmigo.

—Deme unos segundos —giré mi cabeza buscando con la mirada desde allí a la chica que me podría salvar la vida. Al encontrarla, vi que estaba discutiendo con su padre para que le entregara la carta, entonces la vi correr de nuevo hacia mí; no veía el papel por ningún lado.

— ¡Aquí esta! —levantó su mano con el papel algo arrugado mientras intentaba recobrar la respiración.

— ¿Julieta? —miró el papel mientras levantaba sus dos cejas.

—A... Así es —tartamudeé nerviosa.

—En tu pasaporte dice que te llamas Elizabeth —puntualizó el chico—. No me hagan perder tiempo, por favor.

—Julieta, ese es mi pasaporte, este es el tuyo —la rubia entregó su pasaporte al chico tras el cristal. «Esta chica sí que se gana el cielo fácilmente», pensé para mis adentros, mientras el chico tecleaba un poco en su computadora.

—Aquí tienes —colocó sobre la madera blanca mi entrada a la gloria. Cuando revisé el nombre plasmado en aquel boleto, estaba mi nombre.

— ¿Por qué me registraste con mi verdadero nombre? —pregunté en voz baja, viéndolo con dulzura y agradecimiento.

—Sé que eres Elizabeth —respondió él—. Julieta ya compró su pasaje y nadie en el mundo puede comprar dos boletos el mismo día con el mismo pasaporte.

— ¿Por qué me ayudaste entonces?

—Siempre quise ser un actor, mis padres no me ayudaron y miren donde estoy —explicó—. Así que solo no digas nada, ¿sí? Feliz viaje —concluyó. Expandí una sonrisa de oreja a oreja, le agradecí miles de veces y salí de la fila.

(...)

—El vuelo 438 con destino a la ciudad de París despegará en unos minutos. Los pasajeros con destino a París pueden abordar el avión. Les deseamos un feliz viaje —dijo la voz de la azafata por los parlantes.

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