Capítulo 29

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Capítulo 29


Perdón, te amo. 


Uno de los tantos autos aparcados a las afueras de la residencia de la fiesta, me lo ofrecieron para llevarme hasta el hospital; no nos detuvimos a pensar si aceptamos o no, solo nos abarcamos en él, Leandro y yo íbamos en la parta trasera, apreto el agarre de nuestras manos cada vez que sentía una contracción, Marian va sobre las piernas de Aaron justo a mi lado, no veo que nadie ocupe los puestos de adelante y miro con ironía a Aaron quien entendió de inmediato la forma en que lo vi y salió para buscar el puesto del piloto.

Las calles inundadas de autos por doquier, me hicieron pensar que nuestra hija nacería dentro de ese auto, gritaba con desesperación y todos me pedían que me calmarán, pero ese dolor jamás lo podría olvidar; era como si atravesaran un pedazo de tronco por tus posaderas. Marian suelta un "auch" luego de que le di una explicación por mis gritos de dolor.

Aaron no paraba de hacer sonar la bocina del auto y Marian gritaba sacando su cabeza por la ventanilla que estaba a su lado izquierdo. Solo verlos hacer eso me hacía reír un poco y lograba controlar el dolor. Les pedí que buscaran alguna calle menos congestionada pero era inevitable, estábamos en diciembre y las compras navideñas no se hicieron esperar.

Luego de varios minutos dentro del auto, comencé a sentir el dolor más fuerte, Aaron gritó que ya estábamos en el hospital, Leandro salió del auto y seguido me había cargado de nuevo sobre aquellos brazos fornidos.

Para mi suerte, el medico que había estado pendiente de mi embarazo, estaba allí en la sala de urgencias, de solo verme me llevo una silla con ruedas, Leandro me dejó sobre ella y sentí que comenzó a llevar dentro de un pequeño pasillo blanco. Algunas enfermeras se encaminaron a nuestro ritmo y les dijo que solo un familiar podría entrar; y lo mejor mi madre no estuvo allí, si hubiese sido lo contrario no dejaba que Leandro fuese ese familiar, por solo salirse con la suya.

(...)

Estaba extendida sobre aquella camilla de sabanas azules, una sábana dividía mi cuerpo en dos partes, de mis pechos para arriba y para abajo. El doctor dijo que era mejor que no viera nada, no me opuse, solo quería que este dolor terminara de una vez. Leandro tenía todo el traje que le habían pedido usar una de las enfermeras. Su mano estaba junto con la mía, besaba mi frente y el doctor comenzó a decirme que pujara; apreté de nuevo su mano y el hizo lo mismo, recuerdo aquellas miradas que tuvimos, no podía olvidar las lágrimas que afloraban en sus ojos. Comencé a pujar que mientras lo hacía soltaba gritos con desespero, mis caderas se comenzaban anchar más de lo que las tenía por el embarazo; una de las enfermeras limpiaba el sudor del doctor ya que un pequeño reflejo sobre unos de los instrumentos que daban luz me dejaba ver lo que pasaba aunque la sabana me obstaculizara. —Puja dos veces más. Escuché decir al médico y así hice mientras escuchaba decir a la enfermera que su cabecita ya estaba saliendo, Leandro besó mis labios y escuché de inmediato el llanto de nuestra hermosa hija que se mezclaba con el de su padre. Leandro la recibió entre sus brazos y me la enseñó a un estando cubierta por la sangre, los labios temblorosos de Leandro besaban mi frente.

Es inevitable no llorar y sentir esa hermosa sentimiento de ser madre, le pedí que me la deja cargar un momento y así lo hizo; con todo el amor del mundo me la entrega y con ese mismo amor la acaricié su frente y dejó mis labios cubiertos por la sangre que traía, el doctor pide para llevársela y una enfermera la tomó envuelta aun sobre una sábana.

Vi a mis padres de pie tras la puerta y mi madre levanta sus cejas, arrugo mi frente y tomé a Leandro de la mano pero este me suelta, le digo que a dónde va a pesar de lo cansada que me siento, pero soy ignorada por su parte; mis padres entran y me felicitan. Su hipocresía aflora sobre su piel y con arrogancia les pedí que salieran de allí. Marian entró a la habitación con Aaron y me pregunta que ha pasado con Leandro, iba envuelto en lágrimas y no quiso hablar con ellos.

El reloj colgado en una de las paredes de la habitación siguió avanzando y marcaban las nueve con trece minutos de la noche y Leandro no había vuelto, mis nervios habían crecieron con desespero. Nuestra hija estaba a mi lado alimentándola de mis pechos, no paro de pensar y pedirle a Dios que no le haya pasado nada, besé de nuevo la manito de la pequeña y sus ojos aún no se han abierto, espero que sus ojos sean tan iguales a los de su padre. Que trasmitieran la paz que él me daba.

Al siguiente día sentí que una persona entraba a la habitación y logré hacerme la dormida ya que estaba de espaldas a la puerta. Cuando su manos tomó la mía, sabía que era Leandro, su mano libre acaricia mis cabellos desordenados, solo esboza un perdón y un te amo, suelta mi mano con una acaricia, besa la pequeña y frágil frente de nuestra hija y escuché su llanto mientras le susurraba que él era su padre.

Cuando estaba por irse, lo tomé de su mano y le rogué que se quedará, tratando de recordarle lo que tuvimos en un principio. Que me dijera por qué me estaba pidiendo perdón, solo dijo que me soltara y lo dejara en paz, que todo iba a estar mejor así. Salió corriendo de la habitación y rompí en un silencioso llanto para no levantar a mi hija, mientras la vista se desvanecía en las rosas rojas que creí Leandro había traído

¿Mi hija? ¿Solo mía?


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