Capítulo 7

224 29 11
                                    

Los errores  se pagan aquí


Mi alma parecía estar partida en dos, pero junto con ella estaba mi corazón, mis sentimientos. Todo lo poco bonito que veía por primera vez en mi vida se comenzaba a transformar en gris. Mi mundo no era totalmente negro pues aún estaba Marian, quien, desde que le conté, decidió venir a mi casa a pasar la noche juntas y hacer algo así como una pijamada de buenas amigas.

Marian terminó de trenzar mi cabello para luego rodearme con sus brazos

-¿Pasó algo? –Fruncí el ceño, viendo su reflejo frente al espejo.

-Sé que no te sientes muy bien que digamos.

-¿Por qué lo dices? -Marian terminó el abrazo.

-Estás más callada de lo normal.

-Solo que se siente extraño saber que ya no está aquí –respondí.

-Pero para eso hay una muy buena solución –dijo emocionada.

-¿De qué solución me estás hablando? ¡Yo no consumo porquerías! –Me levanté inmediatamente del colchón.

-¿¡Qué te pasa!? –Se levantó del colchón para luego tirarme sobre él– ¡Yo tampoco lo hago! –Se posó sobre mí.

-¿Qué haces? –La tiré a un lado de la cama, soltando una carcajada– ¿De qué solución me hablas?

-¡Irnos de fiesta!

-Cállate, nos pueden escuchar... Recuerda que estas paredes tienen oídos.

-Lo siento... -susurró- Pero es la mejor idea que se me ha podido ocurrir.

-¡Claro que no! Es la estúpidez más grande que he podido escuchar.

-¿Por qué lo dices? –Se tiró sobre el colchón desanimada.

-Porque... Porque... Emm... -Comenzaba a crear en mi mente alguna mentira que fuese tan convincente para se le saliera de la cabeza esa idea.

-No sabes, así que mi idea es muy buena.

-Claro que no. Jamás he ido de fiesta, ni si quiera pienso ir a la fiesta de graduación y llevo toda mi vida conociendo a los mismos estúpidos que allí estudian y tú piensas que iré a un lugar donde no conozco a nadie... Además no sé bailar.

-Eso es lo de menos, es oscuro, y nadie te va a conocer al salir de allí. Y si es por bailar, no importa, solo te dedicas a mover tu cuerpo de un lado para otro.

-Ya mejor duérmete -Caminé hasta mi cama metiéndome en ella, pasando la sabana por todo mi cuerpo, tapando hasta mi rostro–. Y apaga la luz al acostarte.

-¡Está bien! –Sentí su cuerpo acostarse junto al mío.

Solté una bocanada de aire pensando que había ganado esto, que se olvidaría de esta estúpida idea de querer llevarme a una fiesta.

-¡Mañana iremos a bailar! –Su voz chillona retumbó por toda la silenciosa habitación.

-¡Ya cállate! –Me senté sobre el colchón, tomando la almohada y estrellándola en su cara.

-Ella quiere guerra de almohadas –Su mirada y tono de voz sonaron con mucha maldad.

-Oh, oh... -Solo alcancé a decir eso cuando su almohada estaba estampada sobre mi cara, haciéndome caer de la cama.

(...)

No sabía cómo había aceptado estar aquí, ni por qué mis padres habían aceptado dejarme salir de casa a altas horas de la noche. Tampoco me preocupaba mucho en buscar alguna respuesta.

Contra CorrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora