Capítulo III

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Capítulo 3

Se despertó a mitad de la noche agitada, con la misma urgencia de las anteriores de buscar el despacho de su padre. No entendía, su cabeza se volvía loca en  sueños que no recordaba, pero que la atormentaban constantemente. La única manera de calmarse era ocultarse en esa habitación.

Sus ojos se abrieron nuevamente cuando sintió que una brisa helada se colaba por las rendijas de la ventana, aún estaba oscuro y eso la alegró porque así no tendría que dar explicaciones de por qué estaba allí. Miró la vela apagada a un lado, sabía que tendría que moverse por los pasillos a oscuras, pero no le importó. Se desperezó, le dio una ojeada a la habitación en penumbras y finalmente se levantó para volver a sus aposentos.

―Al menos dormiste en tu habitación―dijo su madre mientras devoraba un pedazo de pan.

―Sí―asintió y bebió de su leche.

―Pero oí de tu abuela que llegaste empapada ayer, ¿en qué te entretuviste? ―preguntó la mujer.

―En nada―respondió secamente.

― ¿Nada?

― Se largó a llover en el camino, no puedo controlar el clima.

―Te llevarás a Sombra hoy día y cambia tus botas, necesitas unas más largas con el barro que debe haber.

            Emma sólo miró a su madre. Asintió, demasiado imbuida en sus propios pensamientos como para protestar.

            Sombra era un yegua joven, aún no había llegado a la madurez dentro de su especie, que había decidido que sería para ella cuando mostró que era calmada a comparación con el resto de los caballos de El Salto. Le dio su nombre debido al color de su pelaje y su crin, negros como el cielo nocturno; en la oscuridad Sombra era difícil de ver, como si se tratara de un fantasma y como era silenciosa, a veces podías estar en los corrales y de pronto ella te habría tomado por sorpresa, la única forma de lograr divisarla era ver el brillo de su pelaje bajo la luz de la luna, cuestión difícil cuando eran noches nubladas.

            Emma amaba a esa yegua, la acompañaba para todos lados cuando se lo pedía y no tenía que escucharla llamarla de formas desagradables, pero tenía un problema: Siempre le costaba subirse, porque todavía no era lo suficientemente alta como para llegar a montarse de un salto, por lo que recurría al primer lugar u objeto que le sirviera de escalera. En ésta ocasión, no fue la excepción, Emma tuvo que subirse en un barril para llegar a la montura y luego de tener bien puestos los pies y las manos sujetas firmemente a las riendas del animal, le dio un pequeño golpecito a los costados como incentivo y Sombra comenzó su trayecto en esa fría mañana de invierno, aún con las amenazantes nubes de lluvia del día anterior sobre ellas.

            Golpeaba el lápiz contra el papel de su libreta en un ritmo constante, dejando puntos por todas partes mientras aparentaba escuchar al maestro, que se paseaba delante de la sala.

            No lograba entenderse, con éstas eran ya cinco noches seguidas despertándose abruptamente con nauseas, inquietudes y mucha ansiedad. Nunca le había pasado eso y ya comenzaba a sentir la preocupación abordándola. ¿Se estaba enfermando?, al menos no pensaba que fuera así, sino estaría fatigada, pero no lo estaba. Siempre terminaba por conciliar el sueño y descansar bien en el despacho de su difunto padre. ¿Entonces eran pesadillas? cuando se lo preguntaba, le parecía un infantilismo. ¿Por qué llegar a esas circunstancias sólo por un mal sueño? Pero también lo reflexionaba y no llegaba a otra conclusión que esa. Debían ser unas pesadillas horrendas como para que su cerebro no quisiera rememorar nada aunque lo intentara.

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