Capítulo VI

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Capítulo 6

            Poco después de terminado su té, escuchó a su madre aproximarse, su fuerte voz resonaba perfectamente en los pasillos y sus pasos presurosos hacían crujir la madera. Las mujeres que la habían atendido entonces abandonaron el cuarto, dejándola sola y con los nervios a flor de piel, para cuando su madre entró, su rostro seguía tan pálido como cuando el Capataz la vio la primera vez.

            Ella se sentó a su lado sin decir palabra alguna y la examinó rápidamente con la mirada, sólo generó un par de preguntas―Las cuales respondió―y después la dejó sola de nuevo.

            Tuvo que hacer acopio de toda su energía para levantarse y distraerse de la molesta sensación entre sus piernas hasta llegar a la puerta donde tras ella escuchó a su madre hablar. La entreabrió para poder espiar lo que sucedía en el exterior.

            Su madre pedía información, Montéz y su hijo contestaban a todas las preguntas, especialmente el menor. Logró entender que lo cuestionaban acerca de lo que había ocurrido. Leo mentía hábilmente, no se notaba en su expresión ni un gesto mientras inventaba a las apuradas una excusa del cómo se había topado con ella y el cómo se había ganado los rasguños de la cara. Su padre lo sostenía de un hombro y afirmaba a los dichos del menor, seguramente había escuchado alguna que otra mentira que concordaba con todo el teatro que Leo estaba montando.

            Él notó la puerta y giró levemente la cabeza hacia ella, sólo hizo un movimiento con los ojos; casi imperceptible, quizás con la intención de que los otros no se dieran cuenta de su presencia, entonces se apartó, cerró la puerta con cuidado y volvió a la cama.

            En los días venideros permaneció en cama, acostumbrándose al dolor en el vientre y de la incomodidad consiguiente. En esas horas de aburrimiento, se encontró a sí misma incapaz de salir de su habitación o ver a Leo, a veces lo callado del lugar la exasperaba, se volteaba y hacía un poco de ruido, pues estar varias jornadas sin hacer nada estaba poniéndola nerviosa. Se había acostumbrado a las caminatas y cabalgatas acompañada del chico y de las conversaciones triviales que establecían. Pero ahora no sabía cómo mirarlo a la cara.

            El día anterior había escuchado a las mujeres cuchichear en el pasillo fuera de su habitación. Ella creía que era a propósito, ¿porque quién se creería que no escucharía nada si se paraban frente a su puerta?, ¿por qué no escarmentar un poquito a la niña de la casa?, las señoras no están después de todo y ella no iba a decir ni una sola palabra, la vergüenza le ganaba a su orgullo. Ellas lo sabían y por eso tenía tan grabada la conversación, llegaban a picarle los ojos de impotencia:

Ni su propia familia puede decirle lo que es el sangrado―rio una―Imagínate, cómo una niña de su edad puede ser tan ignorante.

No la culpes, si la madre y la abuela ni le prestan atención―rio otra―está tan abandonada que creo que tampoco sabrá lo que es el sexo.

¿Y qué hay de los métodos para impedir la concepción?, ¿sabrá alguno? 

Suéñalo, esa niña está destinada a ser una viuda negra, tan pronto quede embarazada, ya sabes lo que le pasará al desafortunado.

Eso si alguna madre permite que su hijo se involucre con ella.

Que me parta un rayo si dejo que mi hijo se acerque a La Maldecida.

Ya suficiente es saber que asiste a la Escuela con ellos.

Intimida a las chicas de la clase y ya tiene un comportamiento extraño, dicen que allí en la Escuela es aún más sombría.

CatarsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora