Capítulo 7
Estaba lloviendo, las gotas tocaban su ventana con un ritmo desigual, pero que por lo menos la calmaba. El temporal había golpeado la zona con más fuerza de lo que se había esperado a esas alturas de la temporada, los niños se habían tenido que quedar en casa para evitar cualquier enfermedad y en casos especiales, como el de ella, evitar cualquier accidente con la crecida de los ríos.
La señora García estaba sentada a los pies de su cama, tomaba junto a ella un poco de leche caliente para contener el calor dentro de sus cuerpos, ella miraba la ventana, su mirada perdida en las afueras.
No supo en qué momento la visita de aquella mujer se volvió rutinaria, sólo sabía que al despertar ella le acompañaba, le cepillaba el cabello; a veces le contaba cosas triviales del pueblo, algún que otro rumor, otras le traía noticias de Leo―Al que no había logrado ver durante las últimas dos semanas por el temporal―, nunca pensó que tardarían tanto en encontrarse. Otras veces iba a patrullar por los pasillos para asegurarse que ninguna malhablada viniera a molestarla como en los primeros días. Emma se lo agradecía con sonrisas y de pronto sintió que el espacio vacío que existía en las horas que no compartía con Leo, era llenado por Millaray. Había algo en esa señora que la hacía sentir querida. La sensación la descolocaba, pero estaba aprendiendo a aceptarla.
― ¿Por qué trabajas aquí? ―preguntó en esa ocasión, dejando la taza vacía en la mesa de noche.
La mujer sonrió, a cada lado de la comisura de sus finos labios se formó un hoyuelo pronunciado.
―Por la misma razón que todos―respondió―Tu abuela, quien es la dueña de la hacienda, paga bien. Si bien hay muchos campos en Tierra Fértil, a El Salto se le conoce por ser la única hacienda con mayores recursos―explicó. A Emma no le sorprendía, su abuela se lo había mencionado antes. El Salto era enorme, correspondía a cientos de hectáreas, sus territorios llegaban más allá del linde del bosque, parte de las montañas y un río abundante que alimentaba el lago junto a la Caleta. Tenía el ganado más basto―Carne bien cuidada, como decía la más vieja―los cultivos más variados entre frutas y verduras, lugares de caza y, además, nunca les faltaba agua. Era normal que su familia pagara a sus trabajadores con alimentos que ellos no podían cultivar por el terreno o por falta de agua con la que abastecer los sistemas de regadío.
― ¿Qué es lo que pides tú? ―sabía también que cada trabajador tenía necesidades distintas.
―Legumbres, más que nada. También maíz.
― ¿Leche no?
―Tengo una vaca en casa―respondió la mujer―aunque está comenzando a ponerse vieja.
― ¿Qué edad tiene?
―Unos doce años aproximadamente―entonces se sonrió. Emma vio que la sonrisa estaba cargada de nostalgia y pena―Fue un regalo de nacimiento para mi hija. Mi leche no le gustaba a la niña―se tocó el pecho por inercia.
― ¿Va a la Escuela? ―preguntó, se dijo si acaso ella la había intimidado en alguna ocasión.
Millaray la miró entonces, sus ojos estaban empañados y la barbilla le temblaba. Había tocado una fibra delicada en la pobre mujer.
―No, ya no―dijo en un hilillo de voz, entonces se enjugó las lágrimas con el dorso de la manga y posó su vista en la ventana―Iba en su mismo grado, señorita. Su nombre era Ayelén.
No sabría decir cómo era la muchacha, no recordaba a ninguna Ayelén―Cuestión que no le sorprendía―pero no quiso que esto lo supiera la mujer, en cambio se acomodó un poco y dijo:
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Catarsis
Teen FictionEmma reflexionaba sobre aquello con más frecuencia de lo que desearía, para los extraños el cuestionamiento también era el mismo: ¿La llamaban La Maldecida porque había nacido en una familia extraña o porque ellos tenían más recursos que la mayoría...