Capítulo 5
Era simple, ambos fingirían no tener interacción entre ellos: No se saludarían, no se mirarían ni se tocarían. Cada uno pretendería que no se conocían ni que entablaban largas conversaciones durante los viajes de ida y vuelta a El Salto. Así, mientras Leo era rodeado por sus amigos y compartía abiertamente con los otros, Emma permaneció a la sombra, ignorada como siempre. A ninguno de los dos le importaba, ella estaba satisfecha que él no fuera ligado a su persona, porque si nadie sabía de la floreciente amistad entre ellos ¿quién podría separarlos?
Emma se encontró a sí misma peleando con la soledad que la abrumaba en los momentos en que Leo no estaba. Su familia siempre estaba fuera y cuando estaba era sólo para criticarla o callar, la gente que trabajaba allí no entablaba ninguna charla más allá de los típicos buenos días o si deseaba algo. No había niños con los que compartir, ni tenía permitido ir a los campos a ayudar, la gente en el pueblo la rechazaba. La monotonía de su vida la embriagaba y lo odiaba, porque en esas interminables horas no podía más que hundirse en los recuerdos, en las noches sin sueño, en las pesadillas.
Pero a medida que Leo seguía haciéndose paso en su día a día, Emma se preguntaba si estaba bien, si era correcto para ella arriesgarse a ser amigos, porque el futuro podía ser muy retorcido y se cuestionaba si podría soportar que un día él le diera la espalda. ¿Lo soportaría como había soportado que Carolina ya no estuviera en su vida? En ese tiempo era niña, en ese tiempo no era consciente de muchas cosas, los amigos van y vienen y a veces las faltas no son tan grandes… no como en esta edad, cuando las emociones te sobrecogen.
―Estás muy callada.
― ¿Lo estoy? ―detuvo su andar y volteó a verlo.
―Ya eres callada, pero hoy lo eres más.
Quiso decirle que estaba inquieta, pero a cambio se sentó sobre la roca más cercana.
En invierno, Tierra Fértil y El Salto estaban siempre encapotados por nubes grises, la amenaza de lluvia era constante por lo que a los innumerables ríos y a los lagos nunca les faltaba agua. El frío ayudaba a que se formaran hielos en las montañas y en las épocas calurosas ellos mantenían el nivel de las aguas, a cambio, los humanos sufrían de las inclemencias de las marcadas estaciones y muchos perecían por lo cambios de temperatura que, a veces, afectaban a la región. Era un precio que valía, Tierra Fértil era uno de los pocos poblados que no tenían cerca ciudades abandonadas que corrompieran el siempre verde paisaje, a ella le gustaba eso.
―Emma, te estoy hablando.
Leo se acercó sigilosamente hasta su lado y le tocó el hombro levemente para hacerla reaccionar.
―Lo sé.
― ¿Qué es lo que te preocupa?
Leo acomodó su bolso a un costado y se sentó en la húmeda roca, observando hacia adelante.
―Nada.
―No me digas que es nada.
Caviló un poco en si decirle o no nuevamente, pero pronto desechó la idea.
― ¿Cómo son en tu familia? ―comentó.
―Como cualquier familia común.
―Oh.
Emma se encorvó un poco. Familia común para ella era estar siempre sola. ¿Qué era común para él?
Sobre su cama Emma se encogió sobre sí misma, de su cuarto hacia afuera se escuchaban los incesantes pasos de las mujeres, iban y venían llevando sabe qué cosa a cuestas.
ESTÁS LEYENDO
Catarsis
Teen FictionEmma reflexionaba sobre aquello con más frecuencia de lo que desearía, para los extraños el cuestionamiento también era el mismo: ¿La llamaban La Maldecida porque había nacido en una familia extraña o porque ellos tenían más recursos que la mayoría...