Capítulo 8
No había ninguna imagen, ningún dibujo o pintura sencilla de su padre en su despacho. Incluso se había atrevido a entrar a la habitación de su madre a buscar pero no había encontrado nada más que papeles y algunos libros, excluyendo los enseres personales. No creía tampoco que su abuela conservara algo de él, ¿por qué debería hacerlo si tan sólo por respeto, mejor dicho súplicas, había permitido que el estudio de él quedara intacto?
Emma se dijo que estaba persiguiendo a alguien que nunca había existido, aunque sabía que para que ella estuviera aquí vivita, habría necesitado que él existiera. También pensó, entonces, que no habría manera de sacar una idea exacta de él, más allá de los recuerdos que rondaban en su cabeza, se preguntaba si sería precisa al dibujarlo, si recordaría cada lunar, cada línea de expresión en su rostro, el detalle de sus cejas o la profundidad de sus ojos. ¿Serían sus recuerdos suficientes para hacerle justicia al hombre que fue su padre?
Sentada frente al pequeño escritorio que tenía junto a la ventana, Emma se repetía una y otra vez estos cuestionamientos mientras miraba la hoja en blanco de su cuaderno de dibujos. Su mano jugueteaba con uno de los carboncillos que Leo le había regalado, lo movía de un lado a otro sobre la superficie con impaciencia, luego volteaba a verlo, hacia una mueca y limpiaba el desastre negro sobre la madera.
La memoria es frágil. Eso le había dicho su amigo y tenía razón, dentro de sí misma estaba segura que hace un par de años atrás recordaba más detalles de su progenitor de lo que recordaba ahora y sin algo que mantuviera esa imagen viva en su cabeza, quizás en el tiempo venidero ese recuerdo se transformaría en una imagen borrosa. Tenía miedo de que eso pasara, como la tenía de dibujar un rostro que no se parecería en nada a su padre.
―Señorita―giró la cabeza para mirar sobre su hombro. Millaray estaba parada bajo el marco de la puerta, sosteniendo una bandeja que contenía el almuerzo de ese día.
― ¿Llamaste mucho tiempo? ―musitó mientras dejaba de lado sus materiales de dibujo.
―Lo suficiente como para preocuparme por la falta de respuesta―Millaray miró hacia atrás y luego cerró la puerta con una mano, mientras la otra sostenía la bandeja.
―Lo siento―se excusó.
―No se preocupe―sonrió la mujer, mientras se acercaba―pero me gustaría saber qué es lo que hizo que la señorita estuviera tan distraída.
Emma caviló un poco mientras veía a su nueva amiga dejar el almuerzo sobre la mesa, sentía la mirada de la mujer sobre ella, estaba segura que esperaba su respuesta tan ansiosamente como lo hacía ella.
―Yo quiero…―tal vez esas no eran las palabras adecuadas, lo pensó cuando vio la reacción de Millaray―Estoy tratando de retratar a mi padre―declaró.
El rostro de ella no tenía precio, Emma pudo contar los segundos en que la mujer tardó en volver a respirar con regularidad como también pudo contar los minutos que tardó en componer su expresión.
― ¿Quiere dibujar a su finado padre? ―el término no le gustó, pero no quiso corregirla, a cambio sólo asintió.
―Millaray―dijo― ¿tú trabajabas aquí desde antes que yo naciera, cierto?
―Sí, así es―comentó.
―Entonces conociste a mi padre―la mujer se puso pálida, algo que no le pasó desapercibido.
―Sí, lo conocí.
―Yo era muy niña cuando él murió―tanteó un poco el terreno, observando las reacciones de ella―Quiero dibujarlo para no olvidarlo―el rostro contrito de Millaray le hizo pensar que había algo que la mujer estaba ocultándole. Ya en ese punto pensaba que era extraño que nadie hablara sobre él, más allá de las extrañas e inexplicables circunstancias en que su progenitor había muerto.
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Catarsis
Teen FictionEmma reflexionaba sobre aquello con más frecuencia de lo que desearía, para los extraños el cuestionamiento también era el mismo: ¿La llamaban La Maldecida porque había nacido en una familia extraña o porque ellos tenían más recursos que la mayoría...