Capítulo X

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Capítulo 10

            Desvió la vista ligeramente hacia el costado, tratando de no ser tan obvia acerca de su desinterés por la clase que el profesor, taciturnamente, dictaba al frente del salón. Sus compañeros parecían igual o más aburridos que ella en ese instante, algunos movían el lápiz sobre las hojas de sus cuadernillos en obvias formas que demostraban que no estaban tomando apuntes, otros ni disimulaban que estaban quedándose dormidos. Cabeceaban de vez en cuando o simplemente tenían la vista perdida en algún punto de la habitación.

            Emma fijó la vista en el asiento más cercano a la puerta, a Leo sólo alcanzaba a verle la espalda desde su asiento, pero podía notar lo encorvado que estaba sobre su escritorio, así como el movimiento incesante de su lápiz, pues su brazo derecho se movía ligeramente hacia un costado para luego volver al punto de partida. Leo, a diferencia de ella, sí mostraba interés sobre las materias, parecía fascinarle en especial Historia y Matemáticas, ella en cambio prefería la clase de Lenguaje y todo lo que tuviera que ver con regresar a casa.

            Alguien se rio y de pronto se sintió expuesta. Giró el rostro hacia un costado en un gesto impulsivo y notó al par de chicas que, previamente, se habían reído suavecito. Ellas la miraron y palidecieron un poco. Quiso poner caracho, pero en cambió se quedó inmóvil hasta que una de ellas apuntó ligeramente la muñeca en donde sobresalía la pulsera que Leo le había regalado. Ahí fue que frunció el ceño y ambas voltearon al frente.

            Se tapó la muñeca con la manga del chaleco y luego, nerviosa, colocó la mano contraria sobre ésta, como esperando que nadie más se diera cuenta del pequeño detalle. Desde que había vuelto a las clases regulares, después del incidente y el temporal de lluvia, había logrado mantener el regalo oculto. Bien sabía que a los adultos no les agradaba la idea que ella iniciara su etapa fértil, cortesía de las malintencionadas trabajadoras que tenía en casa, tan sólo imaginaba el infierno que sería que los niños también lo supieran. Ella era una Ruiz, por consiguiente, una Viuda Negra, el término no le gustaba nada, pero eso era lo que pensaba la gente.

            Desde la ventana podía ver a Leo cuchicheando con sus amigos, hablaban de algo que los hacía reír constantemente y a Emma le causaba fascinación. El muchacho, desde que lo conocía, siempre había intentado sacarle un par de risas y la verdad es que la primera vez que rio enserio con él se le antojó como un caramelo que le encantaría saborear de nuevo. Leo tenía una risa estruendosa y contagiosa, tan pronto él reía el resto reía con él, aunque no hubiera un motivo excepcional para ello.

            Se volteó a ver la bolsita con los pedazos de dibujo que su madre había hecho añicos, desde hacía días que intentaba unir los pedazos uno por uno en su cuadernillo, pero había pedazos tan pequeños que era difícil ubicar siquiera y aunque lo tuviera listo, le encantaría que el retrato estuviera pulcro como ese día en que lo terminó. Iba a hacerlo de nuevo, pero con el cuidado de no dejar que su familia se enterara de que existía, porque temía que ya no sólo fuera el retrato, sino que le quitaran todos sus útiles de dibujo.

            Escuchó la carcajada estridente de él y ella volvió a alzar el rostro, su amigo mantenía abrazada a una chica que, seguramente, era de la clase; pero de la cual ella no recordaba el nombre. La niña rio a su vez, removiéndose en los brazos del rubio y él la alzó en volandas como si no pesara más que una pluma de aguilucho. Hizo un mohín al ver al grupo de chiquillas que aplaudían el chiste como si fuera gran cosa. Emma sabía lo fuerte que era Leo de primera mano, la había cargado desde los pastizales hasta El Salto como si nada.

― ¿Señorita Ruiz? ―sobresaltada, Emma dejó que su peso se fuera hacía un costado y cayó ridícula y estrepitosamente al suelo. No se quedó mucho tiempo tirada, ni esperó por una ayuda que no iba a venir. Se levantó de inmediato.

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