No me puedo creer que ya no esté, que haya desaparecido de mi vida para siempre. Nunca oiré su voz, ni su risa, sus regañinas por la mañana, no podrá llevarme al altar; parte de mi alma se ha evaporado con él. Él era todo lo que un padre debería y odiaría ser, y yo le he traicionado. Ha sido mi culpa y Barry me lo ha dejado bien claro con mis estatuas. Mis creaciones le han matado, le han roto la cabeza sin ningún miramiento dejando de su propia existencia, un cuerpo inerte delante mío. Toda la vida, sus pensamientos y deseos desaparecieron; ¿Qué es lo último que pensó? ¿Se maldijo por haberme tenido como hija?
Mi cuerpo se ha quedado sin fuerzas, está en modo rem; meditando, sufriendo por dentro, quemando todo. Nadie me dijo que amar era sufrir, que sufrir era morir por dentro y morir era estar cinco metros bajo suelo.
El científico que viene a visitarme cada hora para ver si estoy viva se acerca a mí cuando ve que estoy con la cabeza caída. Intento no respirar cuando pone su cabeza sobre mi pecho mientras con los dedos agarro sigilosamente las llaves de su bolsillo. Bostezo y sale corriendo hacia atrás asustado. Con las manos hacia delante me dice que me tranquilice y sale de la sala asustado. ¡Cómo si pudiera hacerle algo con los ojos, las manos, las piernas y la espalda atrapada!
Me cuesta mucho abrir la primera cerradura de la muñeca y más cuando me muevo, ya que sale de ella una pequeña descarga. La llave es electrónica y no hace falta girarla solo colocarla en el hueco que hay, pero no lo consigo; incluso casi se me cae. Ese sería mi fin. Pienso en mi madre y consigo concentrarme lo suficiente para meterla dentro del hueco. Me cuesta mucho avanzar, mis piernas se han atrofiado de estar tanto tiempo sentada en esa silla metálica. Me apoyo en la puerta cuando consigo abrirla, tengo pocos minutos antes de que se den cuenta que me he escapado.
Mamá, dónde estás.
Sigo el mismo camino por los pasillos que hice con mi padre y aunque las salas son casi iguales, consigo llegar. Sin ningún miramiento petrifico al guardia que custodia la entrada, en esto me están convirtiendo.
— ¡Mamá! Soy yo, estoy aquí.
Esa mujer desnutrida parece veinte años mayor de lo que la recordaba. Sus arrugas le cubren la mayor parte de la cara y las ojeras se han convertido en parte de ella.
—Tenemos que salir de aquí.
—¿Fred? ¿Tu padre?—consigue decir con voz de gallo al final de la frase.
Desvío la mirada y mi madre me abraza todo lo que puede. Intento sujetarla porque las piernas le fallan, pero al final es ella la que me sujeta a mí. Mi madre me acaricia la mejilla y me quita las pocas lágrimas que han podido salir de mis ojos.
El destino está predestinado, no se puede cambiar.
— Melie.— vuelve a salirme una lágrima cuando escucho decirlo. — Tengo que ir a por una cosa pero ahora vuelvo. Lo juro.—
La agarro de la mano y no la suelto cuando empieza a avanzar por el pasillo.
—No te voy a dejar mamá.
—Te prometo que volveré y saldremos juntas de aquí, pero antes tengo que acabar con una cosa.
Entra en una sala que pone prohibido entrar y espero en la puerta impaciente y llena de miedo. Pasan los minutos y no sale nadie, quiero entrar pero la he prometido quedarme aquí. El deseo de estar con ella es tan grande que la obedezco. El sonido y el color rojo de las alarmas me alerta que estamos en peligro. Doy varios golpes a la puerta de cristal pero nadie abre.
—Siempre lo supiste, ¿verdad? Y aun así no dijiste nada.
— Soy un hombre de principios.
Escucho a lo lejos. El sonido viene del otro pasillo.
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Eterno Poder ©
FantasyMelanie, una joven de 17 años que esconde un oscuro secreto. Si lo descubren las personas equivocadas, la antigua leyenda griega resurgirá y nadie estará a salvo de su mirada. Durante este tiempo, Melanie descubrirá cosas que nunca ha conocido ni s...