Mi rostro... 2/2

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– ¿Qué quieres ahora?

–T-tenemos... Que... Hablar. Lo siento, espérame un segundo. Necesito... Tomar aire.

–No tengo todo el día. –Intento retomar mi caminar, pero una de sus manos se aferra a mi brazo –Suéltame, Rebeca.

–Bien, bien, lo siento ¿Tienes unos minutos para mí? –Pregunta.

–No.

– ¿Tienes que ir a algún lado?

–Si. –Bueno, si ella no capta las indirectas, tendré que ser menos sutil.

– ¿Puedo acompañarte?

–No.

– ¿Por qué no? –Ignoro el ridículo tono de súplica en su voz, pero inevitablemente a mi cabeza vienen sonidos de la voz de Sam –A quien por cierto – esas vocecitas estúpidas le funcionan divinamente conmigo.

–Porque si mi novia te ve conmigo, querrá patear tu trasero. –Meto ambas manos en mis bolcillos y le dedico una sonrisa carente de humor –Aunque no es que me oponga, pero ya sabes, preferiría que guardara sus energías para otro tipo de... Ejercicios. –Diablos, si Sam se entera de que estoy diciendo esto, al que va a patearle el trasero será a mí.

– ¿Así que ahora haces todo lo que ella dice? –El desafío es evidente en su tono.

–Ajá, digamos que es un acuerdo mutuo.

–Diablos, la gran bestia siendo amansada por una mujercilla.

–Bueno, Sam tiene tácticas muy... Persuasivas. –Escucho su pulso ir acelerándose y automáticamente sé que está cabreada.

–No necesito detalles.

–En realidad no te he dicho nada revelador. –Me encojo de hombros, viendo sus manos transformarse en pequeños puños a ambos lados de su cuerpo de puta –Un caballero no tiene memoria.

–Oh, créeme: Tú eres todo, menos caballeroso.

–Contigo no lo fui porque no lo creí necesario. Un caballero usa sus dotes para cortejar a una dama y seducirla lentamente. –Sonrío con malicia y su rostro palidece –A ninguna de ustedes necesite cortejarla porque las tuve de piernas abiertas sin pedirlo. Rápido y fácil.

–Eres un idiota.

–Sí, bueno... –Le doy la espalda y camino pocos pasos –Si no quieres oír la cruda verdad, no te metas donde no eres bien recibida.

–Siempre has sido tan cruel, Dylan.

No me detengo a escuchar más.

(...)

Siento su olor cerca, aunque ya sé que no está en su cuarto, me pase por ahí hace unos segundos y Sara me dijo que ella había bajado a los comedores.

Diablos.

Hace solo unas horas habíamos hecho el amor y aunque admitía que mi olor en ella era algo que me volvía un baboso, sabía que los gilipollas de este sitio podían ser maliciosos y si no estaba allí, le harían comentarios hirientes. Por su bien espero que no se acerquen a ella, porque me aseguraría de cortar bolas si le hacían daño.

–Esto es asqueroso.

Malditos hijos de puta entrometidos.

–Mírala, y parece tan campante.

– ¿Ya viste su rostro?

–Huele a polla.

–Sera ofrecida.

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