Necesidad

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Capítulo dedicado a todas las personas que han esperado pacientemente por mi mierda. Si hay errores ortográficos, jodanse. Con amor (:

Sé que algo está muy mal apenas me levanto de la cama, un mal presentimiento revolviéndome el estómago, la boca con un sabor amargo y la cabeza pesada.

Me mareo tanto una vez estoy de pie, que choco con la puerta del baño y me veo obligada a sujetarme del marco de esta. Aprieto los ojos con fuerza, las arcadas subiendo por mi garganta... La puerta de mi habitación se abre de par en par y alguien me toma en brazos. Su olor llena mis fosas nasales y una extraña y enfermiza necesidad me invade, casi desquiciándome. Entierro la cabeza en su hombro, inhalando tan profundo que mis pulmones queman, aferrando los dedos a su ropa.

–Mírame. –Su voz me hace arquear y envía corrientes eléctricas a mi coño. –Samanta, joder, abre los ojos ¿Estás bien-? –Hay algo dentro de mi pecho, una punzada intensa y tibia, empalagosa hasta darme arcadas. Dylan me sacude suavemente una vez me ha acostado en la cama, palpando mi frente para comprobarme la temperatura.

Mierda, cuando sus manos recorren el costado de mi rostro me siento arder. Literalmente arder.

–Dylan. –Gimo, pestañeando rápido, como si eso fuera a disipar el malestar –Por favor. –Yo no debería estar suplicándole a este tonto del culo, menos aun si ni siquiera sé lo que estoy pidiendo.

¿Qué es esto, un resfrío?

–Estoy aquí, Sam, dime- dime que hacer para que te sientas mejor.

Algo toma el control dentro de mí. Algo aterrador, como una mano helada subiendo por mi garganta.

–No te vayas. – En su rostro las líneas de tensión se desvanecen poco a poco, pero sus ojos son más oscuros con cada segundo que pasa.

–No me voy. –Jura –Pero necesitas un médico.

–No, no, por favor, ayúdame. –Me hago bola sobre mi costado, abrazando mi pecho y sollozando.

Sé que esto no es normal. Sé que esto es obra de alguien más.

La necesidad, el hambre, el amor... Todos los sentimientos arremolinándose en el centro de mi alma, luchando por salir. Peleo contra mis instintos ¡ya no lo quiero! les grito, pero solo quema, como si una bola de fuego deseara trepar por mí tráquea.

Él es tuyo.

No, él no es mío. Él me hace daño.

– ¡Sam, maldito infierno, no cierres los ojos! –Su respiración acelerada choca desagradablemente en mi rostro cuando se inclina más sobre mí, y descubro que su olor y su proximidad disminuyen un poco los malestares.

¿Malestares? Lo amas. Es tuyo.

No.

–Quítate esto. –Gruño. No puedo abrir completamente los ojos, por lo que solamente lo miro con mis orbes medio entrecerradas, como si hubiera estado durmiendo y alguien prendiera la luz de repente, y tironeo de su camiseta.

– ¿Qué? –Espeta sorprendido.

–Que te la quites, demonios.

–Estás desvariando, Samanta. Solo, espera tres segundos, traeré un doctor aquí y tú... Tú mejoraras ¿De acuerdo? Respira hondo.

– ¿Es que no lo entiendes? –Chillo –Si no estás tocándome, si no estás cerca, algo dentro de mí duele. No puedes irte, no puedes salir de aquí.

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