Capítulo 17.

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Vuelvo a encontrarme en la más profunda de las oscuridades pero no estoy sola, siento como una calurosa respiración choca contra mi rostro y unos delicados dedos resiguen mi silueta. Es George, aún sin verle puedo reconocer ese olor a hierba recién cortada que le caracteriza, un olor extraño pero no por eso desagradable.

Siento como si hubiera vuelto de algún sitio, como si estuviera olvidando algo muy importante. Hace unos segundos estábamos saliendo de la discoteca y entonces yo le he arrastrado hasta aquí para follar... Recuerdo perfectamente toda esta noche pero los segundos en mi cabeza se convierten en minutos y los minutos en horas. Es como si en el transcurso de un beso hubiera sido capaz de irme a la otra punta del mundo y haber vuelto pero ese recuerdo se hubiera borrado de mi cabeza.

Intento centrarme en él pero una vocecita en mi cabeza lo complica todo. Esa voz no quiere que lo deje correr, no quiere que haga nada con George, quiere que piense y que recuerde, que una no sé qué putos puntos.

Vale. Déjate de tonterías. Céntrate en lo que estás haciendo.

Mis labios se encuentran con los de George. Su boca y su lengua me ayudan a dejar a un lado esos pensamientos. Mis manos se envuelven en su pelo, cogiéndolo con fuerza. Una de sus manos acaricia mi mejilla mientras la otra se desliza por mi cuerpo. Me baja la falda, dejándola caer en el suelo, y yo hago lo mismo con sus pantalones.

Nos unimos en un desesperado beso y nos las arreglamos para deshacernos de lo que nos queda de ropa, quedando totalmente desnudos el uno delante del otro. Su mano se acerca a mi zona íntima y empieza a trazar círculos alrededor, calentando el asunto antes de introducir dos de sus largos dedos dentro de mí, haciéndome gemir de placer. Entra y sale de mí, una y otra vez, sin dejarme casi ni respirar. Así lo hace hasta que se cansa y los saca. Cojo su mano y la acerco a mi boca, chupando lentamente sus dedos, haciéndole estremecer.

-Oh, dios –gime.

-Dejémonos de preámbulos ¿quieres? –propongo. Él asiente. Me coloca suavemente contra la pared y se mueve entre mis caderas, obligándome a abrirlas. Su lengua busca la mía una vez más antes de sentir como su miembro entra dentro de mí lentamente, con cuidado –No soy de cristal –gruño. Entiende perfectamente lo que digo puesto que inmediatamente su ritmo aumenta. Entra y sale de mí una y otra vez, cada vez más rápido. Mi cintura empieza a moverse en círculos de tal forma que cada vez todo se produce más rápida e intensamente. El ruido provocado por el choque de nuestros cuerpos inunda el oscuro callejón. Ahogamos nuestros gemidos en la boca del otro y gritamos al vacío.

Todo ocurre muy rápido, él se corre y yo me corro. Nada especial. No saltan chispas ni nada del otro mundo. Es sexo, tan sólo eso, meter, sacar y ale.

-Espero haberte hecho olvidar a ese chico durante un rato –sonríe.

-Y yo espero haberte hecho olvidar a esa pelirroja –le devuelvo la sonrisa. Me visto rápidamente y le entrego un papel con mi número –Por si alguna vez necesitas distraerte –susurro. Le doy un último beso y me alejo entre la oscuridad, saliendo a la luz más rápido de lo que imaginaba.

Vaya, ya casi es de día.

Ahora es cuando realmente me siento perdida, no sé qué hacer, no sé a dónde ir ni a quién acudir. No tengo a nadie, estoy absolutamente sola. Bueno, al menos en mi cabeza siempre tendré compañía, aunque sea de estas estúpidas e irritantes voces.

Decido colarme en una piscina privada que está a unos diez minutos de la discoteca. Me meto con ropa. Sé que ni se acerca a un baño, pero algo siempre es mejor que nada.

Me tumbo de espaldas, dejando muertas todas las partes de mi cuerpo para conseguir quedarme flotando en la superficie. Un inmenso dolor me envuelve, al descansar todo se me viene encima. Las cicatrices me escuecen, igual que las quemaduras. Me duele todo. El cansancio me golpea aún más fuerte que todo este dolor físico. Hace tiempo que no duermo bien y eso me pasa factura. Poco a poco mis ojos se van cerrando, pero en cuanto cierro los párpados y la oscuridad me golpea y el descanso termina.

Le tengo miedo a la oscuridad, pero no a la oscuridad de una calle o de un callejón, a la verdadera oscuridad, esa oscuridad que se instala en tu mente y sale a relucir cada vez que se cierran tus ojos, esa oscuridad que lleva años consumiéndome y que me hace sentir esto, sentir esta maldita angustia y este pánico. Pánico. Eso es lo que tengo ahora mismo. Pánico a absolutamente todo y todos en mi vida.

Este malestar mental repercute en la tranquilidad que había conseguido. Todo mi cuerpo se tensa y eso provoca que tenga que mover los brazos de forma desesperada para evitar ahogarme. Cuando consigo calmarme un poco, después de haberme tragado bastante agua, nado hasta las escaleras, agarrándome a ellas fuertemente, como si yo fuera un barco a la deriva y esta fuera mi única manera de mantenerme a flota, como si fuera mi ancla.

Subo y me desnudo, colocando toda mi ropa en unas cuerdas cercanas para que así se sequen. Me siento en el borde de la piscina y me tomo una pastilla de modafinilo, un fármaco para mantenerme despierta. Eso me hace sentir segura, así no tengo que preocuparme, no me quedaré dormida.





La noche en el hospital está especialmente tranquila. Los últimos visitantes abandonan el edificio con caras largas y ojos llorosos. Pocos pasan aquí la noche y muchos se alegran de no tener que hacerlo. Una cosa es visitar a alguien y otra tener que estar 24 horas a su lado, eso no lo hace todo el mundo, no todos tienen esa fuerza ni ese interés.

-Buenas noches cielo –la enfermera, Caroline, se despide de Heaven, como cada noche, mientras comprueba que todo está bien y deja algunas indicaciones en una pequeña libreta que hay en mesilla de noche para la enfermera de guardia.

Le hacogido mucho cariño a Heaven, quizás por conocer todo por lo que ha pasado ycómo ha llegado hasta aquí. Heaven seguramente diría que siente pena por ella,pero la pena tampoco es tan mala, lo que empieza como "pena" puede acabar encariño. 


Sueños destructivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora