Capítulo 11.

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-Te acompaño al aeropuerto -

-No, sé llegar sola -contesto cogiendo mi mochila con mis cosas, sin mirar a mi padre.

-¿Hasta cuándo va a durar esto, Heaven? Te he pedido disculpas mil y una veces, ya no sé qué hacer -

-Eres mi padre y por eso te perdono, te perdoné hace mucho tiempo, pero no puedo olvidarlo. No existe una fórmula mágica para dejar el pasado atrás, al menos para mí. Por mucho que lo intente no puedo olvidarlo. Si tú sientes esto no te haces una idea de lo que lo llego a sentir yo. Siento no ser nunca suficientemente buena, ni siquiera para desaparecer –eso último lo digo sin pensar.

-¿Qué? ¿Desaparecer? Cielo... Si algo no va bien puedes hablar conmigo, tú lo has dicho, soy tu padre y te quiero y quiero que estés bien y si para eso tenemos que llevarte a una clínica especializada pues... -

-Papá -cojo aire una y otra vez, necesito arreglar esto -No te preocupes ¿vale? Estoy bien -sonrío de la manera menos falsa posible -Ahora tengo que irme o perderé el vuelo -y dicho esto le doy un rápido y falso abrazo. Subo al taxi y me alejo a toda prisa.

"Adiós papá, adiós Irlanda, adiós estúpidos cacaolats, adiós falsedad... Y hola queridísima y fría Inglaterra."

***

¿Qué hago parada delante de la puerta de casa de mi madre con una mochila en la mano? Esto es como cuando vuelvo de ver a mi padre, pero no recuerdo haber cogido el avión aunque sí que tengo la sensación de asco que suele producir en mi cabeza la aceptación de nuevos recuerdos con él.

Nunca bebo cuando estoy allí así que no tengo ninguna excusa... Quizás me he quedado dormida en el avión y aún sigo danzando en los brazos de Morfeo.

Mis pasos parecen irreales, siento como si mi cuerpo no me perteneciera, como si ni siquiera obedeciera, al menos a mí... Aunque ni si quiera sé quien soy... Quizás un simple trozo de alma o un pensamiento no muy acertado...

-Hola cielo ¿cómo ha ido? -la voz de mi madre interrumpe mis complicados pensamientos. Siento como sus brazos me envuelven en un desesperado abrazo.

-Tan sólo he estado fuera dos días, no es para tanto -sé de sobras que el motivo de un abrazo tan sentido debe ser mucho más que mi corta ausencia.

-Lo sé cielo... -

-¿Tienes algo que contarme? -no sabe disimular, creo que podría sentir su nerviosismo a 10km de distancia.

-Verás... Yo... Mmmh... Sabes que llevo un tiempo viéndome con alguien ¿no? -no lo había oído de sus labios hasta ahora pero lo había imaginado. Aunque nunca le he dado demasiada importancia, su vida privada no me importa demasiado.

-Sí ¿y? -insisto.

-Pues hemos decidido dar un paso más en nuestra relación. Él está dispuesto a trasladarse con nosotras y buscar otro trabajo que esté más cerca y a mí eso me parece una idea maravillosa. Sabes que nunca he traído a ningún hombre a casa, pero él me gusta de verdad -

-¿Qué? -gruño cabreada -¿A quién ha pedido permiso? ¡Es nuestra casa, mamá, nuestra puta casa! -

-La decisión ya está tomada, ahora está trabajando pero esta noche vendrá a cenar. Te quiero aquí a las nueve y media -

-¡Qué te den, joder, que os den a todos! -grito enfurecida. Entro en MI casa presa de un ataque de ansiedad, rompiendo cualquier cosa que se interpone en mi camino y propinando golpes a diestro y siniestro, consiguiendo hacerme graves cortes y heridas por demasiados sitios. Cojo un poco de ropa y el dinero que tenía ahorrado y vuelvo a salir, encontrando a mi estúpida madre en el mismo sitio en el que estaba cuando me fui.

-¿Dónde vas? ¡Deja eso! -intenta arrebatarme la mochila pero yo se la arranco de las manos, golpeando la puerta de cristal de la entrada de forma involuntaria y logrando que este se clave en mi piel. No siento dolor, tan sólo puedo observar como la sangre sale en grandes cantidades de mi pálida piel.

-Cielo, ven, yo te curo -sus palabras llegan demasiado tarde ya que en cuanto se despista salgo corriendo a toda velocidad, con el eco de su voz ensordeciendo mis oídos.

Unos minutos de carrera y su voz se acaba desvaneciendo.

Todo queda cubierto por un profundo silencio. El sonido de mis pasos hace eco en mis tímpanos. El mínimo ruido logra hacerme temblar. Corro más rápido de lo que mis píes me permiten. Riendo y llorando a ratos, loca de euforia y de tristeza, con una extraña adrenalina que se va apoderando lentamente de mi cuerpo.

Realmente no sé dónde me dirijo, no sé qué hago, pero si dejo que la sangre siga saliendo no duraré mucho tiempo más... Creo que me voy a desmayar en cualquier momento.

Un último aliento y mi cuerpo cae precipitadamente, chocando contra el suelo, consumiéndome entre el rumor de los coches y las risas ahogadas de unos niños que juegan felizmente en el parque.

-Ayuda- susurro, sin fuerzas para vocalizar una sola palabra más.

Sueños destructivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora