Ojos de perro (autor: José Luis Rojas)

15 1 0
                                    

No podía conciliar el sueño. Llevaba toda la noche revolcándose en el catre, adolorido de la faena del día y sudando a chorros por el desesperante calor. Los aullidos y ladridos de los perros y los coyotes no lo dejaban dormir.

A lo lejos, no tan lejos, cerca y no tan cerca, parecía que algo estaba provocando a los animales. No paraban de gruñir y de ladrar, como queriendo dar alguna señal de alarma.

Cuando llegó la hora de levantarse dudó mucho en hacerlo. Apenas a la alborada empezó a quedarse dormido y ahora, unos minutos después, ya debía ponerse en pie, tomar su raquítico desayuno de café y pan dulce y dirigirse lonche en mano a la labor, la pizca de jitomate.

A media mañana, Ramón y sus compañeros interrumpierón la tarea. Eran las once de la mañana, pero para él daba igual si eran las cuatro de la tarde , ya estaba abatido por el cansancio.

Entre bocados de su burro de frijoles con queso y un trago de su Coca Cola, reflexionaba en lo que estaba pasando a su alrededor.

-¿Qué pasó Ramoncito? - le preguntó Cuco por detrás. ¿Por qué tan agobiado?

-Llevo ya tres días que no puedo dormir . Pinches perros no paran de ladrar y de aullar toda la noche -dijo Ramón con tono de desesperación -, Salgo a asomarme y no veo a nadie. Me meto y empiezan de nuevo con su jodido escandalo.

- No, pos quién sabe qué sea, tú - replicó Cuco con ignorancia.

Ambos permanecierón en silencio, sólo el ruido de las quijadas moliendo el alimento. Ramón se llevaba una y otra vez la mano a la cabeza, cual si la sobada fuera a aliviar su jaqueca. Le ardían los ojos, como si se les hubiera metido arena y no paraba de maldecir su suerte.

De regreso en casa, en su polvoriento tejaban de barro, tablas viejas y carrizo, sentado a la pobre mesa improvisada de los restos de una desvencijada puerta, se disponía a cenar un plato de frijoles con chile y unas gordas de maíz molido. A lo lejos, el sol se ocultaba en el horizonte coloreándolo de una gama de infinitos violetas, naranjas y amarillos, de una belleza sin igual , pero para Ramón, el atardecer no era sino el preludio de una noche más de agonía.

Y así fue , nada más oscureció, los perros volvieron a su caótica pero bien orquestada sinfonía de aullidos, ladridos, berridos y toda clase de ruidos que crisparían los nervios a cualquiera.

De nuevo, al alba. Ramón luchó contra la disyuntiva de quedarse adherido al catre y cerrar sus ojos, perdiendo el dinero del día, arriesgándose a un despido o bien, levantarse y atender sus responsabilidades.

Como el día anterior, su nuca pulsaba anunciando una feroz migraña provocada por las cuatro noches consecutivas de insomnio. No pudo más y dejó escapar una lágrima de frustración que escurrió por sus mejillas hasta la comisura de los labios y le cambió totalmente el sabor de los labios a su comida. Ya no aguantaba más.

-¡Eh! Pinche Ramón -le dijo Jonás -. Ya me dijo Cuco lo que te pasa güey. Eso no es bueno, cabrón, a ver si no te echarón mal de ojo.

-¿ Mal de ojo? -preguntó incrédulo Ramón -. ¿Cómo que mal de ojo güey?

-¡Sí , cabrón, una brujería güey! ¿No tendrás algún enemigo que te quiera fregar?

-¡Pos como no sea alguno de ustedes güey!

¡Cómo serás pendejo! Si nomás los conozco a ustedes dos en este pinche país - bramó Ramón impaciente. Sus nervios ya no estaban para bromas.

-¡No, ni lo mande Dios! Nosotros no somos -dijo Jonás persignándose -. ¿Cómo dices eso pinche Ramón!

-Es que la neta ya no sé qué hacer. Siento que me estoy volviendo loco sin dormir.

Cuco, quien mientras comía contemplaba a los dos amigos discutiendo, finalmente decidió hablar entre las dentelladas que le daba a su tamal.

Con el diablo en el bolsillo ( y otros relatos) José Luis Rojas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora