"A veces pienso que me veo en un espejo y en el espejo estoy viéndome en un espejo y en ese espejo estoy viéndome en el espejo y..."
Anonimo escrito en la pared de un manicomio
A sus tiernos diez años, Willy era todo un caso, de los que le responden a los padres como si fueran sus esclavos, el peleonero de la escuela, el que escupe papeles con saliva usando una pluma Bic como cerbatana, el que jala los cabellos a su hermanita y la humilla frente a sus amigas, en resumen, un verdadero cabroncito.
En el día de su cumpleaños, Willy recibió como regalo el arma más poderosa que jamás alguien le hubiera dado, un juego completo de entomología, con un flamante microscopio, una hermosa lupa, pinzas, bisturí, una red cazamariposas y cientos de portaobjetos. Y si alguno de ustedes ha repasado la historia de los hornos de Hitler, saben exactamente a qué me refiero cuando digo que en sus manos, ese era el perfecto arsenal de tortura.
Willy no perdió el tiempo, primero usó la red para capturar algunas mariposas. Tosco como era, batía la red tan violentamente que las pobres quedaban literalmente embarradas en el tul. Pero toda práctica lleva al maestro y paulatinamente se volvió un experto en el arte de atraparlas. Todo depende del punto de vista, pero yo diría que afortunadas aquellas que quedaron muertas en la red, porque las otras acabaron clavadas en un panel de unicel luego de ser mancilladas salvajemente hasta que sus colores se esparcieron en el aire.
Luego vino la etapa del carnicero, con las babosas y las lombrices como victimas. Lo que debía ser una operación muy delicada de disección anatómica de cabo a rabo, él lo empezaba con poner al gusano en el cristal y luego torpemente lo tasajeaba. El resultado era un batidillo de entrañas y pellejos sin ninguna coherencia. ¡Sí que era una bestia!
Su descubrimiento del microscopio no lo sarisfizo tanto al principio. No le hallaba diversión a observar plantas inertes. Pero, esperen un momento... ¡y qué me dicen de las alas de mosca! Eso es, unas verdes, otras de colores, unas de panteón, otras de casa, pero más de cien vieron su suerte acabarse con las alas entre sus pinzas de disección. El doctor muerte, es decir, el doctor Willy, se acercaba sigilosamente a ellas y con un rápido abaniqueo de su mano a medio abrir, las atrapaba. Lentamente iba cerrando la trampa hasta que las tenía bien aseguradas y entonces, con la pinza iniciaba lo que debía sin duda ser un proceso de terrible agonía para el bicho. Una alita, la vemos al microscopio; otra alita, también la vemos ¡Qué aburrido! Mejor les jalamos las patas una a una, las echamos en una cajita de Petri y arrojamos una raña para que se las coma ¡Eso sí es divertido!
-¿Dónde está Willy? -preguntó Papá.
-Afuera, en el jardín -dijo Mami -. No sabes qué buena idea tuviste al regalarle el juego de entomología. Así por lo menos dejará de hacer maldades y se pondrá a aprender cosas útiles.
Y no se equivocaba, en lo que iba de la mañana, el genocida... er, Willy, había aprendido por lo menos mil métodos distintos de capturar, torturar y matar a los inocentes bichitos y todavía no se le veía fin a su incipiente carrera de asesino en serie.
La araña se comió unas moscas, pero luego de un rato, también la araña pasó a mejor vida cuando nuestro científico empezó a preguntarse de dónde sacaba tanto hilo para hacer sus telarañas y la despatarró, sólo para concluir que esa araña sin duda tenía algo mal porque no había nada de hilo en su barriga.
Su siguiente descubrimiento fue la lupa. La puso cerca de su mano para contemplar cómo magnificaba sus huellas digitales y cada una de las comisuras y arrugas de su piel. Pero mientras se observaba al Sol, acercando y alejando la lente, un travieso puntito luminoso se agrandaba y achicaba, hasta que sintió el escozor de la quemadura por concentración del haz luminoso.
¡Qué grandioso instrumento! El verdadero poder de un dios. El fuego que consume lo que toca.
Así llegó el turno al chapulín, pero éste alcanzó a escapar de un ágil salto. Willy se sintió frustrado, bueno, al mejor cazador se le escapa la presa. ¡Nah! Nadie se escapa, el chapulín aterrizó directo en el corazón de un hormiguero y aparentemente no fue bienvenido, o al revés, sí fue bienvenido, las hormigas se lo comieron vivo.
Pero Vlad Dracul, perdón, Willy no iba a permitir que le ganaran la partida. Ahora las hormigas iban a pagar por robarle su presa.
La lupa se posicionó a distancia estratégica.
-Pháseres listos capitan Kirk -dijo hablando consigo mismo -. proceda Señor Zulu.
Tres, dos, uno...
El puntito empezó a hacer estragos. Las hormigas saltaban tostadas por el rayo. Algunas corrían, pero otras, fatalmente heridas, yacían retorciendose y moviendo sus patas con frenesí, como tratando de sacudirse la quemada. Willy el devastador, era dios. Su fuego era como el de su pelicula favorita , la de Indiana Jones, en esa escena en la que el ángel exterminador barre con los nazis, sólo que en este caso, el nazi y el ángel exterminador eran el mismo.
Por largo tiempo permaneció calcinando hormigas, hasta que su naturaleza hiperactiva lo traicionó una vez más. El dios del fuego se aburrió y decidió que ya no las quemaría, ahora sería un elefante y las aplastaría sin piedad.
Killy, perdón, Willy alzó su pie y lo dejó caer como si pesara mil toneladas sobre las pequeñas criaturas. Entonces, se desencadenó una serie de eventos muy extraños. Cuando su zapato impactó contra el suelo, un pie gigantesco bajó del cielo y aplastó a Willy, y otro pie mucho más arriba cayó sobre el dueño del pie en el cielo y aún otro pie cayó de mucho mas arriba y aplastó al dueño del pie que había plastado al dueño del pie que había aplastado a Willy que había aplastado a las hormigas y así sucesivamente, comprobando la universal fórmula de que si haces algo malo , algo malo caerá sobre ti a la infinita potencia.
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Con el diablo en el bolsillo ( y otros relatos) José Luis Rojas.
CasualeUna grata lectura espera a quienes se adentren en Con el diablo en el bolsillo y otros relatos, pues descubrirán un mundo delirante y , a la vez , tan cercano a todos.