Creo que nadie ha sido tan feliz andando por la Rue Bonaparte como lo era yo aquella noche. Caminaba con paso alegre, con las manos en los bolsillos del pantalón. Eran las tres de la madrugada, pero no estaba cansado. La calle estaba despierta y mi corazón, lleno de alegría anticipada por todo lo que iba a venir. La vida era bella y Fortuna acababa de vaciar su cuerno de la abundancia sobre mí.
Todo el que haya estado enamorado alguna vez sabe a qué me refiero. Estaba a punto de saltar por la acera como hace Gane Kelly en Cantando bajo la lluvia. Por desgracia, soy todo lo contrario a un buen bailarín, así que me limité a canturrear la melodía y darle una patada a una lata de refresco.
Un borracho se acercó a mí tambaleándose, extendió la mano, se giró y miró asombrado cómo me alejaba. No llovía, pero yo habría recibido cualquier chaparrón como si fuera lluvia de oro. Me parecía estar cerca del cielo. Me sentía invulnerable. Era el elegido de los dioses.
¿Y acaso no era sencillamente increíble que el amor, después de todos los milenios en que los que el mundo ha estado girando en torno a su eje, siga siendo lo más maravilloso que les puede pasar a dos personas? Es ese sentimiento el que nos hace empezar siempre de nuevo y esperar lo máximo.
El amor... Es el primer verdor de la primavera, es un pájaro que gorjea su pequeña canción, una piedra que se lanza con alegría para que salte encima del agua, un cielo azul con nubes blancas, un camino intrincado que conduce a un fragante seto de retamas, un viento cálido que sopla sobre las colinas, una mano que se junta con otra.
El amor es la promesa de nuestra vida. En el inicio de todo siempre hay dos personas,
Y aquella noche se llamaban Louis y Harry.
En cuanto abrí la puerta de mi casa pude oír el maullido. Entré y me incliné sobre Orfeo, que se revolcó de alegría en la alfombra de tonos claros de la entrada.
-¿Qué hace mi pequeña princesa? - dije a la vez que acariciaba un par de veces su pelo gris y blanco atigrado.
Un ronroneo de satisfacción llenó el recibidor.
Orfeo apareció un buen día en casa. Una mañana estaba sentada maullando con pena delante de mi puerta. Entonces era muy pequeña, estaba muy delgada, y pregunté en todo el edificio si alguien había perdido un gato, y de ese modo conocí por fin a todos mis vecinos. Pero ninguno había echado de menos a un pequeño gato atigrado. Por mi completo desconocimiento de los hechos biológicos pensé que era un macho y lo llamé Orfeo. Luego apareció Clarisse, que venía a limpiar la casa una vez por semana, apoyó las manos en las caderas y sacudió la cabeza con energía.
-Mais non, monsieur Harry! ¿Qué ha hecho usted? Este animal es una hembra, ¡se ve enseguida!
Bueno, si se miraba con atención se podía ver. A pesar de todo se quedó con el nombre de Orfeo, y yo creo que le gusta, aunque nunca obedece cuando la llamo.
-No vas a creer lo que me ha pasado hoy, pequeña. Te va a sorprender. - Le rasqué la barriguita blanca y Orfeo rodó hacia un lado agradecida. Le daba igual lo que a mí me hubiera pasado, mientras la acariciara estaba todo bien.
Después de nuestro pequeño saludo ritual me dirigí a la cocina para tomar un vaso de agua. De pronto tenía mucha sed. Orfeo me siguió, se subió al mueble de la pileta con un elegante salto y me dio un suave golpe en el brazo con la cabeza.
-¡Está bien, está bien! - suspiré, y abrí un poco el grifo-. Pero deberías acostumbrarte a beber agua en tu cuenco. Sería lo normal, ¿sabes?
Orfeo no me hizo caso. Como todos los gatos, tenía su propia idea de lo que es "normal". Y, evidentemente, era mucho más interesante beber agua del grifo que en un bebedero para gatos.
Observé cómo movía su pequeña lengua rosa en el chorro y bebía agua con satisfacción.
-¿Su gato se llama Orfeo? -Louis había soltado una carcajada cuando le conté que la única compañía que tenía en mi casa era a una gata caprichosa que por equivocación tenía un nombre masculino. - ¿Toca bien la lira?
-Bueno, en verdad no. Pero le gusta mucho beber agua del grifo.
-¡Qué graciosa! - había opinado Louis -. El gato de mi amiga se bebe el agua de los jarrones de flores.
-Louis cree que eres muy graciosa - le dije a Orfeo.
-Miau - hizo ella. Se detuvo un instante, luego siguió bebiendo.
-¿Es que no te interesa saber quien es Louis? - Lancé la chaqueta sobre la silla de la cocina y me fui al cuarto de estar. El parqué crujió con suavidad. Encendí la lámpara de pie y me dejé caer en el sofá.
Unos segundos después oí un suave golpe. Orfeo había saltado al suelo y se acercó al sofá contoneándose. Un segundo después estaba echada sobre mi estómago ronroneando. To me estiré, acaricié su pelo sedoso y me quedé mirando absorto la pantalla blanca de la lámpara, que dejaba pasar una luz suave. La cara de Louis parecía flotar en el aire justo encima de mí. En su boca apareció una sonrisa.
Sin dejar la lámpara pensé en los besos delante del portal verde oscuro de la Rue de Bourgogne, que no querían tener fin y no obstante se acabaron cuando Louis finalmente se soltó de mis brazos.
-Tengo que subir - dijo en voz baja, y pude ver la indecisión en su mirada. Por un momento confié en que me iba a preguntar si quería subir con él, pero tomó otra decisión.
-Buenas noches, Harry - dijo, y puso sus dedos con suavidad en mis labios antes de darse la vuelta e introducir la clave en la cerradura del portal. La puerta se abrió con un leve crujido y dejó ver un patio interior en cuyo centro extendía sus ramas un viejo castaño de Indias.
-¡Ay, no quiero que te vayas! - dije, y volví a envolverlo con mis brazos -. ¡Otro beso más!
Louis sonrió y cerró los ojos cuando nuestras bocas volvieron a encontrarse. Después de ese hubo todavía un último beso y luego otro último de verdad, más intenso, bajo el viejo castaño.
-¿Cuándo nos volvemos a ver? -pregunté-. ¿Mañana?
Louis pensó un instante.
-¿El próximo miércoles?
-¿Qué? ¿Hasta el próximo miércoles? -Una semana me parecía un espacio de tiempo inconcebiblemente largo.
-Lo siento, pero antes no puedo- dijo él-. Mañana me voy a Le Pouldu a pasar una semana con mi tía. Pero no nos vamos a perder.
Y finalmente tuve que dejar que Louis se marchara, con la promesa de que el miércoles siguiente nos volveríamos a ver a las ocho en punto en el Cinéma Paradis.
Se despidió otra vez con la mano y desapareció por una puerta de la parte posterior del patio. Me quedé un rato mirando hechizado cómo detrás de una ventana de los pisos se encendía una luz y un poco más tarde se apagaba.
Aquí vive el hombre que amo, pensé. Y luego me marché.

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Abrigo rojo. - Larry Stylinson
Fanfiction"Todo lo que hagas hazlo con amor" - Cinema Paradiso. Cuenta la historia de Harry, el dueño de un viejo cine en Francia, y de Louis, un chico que usa un abrigo rojo, todos los miércoles va al cine y adora los puentes de Francia.