Eight.

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Estuvimos mucho tiempo sentados en Le Palette. Y habríamos seguido allí hasta bien entrada la madrugada, bebiendo vino, tomándonos las manos, bromeando, riendo, hablando y mirándonos en silencio, si los camareros no hubieran empezado a mostrarse intranquilos. Acercaban las sillas de madera a las mesas ya vacías. Daban golpes con las copas. Se apoyaban en la barra y nos miraban bostezando.

La verdad es que no mostraron mucha compresión hacia dos hombres que en ese momento trataban de olvidar que en el mundo existía algo más aparte de ellos. ¿Quién escribió que el amor es un sentimiento egoísta?

Finalmente uno de los camareros se acercó a nuestra mesa y carraspeó.

-Pardon, monsieur. Tenemos que cerrar.

Sorprendidos, levantamos la vista y pudimos comprobar que éramos los últimos clientes.

-¡Dios mío, ya es la una y media!- dijo Louis.

Sonrió al camarero con gesto de disculpa, separó su mano de la mía y tomó su abrigo rojo, que había dejado con mucho cuidado en el respaldo de la silla. Yo me puse de pie para ayudarlo a ponerse el abrigo, luego saqué la billetera y pagué.

-Muchas gracias por la invitación. Ha sido una velada estupenda- dijo Louis cuando el camarero cerró la puerta detrás de nosotros. Me miró mientras se abrochaba el abrigo rojo con calma. Hasta entonces no me había fijado en que tenía un corte algo anticuado y que le quedaba muy bien.

-Sí, ha sido una velada muy especial- repetí-. Y se ha pasado demasiado deprisa.- Era más de medianoche, no estaba nada cansado, y no quería que la noche terminara. Por mí podía haber continuado eternamente, como les ocurría a los protagonistas de Antes del amanecer, esos dos estudiantes que se pasan un día y una noche dando vueltas por Viena y luego no se pueden separar el uno del otro. Aunque yo no podía pedirle a Louis que paseara conmigo por las Tallerías y allí se cobijara en plan romántico en mis brazos hasta el amanecer. Hacía demasiado frío para eso.

En ese momento me habría gustado tener algo más de la despreocupada mentalidad de " en tu casa o en la mía" de Zayn. Por otro lado, no estaba seguro de que ese chico del abrigo pasado de moda fuera del tipo de hombres a los que se puede conquistar de aquel modo. Y, además, aquello era el comienzo de algo muy especial, no de una historia cualquiera, podía notarlo con toda claridad.

En el silencio de la noche parecía que costaba más pronunciar cada palabra que en el interior del acogedor bistró, en el que habíamos estado sentados a la mesa de madera oscura y mientras hablábamos nuestras manos se habían rozado continuamente. Ahora estábamos en la calle, uno frente al otro, y no me quería despedir. De pronto me volví tímido como un niño.

Pensé en invitar a Louis al cine la tarde siguiente, una proposición muy poco original para el propietario de una sala de cine. Indeciso, hundí las manos en los bolsillos del pantalón y busqué una frase brillante.

-Bueno, pues...- dijo Louis, y subió los hombros tiritando-. Voy a esa dirección- señaló con la mano hacia el Boulevard Saint-Germain.- ¿Y usted?

Mi casa estaba a pocos minutos de La Palette, en la Rue de l'Université, justo en la dirección opuesta, pero daba igual.

-Ah, vaya, yo también- mentí, y vi cómo Louis sonreía con satisfacción-. Buenos, pues... yo voy en la misma dirección. Así que puedo acompañarlo un rato, si usted quiere.

Quería. Se colgó de mi brazo y avanzamos sin prisa por la Rue de Seine hasta el Boulevard Saint-Germain, que a esa hora todavía estaba muy animado. Pasamos por el puesto de crepes, ya vacío, que está junto al pequeño jardín de la vieja iglesia de Saint-Germain-des-Prés y ante el que durante el día siempre hay una cola de gente que, atraída por el olor, espera para comprar una crepe con crema de castañas o un waffle con chocolate.

Abrigo rojo. - Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora