Five.

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Aquel miércoles llegué demasiado pronto al cine. Después de comer con Zayn había salido corriendo como si tuviera una cita. Aunque no la tenía. Pero como todos sabemos, los momentos felices son siempre los que se esperan.

Así, loco de contento crucé el Boulevard Saint-Germain, bañado por el claro sol del mediodía, serpenteando lejos del paso de cebra entre los coches que se habían detenido en un semáforo en rojo. Encendí un cigarrillo y pocos minutos después enfilé la Rue Mazarine, que estaba a la sombra.

Cuando abrí la puerta del Cinéma Paradis noté el familiar olor a madera y muebles tapizados, me tranquilicé un poco y me entretuve cambiando la decoración de las vitrinas.

En la sesión de Les amours au Paradis se proyectaba esa noche El rayo verde, de Éric Rohmer. Saqué los nuevos folletos. Comprobé si había cambio suficiente en la caja. Eché un vistazo al vestíbulo y preparé los rollos de película. Luego entré en la sala y probé a sentarme en diferentes butacas de la fila diecisiete para ver que tenía de especial, ero no descubrí nada. Ni siquiera en la última fila de mi cine, que suele ser la preferida por los enamorados porque allí pueden besarse en la oscuridad sin que nadie los moleste.

Maté el tiempo haciendo cosas útiles y menos útiles, sin dejar de mirar cada tanto las agujas del reloj que colgaba en el vestíbulo.

François llegó y desapareció en el cuarto del proyector. Madame Clément llegó con unos pasteles de frambuesa que había preparado ella misma. Y cuando los espectadores de la sesión de las seis habían comprado ya sus entradas y habían ocupado sus asientos para conocer en ¿Y si vivimos todos juntos? el destino de un grupo de ancianos rebeldes, abrí la puerta de la sala de proyección y le hice a François una seña de que salía a tomarme un café.

François estaba inclinado sobre un montón de libros y cuadernos. Mientras se proyectaba la película tenía tiempo para estudiar sus exámenes.

-Enseguida vuelvo- dije, y él asintió.

-Y... François... ¿puedes cerrar tú el cine esta noche? Tengo planes para después de la última sesión.

Mientras me toaba un café crème en el bistró más cercano me di cuenta de que mi plan no era precisamente brillante. La sesión de la noche acababa a las once y cuarto. ¿Quién querría ir a cenar a esas horas? Tal vez fuera mejor invitar al chico del abrigo rojo a comer el fin de semana. Si es que aceptaba mi invitación. Y si venía esa noche al cine.

De pronto sentí un escalofrío de miedo. ¿Y si no aparecía? ¿O no volvía nunca más? Nervioso, removí el café a pesar de que hacía tiempo que el azúcar se había disuelto.

Pero hasta ahora ha venido todos los miércoles, me dije. No seas idiota, Harry, va a venir. Además, parece que le gustas. Siempre sonríe cuando te ve.

Pero tal vez sea solo un gesto normal de amabilidad. No, no, hay algo más. Me apuesto lo que sea a que está esperando a que le digas algo. ¡Deberías haberlo hecho hace tiempo, cobarde! ¡Hace tiempo!

Oí un pequeño ruido, como un crujido, y alcé la mirada. El profesor de la chaqueta de pana estaba sentado en la mesa de al lado y me saludó con un movimiento de cabeza desde detrás de su periódico. Sus ojos despiertos brillaban divertidos.

¡¿Dios mío, no habría estado hablando en voz alta?! ¿Era yo una de las personas que no controlan lo que dicen? ¿O es que aquel anciano podía leer el pensamiento?

Apurado, le devolví el saludo y me bebí el café de un trago.

-He visto que hoy pone usted El rayo verde - dijo el profesor-. Una película preciosa, no me la puedo perder- Una leve sonrisa surcó sus labios.- Y no se preocupe, seguro que el joven viene hoy también.

Rojo como un tomate, me puse de pie y tomé mi chaqueta.

-Sí, bueno... hasta luego.

-Hasta luego- dijo él.

Esperaba con todas mis fuerzas que el profesor no se equivocara con respecto al joven.

Era el último de la fila que se había formado delante de la taquilla, y cuando me dio un billete para pagar, aproveché la ocasión.

-Viene usted con frecuencia a esta sesión, monsieur. ¿Le gustan las películas? - le pregunté mientras entregaba la entrada y las vueltas.

Él se rasco la nuca y sonrió con timidez.

-¡Oh, sí! Mucho.

-Pues a mi también me gusta mucho que usted venga tan a menudo- dije de golpe, y me quedé mirando su oreja pequeña y perfecta, que había adquirido un tono rojizo.

Él siguió sonriendo y guardó el dinero en su billetera. ¿Qué iba a contestar a una observación tan estúpida?

No digas tonterías, ve al grano, tonto, ¡al grano!, oí que decía la voz de mi amigo Zayn.

-Bueno... jaja... en realidad tendría que hacerle una rebaja, viene usted mucho al cine- dije intentando ser graciosos-. Como esas tarjetas para acumular puntos de los grandes almacenes, ¿sabe?

Tomó su entrada y me miró directamente a los ojos durante un instante. Luego volvió a sonreír y yo le devolví la sonrisa como hipnotizado.

-No es necesario, monsieur. Las películas merecen la pena.

La puerta de la calle se abrió, una ráfaga de viento barrió el vestíbulo. Dos estudiantes entraron riendo y se dirigieron hacia la taquilla. Tenía que darme prisa.

El joven del abrigo rojo hizo ademán de marcharse.

-Espere un momento- grité, y él se volvió- Ha... ha olvidado algo.

Me miró sorprendido.

-Quiero decir... yo... yo he olvidado algo- proseguí, en un intento desesperado por no perder su atención.

-¿Sí?

-He olvidado preguntarle una cosa- lo miré- ¿Querría venir conmigo a cenar... o... o a tomar algo después de la sesión? Así... podríamos hablar sobre la película... si usted quiere. Yo... bueno, me gustaría mucho invitarlo, quiero decir... ya que no quiere usted una tarjeta de puntos.

¡Dios mío, qué estupidez había dicho!

-¡Dios mío, que estupidez he dicho! -dije sacudiendo la cabeza-. Discúlpeme, por favor. Olvide todo eso de los puntos. ¿Me permite invitarlo? Diga que sí, por favor.

Mi corazón acompañaba mis estúpidas palabras al ritmo de staccato.

El chico del abrigo rojo levantó las cejas, luego se mordisqueó el labio inferior y su boca mostró una amplia sonrisa. Sus mejillas se sonrojaron. Luego, por fin, dijo algo.

Dijo sí.


Abrigo rojo. - Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora