Louis me había dejado un mensaje en el Cinéma Paradis. Ese mismo día. Era un triunfo. Y a la vez una lástima. Un triunfo porque demostraba que mi amigo estaba equivocado. Una lástima porque yo no estaba allí para recibir el mensaje. En ese caso habría podido ver a Louis antes de que se marchara de viaje. Y entonces sí que le habría pedido su número de teléfono.
Así que fue François quien me entregó un sobre blanco cuando llegué al cine a las cuatro y media. Sorprendido, miré el sobre, en el que no había ningún nombre escrito.
— ¿Qué es esto?
— Del chico del abrigo rojo— dijo François con toda tranquilidad, y me lanzó una mirada interrogante tras sus anteojos de montadura metálica redonda —. Ha preguntado por <<Harry>> y luego me ha dado esta carta.
—Gracias.— Le arranqué literalmente el sobre de las manos y desaparecí con él en la sala, que a esa hora todavía estaba vacía. Lo abrí apresuradamente con la atrevida esperanza de que contuviera algo bonito. Era un texto breve. Cuando leí las líneas escritas a mano en azul oscuro suspiré con alivio. Luego releí la carta frase por frase.
Querido Harry:
¿Llegaste bien a casa anoche? Me habría gustado poder acompañarte a la Rue de l'Université, pero de ese modo nos habríamos pasado la noche de un lado para otro y yo tenía que levantarme temprano hoy. A pesar de todo no he podido dormir. Nada más entrar en casa ya te echaba de menos. Y cuando hoy, al despertarme, he mirado por la ventana y he visto el viejo castaño, de pronto me he sentido feliz. No sé si luego vas a estar en el cine (naturalmente, eso sería lo mejor) o si voy a dejar esta carta en la persiana para que la encuentres al llegar, una pequeña señal antes de marcharme de viaje. No soy un aventurero, pero me alegro de haberte conocido, del próximo miércoles y de todo lo que pueda ocurrir.
Un beso, L.
No soy un aventurero, había escrito, y eso me emocionó, a pesar de que era una cita. O tal vez precisamente por eso. Las palabras procedían de la película El rayo verde, que se había proyectado la noche anterior en el Cinéma Paradis. La reservada Delphine se las dice a sus amigos: <<No soy una aventurera>>.
—¡Ay, querido Louis! —murmuré en la penumbra de la sala del cine —. No, no solo eres un aventurero, pero no importa. Eso es precisamente lo que me gusta de ti. Tu vulnerabilidad, tu timidez. Este mundo no está hecho solo para los audaces y los valientes, para los que gritan y se imponen, no, también los tímidos y los callados, los soñadores y los sensibles tienen su sitio en él. Sin ellos no habría término medio, matices, acuarelas azul pálido, palabras no dichas que dejan volar tu imaginación. ¿ Y no son precisamente los soñadores los que saben que las mejores aventuras se viven con el corazón?
Seguramente habría continuado durante un rato con mi monólogo si un ruido no me hubiera hecho levantar la mirada. En la puerta de la sala estaba madame Clément, con su delantal de flores y apoyada en una escoba, mirándome embobada.
— ¡Madame Clément! — exclamé, y luego carraspeé para recuperar la compostura—. ¿Es que me estaba espiando? — Me puse de pie a toda prisa.— ¿Hace cuánto tiempo que está ahí?
— ¡Ay, monsieur Style!— suspiró, ignorando mi pregunta—. ¡ Ha sido tan bonito eso que ha dicho de las aguas tranquilas y los cuadros azules y los sueños! Podría estar horas escuchándolo. Yo también tenía una de esas cajas de acuarelas cuando era pequeña, no sé dónde habrá ido a parar. En algún momento de la vida se deja de pintar... y también de soñar. Una lástima, ¿verdad? — Una sonrisa ingenua cruzó sus labios.— Pero cuando uno se enamora vuelve a soñar otra vez.
Algo confuso, asentí, doblé la carta y me la guardé en el bolsillo de la chaqueta. No sabía que en madame Clément se escondía toda una filósofa.
— ¿Le ha escrito? ¿Qué dice? — Me miró y me lanzó una sonrisa de complicidad.
— ¡¿Qué?! — solté sorprendido— . ¡De verdad, madame Clément, esto es el colmo!— me había sorprendido in fraganti y no estaba dispuesto a desvelarle los secretos de mi corazón. ¿Pero cómo se había enterado de todo el asunto?
— François me ha contado de la carta, naturalmente. — Me miró con cariño.
— Naturalmente— repetí alzando las cejas y alegrándome de que funcionara tan bien la comunicación entre los empleados de mi pequeño cine.
— Todos nos preguntábamos cómo habría ido su velada con el atractivo joven del abrigo rojo — prosiguió madame Clément sin poder ocultar su curiosidad. Dijo <<todos>> como si formara parte de una corte imperial pendiente de los pasos de su regente enamorado.— Pero si hoy ha preguntado por usted y hasta le ha escrito una carta de amor es que tuvo que ser una noche maravillosa.
— En efecto— tuve que reírme— . ¿Y cómo está usted tan segura, querida madame Clément, de que es una carta de amor?
Ladeó la cabeza y apoyó en la cadera la mano que le quedaba libre.
— Mire, monsieur Styles, ya tengo unos cuantos añitos sobre mi espalda. Basta con verle la cara para saber lo que pasa. Él le ha escrito una carta de amor, c'est ça! — sus enormes manos agarraron el palo de escoba y, muy convencida, la movió con energía por el suelo— . Y ahora apártese para que pueda barrer antes de que empiece la función.
Hice una leve inclinación y me marché. Cuando vi mi rostro reflejado en el gran espejo art déco que había en el vestíbulo tuve que reconocer que madame Clément tenía razón. El hombre alto y delgado, de pelo rizado y oscuro, ojos verdes y brillantes, y sonrisa radiante estaba enamorado. Podía verlo cualquiera que tuviera ojos en la cara.
Me aparté y toqué la carta que llevaba en el bolsillo. ¿Era una carta de amor? La volví a sacar y sonreí mientras releía las cariñosas palabras.
Sonreí sin saber que en las próximas semanas la iba a leer una y otra vez, que me iba a aferrar a ella con la desesperación de un náufrago porque era la única prueba de una velada feliz que había terminado bajo un viejo castaño en un patio interior de la Rue de Bourgogne.
Me quedé mirando fijamente el cartel de Las cosas de la vida que había colgado la tarde anterior junto con el anuncio de <<El próximo miércoles en la sesión de Les amours au Paradis>>, y deseé que fuera ya miércoles. Me habría gustado poder romper las leyes del tiempo y saltarme una semana de mi vida para poder ver a Louis cuanto antes. Pero supuestamente él estaba en camino a la Bretaña.
En los días siguientes guardé la carta de Louis en el bolsillo de la chaqueta como un talismán. La llevaba siempre conmigo, como un seguro para volver a alcanzar la felicidad. La leía por la noche cuando — bajo la atenta mirada de Orfeo— me recostaba en el sofá con una copa de vino tinto y no podía irme a la cama; la leía a la mañana siguiente, cuando me tomaba mi espresso en una de las mesitas redondas del Vieux Colombier y luego me quedaba ausente mirando la lluvia que caía sobre el adoquinado.
¡Claro que era una carta de amor! Y además era la mejor sorpresa que me había deparado aquella excitante semana.
Al menos eso era lo que pensaba hasta el momento en que el viernes por la noche, después de la última sesión, bajé la persiana del cine y de las sombras salió un hombre bajito con una gabardina y se dirigió a mí.
Yo conocía a ese hombre, y también quien lo acompañaba. Pero tardé unos segundos en darme cuenta.
Nadie puede reprocharme que abriera los ojos como platos y de la sorpresa se me cayeran las llaves al suelo. Toda la escena era —por decirlo con las palabras del tímido librero de la película Notting Hill— bastante irreal.
Ante mí estaba, como caído del cielo, el famoso director de cine neoyorquino Allan Wood y a su lado estaba un bellisímo hombre que yo había visto muchas veces en la pantalla.
Solène Avril, uno de los más famosos actores de nuestro tiempo, me dio la mano como si fuéramos viejos amigos.
— Bonsoir, Harry— dijo con una sonrisa radiante— . Soy Solène y adoro este cine.
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Abrigo rojo. - Larry Stylinson
Fanfiction"Todo lo que hagas hazlo con amor" - Cinema Paradiso. Cuenta la historia de Harry, el dueño de un viejo cine en Francia, y de Louis, un chico que usa un abrigo rojo, todos los miércoles va al cine y adora los puentes de Francia.