Yo también me encendí un cigarrillo y observé la columna triunfal del centro de la plaza, que a luz de los focos se erguía como un obelisco dorado en el cielo negro de la noche. Aunque no tenía motivo para ello, aunque no albergaba ninguna pretensión, me sentí extrañamente avergonzado, y en esa plaza en silencio de pronto fui consciente de lo extraordinario de la situación.
—¿En qué piensas, Harry? —me preguntó Solène.
—En nada. No, no es cierto. Estaba pensando... bue-no... qué silencio hay aquí—dije—. Como una isla desierta.
—La felicidad es siempre una pequeña isla —dijo Solène, y sonrió—. Creo que los dos estábamos pensando lo mismo. Vamos, demos un paseo.
Se colgó de mi brazo. Nuestros pasos resonaron cuando pasamos por delante de las tiendas, cuyos escaparates a esa hora todavía estaban iluminados, y el olor del tabaco se mezcló con la fragancia de su perfume.
—Usa usted un perfume muy poco habitual. ¿Cuál es?—pregunté.
Solène me miró de reojo y con una mano libre se sujetó un mechón de pelo.
—¿Le gusta? Es de Guerlain. L'heure bleu. Una fragancia muy antigua. Imagínese, existe desde 1920.
—Increíble. Me gusta mucho.
—Usted también me gusta, Harry.
—¿Yo? ¡Uy, Dios mío! —sonreí azorado—. Como hombre soy un desastre. No cazo, no boxeo, no siquiera sé tocar el piano.
—Eso no es ningún desastre —se rio—. Me apuesto lo que sea a que tampoco sabe bailar, pero eso no importa. Esto de aquí arriba... —me dio unos golpecitos en la frente—, esto es lo importante, esto es atractivo, es lo que me gusta de usted. Usted sabe muchas cosas, es inteligente, tiene fantasía. Puede verlo enseguida. —Me lanzó una mirada risueña.— Sí, sí, tiene usted una buena cabeza. Un auténtico intelectual, un poco tímido tal vez, ¡pero eso me encanta!
¿Un intelectual tímido? Sacudí la cabeza. Es sorprendente lo que la gente puede decir de uno, solo porque no se pasa el día hablando.
—No, tampoco soy tan intelectual.
—¡No conoce usted a los granjeros texanos! —Solène suspiró, luego se detuvo y me miró—. ¿Y yo? ¿Le gusto yo? Quiero decir, en teoría...
Unos finos cabellos rubios rozaron su cara y su boca esbozó una sonrisa. Y allí estaba, una estatua luminosa en la oscuridad, esperando una respuesta.
Yo estaba confuso. ¿Me estaba haciendo Solène Avril una proposición? Volvió a invadirme esa sensación de irrealidad. El suelo pareció temblar bajo mis pies, y creí sentir el movimiento de la Tierra. Tragué saliva y carraspeé.
—¡Dios mío, Solène, vaya pregunta! Claro que me gusta. Y no solo en teoría. ¡Mírese! Está usted tan lejos de la teoría como... como un día de verano de un... mueble de oficina. Quiero decir... ¿es que algún hombre podría resistirse a sus encantos? Es usted un hombre precioso y encantador... y realmente muy... muy atractivo...—Me pasé la mano por el pelo.
—¿Oigo un <<pero>>?
—Solène... yo...
—¿Sí?— Sus ojos azules tenían un brillo especial.
Aquello no me resultaba fácil, y tal vez fuera el mayor idiota que se había visto jamás sobre la Tierra, pues sin duda ese momento no se iba a volver a repetir en toda mi vida. Pero otra imagen me tapó la vista.
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Abrigo rojo. - Larry Stylinson
Fiksi Penggemar"Todo lo que hagas hazlo con amor" - Cinema Paradiso. Cuenta la historia de Harry, el dueño de un viejo cine en Francia, y de Louis, un chico que usa un abrigo rojo, todos los miércoles va al cine y adora los puentes de Francia.