Eleven

12 1 0
                                    

  —¡Dios mío, todo está exactamente como yo lo recordaba, maravilloso, ç'est ravissant! 

Con entusiasmo infantil, Solène recorrió las filas de asientos y pasó la mano por los respaldos de terciopelo rojo.

 —¿No es sencillamente increíble, chéri? ¿No te lo había prometido? Debes admitir que en América nunca habríamos encontrado algo así.

 Allan Wood se colocó bien los anteojos de carey, y ya se disponía a contestar cuando Solène se dejó caer en una de las viejas butacas y cruzó con elegancia las piernas cubiertas por unos delicados pantalones de seda.

  —¡Es perfecto, sencillamente perfecto!— prosiguió, y su melena rubia rozó el respaldo. Por un momento solo vi su pelo, que caía como oro líquido sobre el terciopelo rojo, y su bien torneada rodilla, que subía y bajaba.

 —Y esta locura de ambiente. Y el olor que hay en esta vieja sala me inspira... aaaah, soberbio, ¿verdad? ¡Ven, siéntate a mi lado, chéri !

 Allan Wood, que se había mantenido todo el tiempo de pie junto a mí para captar de un modo más discreto la <<locura del ambiente>> de mi cine, me sonrió de modo  de disculpa antes de dirigirse hacia delante y recorrer la fila de butacas donde se había sentado Solène. Yo observé maravillado, y en ese instante tan irreal de mi propio cine me resultó desconocido. 

 El pesado telón de terciopelo rojo que llegaba hasta el suelo y en ese momento tapaba la pantalla; las veintitrés filas de butacas que ascendían ligeramente hasta la pared posterior del vestíbulo, en la que se abría la ventana cuadrada por la que el operador podía ver la pantalla y a los espectadores; los retratos en blanco y negro, enmarcados en madera de raíz, de Charlie Chaplin, Jean-Paul Belmondo, Michel Piccoli, Romy Schneider, Marilyn Monroe, Humphrey Bogart, que sonreían desde las paredes tapizadas con tela oscura como si a la luz de las lámparas de globo hubieran despertado una nueva vida. 

  Pero lo más bonito era la cúpula de la sala, que yo contemplaba con frecuencia y que gustaba especialmente a los espectadores de la última función. La sala estaba cubierta por una cúpula pintada con ramas verde oscuro en cuyas hojas se escondían aves del paraíso y frutos dorados.

  —¿Entiendes ahora por qué solo puedo rodar esas escenas aquí? — Solène Avril abrió los brazos y estiró los dedos en un gesto dramático—. No quiero ser patético, pero esto... esto de aquí es muy diferente de lo que se imita en los estudios, n'est-ce pas, chéri? Aquí puedo ser auténtico, aquí podré interpretar con el corazón, puedo sentirlo.—Soltó un suspiro de felicidad.

 Allan Wood se sentó a su lado, echó la cabeza hacia atrás y estiró los brazos sobre los respaldos de las butacas que tenía a izquierda y derecha. Guardó silencio un instante.

Yeah, it seems like the perfect place — dijo luego—. I really like it! — giró la cabeza de un lado a otro y miró el techo—. Y huele... —añadió con su curioso acento, agitando su pequeña mano en el aire —  ... totalmente nostálgico. Huele... —chasqueó los dedos como si hubiera tenido una idea ingeniosa— ... huele a historia.

  Yo permanecía en silencio en la pared del fondo de mi cine y ya no estaba en condiciones de juzgar si Allan Wood  tenía razón o no. Para ser sincero, ya ni siquiera estaba en condiciones de saber si no estaba alucinando.

  Era poco antes de la medianoche y casi esperaba que las dos cabezas que sobresalían por encima de las butacas se desvanecieran de pronto en el aire y yo me despertara en mi cama sacudiendo la cabeza y murmurando que había soñado con un famoso director de cine norteamericano y uno de los hombres más bellos del planeta, que habían ido a mi pequeño cine para convertirlo en escenario de una película. Eso es lo que ocurre cuando se sueña, ¿no?

Abrigo rojo. - Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora