LOS COLORES

31 3 9
                                    

Limpio mi guitarra con algodón y tequila; normalmente lo hago con vodka pero cualquier alcohol sirve.

          Este olor me recuerda a mi tío el que siempre bebe, al que le falta un dedo porque se lo voló en el trabajo, al que le mataron a un hijo a unas cuadras de aquí, el que me abrazó tan fuerte y lloró tan amargamente en el funeral que no volví a ir a ningún otro hasta que murió Rosita y no he vuelto a ir a ninguno más.

          Este olor me recuerda las fiestas familiares, las navidades. Me recuerda a los adultos, así olía su mesa al acercarme.

          Me recuerda las náuseas que sentí la primera vez que tomé en serio y terminé vomitando en una jardinera frente al salón de eventos donde se festejaban los quince años de Rosita, quien antes me había pasado su chicle en un torpe beso. Ahí, en el parque, de noche, con todos, sintiéndome seguro en la oscuridad, en el aire frío, en el calor de mi cuerpo, en su mirada, en la neblina de alcohol... Me sentí bien, por un momento.

          Nunca aprendí a tomar, nunca me hizo falta, mi vida nunca fue tan dura como para adquirir un vicio así. Ahora lo es, pero tomar es demasiado caro y demasiado peligroso. No puedo darme el lujo de perder la conciencia, ni siquiera de adormecerla un poco.

          Odio las cosas que adormecen. Necesito estar alerta. No he terminado aquí.

          Además tengo las letras, los sonidos, los colores...





PAPELES PERDIDOS #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora