Capítulo VIII

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—¿Qué va a hacer con la niña bonita, jefe? —le preguntó a su líder.
—La vamos a liberar, pero antes, probaremos ser amables.
—¿Amables?

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  Pasaban los días y seguía encerrada, sin noticia alguna.
  El de ojos claros no volvió, mandaba a otros a traerme comida y agua. 
  No me desesperaba estar encerrada, lo estuve toda mi vida, si me desesperaba pensar que talves el perro no me mintió, que papá no hacía nada para sacarme de ahí.
Retumbaban en mi cabeza sus palabras, "nunca".

  Hacía un día muy soleado fuera, entraba la luz del sol por entre las maderas. Traté de mirar hacia fuera pero la luz me cegaba, cuando entró él, el egocéntrico de ojos luna.
  Me miró frívolo y distante acercándose a mí, me aleje hasta chocar la espalda contra la pared.

—¿Voy a salir? —pregunté, su silencio me impacientaba.
—Sí. Vas a dar una vuelta con nosotros.
—Pero...
—No princesa, no hay respuesta por parte de tu padre, ahora ven, apurate.

  Caminábamos devuelta a la manada por aquel camino de tierra. Nunca había visto el bosque tan de cerca, era hermoso, de árboles altos hasta el cielo. Caminaba a prisa sin dejar de admirar aquel paisaje, respirando profundo aquel aroma a pino y flores silvestres.
  Él me seguía detrás, mirándome con cierta dulzura que desconocía en esas bestias prepotentes.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté para interrumpir aquella mirada que tanto me incomodaba.
—Sandokan. 
—¿Sandokan? ¿así te llamas? Nunca había escuchado un nombre así.
—No tenemos el registro de nombres permitido en la región —dijo tras un leve suspiró ante mi comentario.
—¿Los inventan ? —pregunté.
—Todos nuestros nombres tienen su significado.
  No hablamos más hasta que llegamos donde el resto. Se veían diferentes que la otra noche, más energéticos, de mejor humor, jugaban a lo bruto y se reían.

  El hombre de piel oscura y musculoso se plantó frente a mí, con una sonrisa.

—Este es Marco —me presentó Sandokan.
—Hola —me dijo con cierta inseguridad. No le contesté, sólo miré al piso.
Sandokan me volvió a hablar:
—Vamos a ir a cazar con la manada, vendrás con nosotros, y no hagas ruido.
—¿Cazar? —dije sorprendida.
—Espero que no te impresione la sangre y las tripas —dijo Marcus riéndose.

  Éramos seis. Al parecer todos tenían su función a la hora de cazar, todos tomaban su posición y acechaban en silencio. Uno comenzaba la persecución en el momento exacto, corrían su presa a gran velocidad.

  Sandokan se encargaba de clavarle los colmillos y quebrantarle los huesos del cuello al pobre siervo, el resto atacaban las patas del animal para derribarlo. Parecían no fallar nunca, su trabajo en equipo era eficaz.

Sentí la bilis subir por mí garganta al ver tal carnicería. No aguante y vomité en un arbusto detrás mío.

  Era un festín, los cuatro comían energéticos y felices, despedazaban la carne del animal, algunos se peleaban o se gruñían, pero volvían a su tarea.
Sandokan no los acompañó en la comida, se acercó a mí con Marco.

—Quédate con él —me dijo refiriéndose al musculoso, antes de desaparecer entre los árboles.


Ojos De Luna [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora