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—Eres una cobarde —escupió Louis.

Y aunque le escuché, aunque mi corazón acababa de estallar, yo seguí caminando lejos de él. Como si no me importara.

Esto me recordaba tanto a Moulin Rouge que casi tenía ganas de reírme. Venga, Lou, ahora te toca subirte a un elefante y ponerte a cantar como Ewan.

—No te vayas —le oí decir.

No se había movido. Seguía bajo el nombre fosforescente del local que había dado cabida a nuestros sentimientos. Supongo que, ahora, era lo único que teníamos en común. Y sí, yo estaba actuando como una cobarde, lo sabía. Era tan plenamente consciente que me daría contra la pared si hubiera estado sola. Pero en ese momento lo que quería era separarme de Louis. Y no quería desarrollar nada hacia él. Nada más, al menos.

Aunque algo me decía, y no se equivocaba, que ya estaba perdida. Perdidamente enamorada. Loca por alguien con quien sabía que no tenía nada que hacer. Ya lo habíamos dicho. Al empezar con toda esta mierda lo habíamos dejado claro. No éramos el uno para el otro. ¿Entonces por qué me costaba tanto creerlo? Si ya lo sabía. Si lo había asumido.

Entonces, ¿por qué, a pesar de todo, seguía loca por él? ¿Por qué me dolía el hecho de que no corriera detrás de mí? ¿Por qué le quería cantándome canciones bohemias al ritmo de versiones cutres de canciones increíbles?

Simplemente, ¿por qué?

Había dado diez pasos y mis ojos habían liberado cien lágrimas.

Di el undécimo. Y él no me paró.

El duodécimo. Y mi brazo se sintió demasiado pesado sin su mano rodeándolo.

El decimotercero. Y me di por vencida.

Porque el tercero ya había pasado. Y me negaba a creer en los cuartos. Porque me recordaban a él. Y a sus fotos decorando cada habitación de su desordenada casa. Y a él. Y a lo desordenada que estaba mi mente después de su paso. Porque así era Louis. Pasa por tu vida y antes de que te des cuenta, está todo tan revuelto que no le encuentras su sitio a nada.

Así estaba yo.

Y así me iba a quedar.

Porque, ¿quién era el siguiente? Apuesto a que la fila de gente que iba a aparecer en mi vida en el futuro, sentía pena por mí. Y yo sentía pena por toda la gente a la que Louis había dejado de la misma manera que a mí.

Debía ser Dios de algo para haber causado tanto con su único toque. Era Dios de una cultura no descubierta aun. Mi cuerpo. Porque todas las células que lo componían morían por él.

Y así era.

No me pongo filtros porque eso lo hace todo peor. Y me gustaría poder tener unos amigos geniales que me regalaran un coche después de decirme que no me querían allí con ellos. Y quería poder mirar por la ventana y ver algo que me recordara, incluso dolorosamente a ese amor arrebatado. Y quería que alguien estuviera dispuesto a cruzar un laberinto por mí, incluso cuando todo es posible y nada es lo que parece. Y quería que alguien se tomara la molestia y el tiempo de escribir un libro, publicarlo, y engañar a medio mundo solo para darme una lección, y decirme, que no son los diamantes los mejores amigos de la mujer, sino el chocolate.

Quería todo eso en una sola persona, un amigo, un novio, algo. Pero eso eran solo cosas de película.

Y así, volvimos al tema de Louis.

Porque no conocería tanto de no ser por él. ¿Qué has hecho? Me has subido el listón. Ahora no quiero a alguien que no sea un Will Hunting, una Satine, un Christian, un Toulouse, una Sarah. En cierto modo, es Louis.

Tenía razón. Estaba actuando como una cobarde. Lo era, al fin y al cabo. Esperando que fuera él quien me convenciera de que no estaba tan mal. De que podíamos intentarlo. Y pensé en Barbara Novak, en Satine, en Sarah. No escribiría un libro, ni intentaría salvar un teatro, ni cruzaría un laberinto. Pero podría haber hecho algo. Y no lo hice. Y, lo peor, no lo iba a hacer.

Eso era lo peor de todo, lo que me mataba. Lo que me convertía en una cobarde. Sabía que tenía que cambiar los papeles y no lo estaba haciendo.

Podía ser el tipo de chica que siempre he admirado. Que persigue lo que quiere. No city no men. Pero es que era eso, que era una cobarde. Que no podía levantarme y mandarlo todo a la mierda con un grito, porque era una cobarde. Que no podía plantarme en el rellano de Louis con una orquídea (las rosas están sobrevaloradas), porque una cobarde.

treinta y seis lunares Donde viven las historias. Descúbrelo ahora