Ya no podía más, no sabía cuánto tiempo llevaba entre esas paredes frías. Me perecía que llevaba años observando las mismas rejas, escuchando las mismas voces, oyendo las mismas preguntas y dando las mismas respuestas.
¿Quién es tal persona?, ¿Quiénes son tus contactos?, ¿Dónde se reúnen? Etcétera, etcétera, etcétera.
Estaba más delgada, la ropa que llevaba apenas me quedaba aunque no era la mía. Suspiré al recordar que en algún momento de mi vida había querido bajar de peso, ahora esto era una exageración.
Como siempre alguien apareció delante de mí pero ni siquiera lo miré, si estaban allí solo era por dos razones: para dejarme salir a caminar o para mis necesidades básicas.
—Sal —dijo una voz que reconocería en cualquier parte, Daniel.
Lo miré.
Hacía semanas que no lo veía pero, podía recordarlo claramente en sus interrogatorios. Intentando obtener información que no poseía. Ya conocía sus rostro, su forma de hablar, de pararse para parecer intimidante. Si no lo hubiera visto por mí misma y si no hubiera sentido el miedo que él puede provocar simplemente con una mirada, jamás habría creído que alguien podía ser así.
—¿Qué? —pregunté sorprendida.
—Puedes irte —dijo mientras daba un paso hacia atrás.
No me moví, ¿acaso esto era producto de mi imaginación?
Como él seguía sin moverse me puse de pie lentamente y me acerque a la reja, dudé un segundo.
—Acaso quieres quedarte aquí —dijo, no había ninguna emoción en su mirada.
—No —susurré y salí.
La sensación de libertad me embargó de tal manera que hubiera llorado ahí mismo, pero ahora ya no tenía lágrimas, nada. Lo miré un segundo antes de que comenzara a caminar, lo seguí lo mejor que pude pero la poca movilidad que había tenido causo que en vez de caminar como él, con energía y firmeza, prácticamente me arrastrar afirmada a la pared.
Subí las escaleras apoyándome en el pasamano, mis músculos se quejaron y quemaron. Daniel ni siquiera se volteó a mirarme.
Llegamos a un pasillo y me llevó hasta una puerta, la atravesó como si nada y la mantuvo abierta para mí. Quede ciega a apenas la atravesé. La repentina y brillante luz quemó mis ojos enseguida. Me detuve y llevé mis manos a mis ojos por la sorpresa.
Cuando por fin logre ver a mí alrededor abrí mi boca por la impresión. Estábamos en la parte trasera de un edificio, y al ver algunos automóviles deduje que era un aparcamiento. Me giré lentamente para observar a Daniel.
—Vete —me dijo y arrugue mi frente.
No me moví.
En verdad el acababa de decirme solo eso. Vete.
—Así como así —le dije molesta —vete, ¿qué crees que soy? un perro. — Él me miró sin mostrar algun sentimiento o culpabilidad en su rostro, no había nada en sus ojos verdes—. Claro, probablemente eso crees que soy, vete —repetí, di dos pasos lejos de él pero me detuve y giré para mirarlo, aún estaba afirmando la puerta —han arruinado mi vida y lo único que dices es vete —me sentí llena de energía, regresé con él y lo abofetee con todas mis fuerzas.
La rabia dentro de mí se sentía tan grande, me daba poder. Él mantuvo su rostro hacia un lado y noté la marca roja, igual que mis dedos, aparecer en su mejilla. No me importó.
—Jamás en mi vida he odiado a alguien—me acerqué a él hasta que casi lo toqué. Le susurré —ni siguiera a mi madre —apreté mis puños —alégrate de saber que tú como tu amigo han despertado ese sentimiento en mi —me alejé de él y antes de llegar a la esquina le grité, me miraba —hazle un favor al mundo quieres, muérete.
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Por un Deseo
RomansaHistoria románica y erótica "Si en verdad quieren cambiar su vida, si lo desean completamente, hagan lo que yo hice, pidan un deseo a una estrella fugaz. Pero no se quejen conmigo si terminan en un trabajo donde arriesgan su vida todos los días, con...