Capitulo 14: Heridas de Guerra

12.6K 1K 13
                                    

Cada vez que despertaba Edward me daba algo de comer y luego me dejaba descansar. No sé cuánto tiempo estuve así, pero cuando desperté más o menos bien, me senté en la cama, y mire alrededor. Estaba sola.

Encontré mi ropa doblada a los pies de la cama, me congele un segundo al recordar algo, me arrastre hasta ella y busque el audífono, no estaba. Busque en la otra ropa, nada.

—No puede ser—murmure, ¿acaso la encontró Edward?

Cuando me puse de pie, me queje, me dolían las costillas como si hubieran dado una paliza, dado que eso era, volví a quejarme. Me vestí lo más rápido que pude y al acabar camine hasta el sofá, me senté agotada y mire alrededor, nada, busque en el piso y lo encontré entre dos tablas, lo tomé y observé.

La puerta se abrió y cerré mi puño en seguida, mire a Edward ingresar, me observó detenidamente.

—Me alegro de que estés mejor—dijo y llego a mi lado, como si nada lleve mi mano cerca de mi estómago.

Me puse de pie.

—Gracias por ayudarme—le dije, tenía que ocultar el aparato.

—Ven aquí—me pidió y camino hacia la cocina. Lo seguí y guarde el audífono devuelta en  mi bolsillo, se sentó en una silla al lado de la mesa, lo imite lentamente y suspire cansada.

—¿Cuánto tiempo he dormido?— me miro.

—Tres días— lo mire sorprendida, luego me queje y eso causo que riera suavemente.

—Qué, tenías una cita— bufe molesta.

—Y Jesús—pregunté.

—Ha, el chico, lo deje donde un amigo, él lo vigilara hasta que sepa qué hacer con él— arrugue mi frente.

—¿Lo entregaras?— pregunte nerviosa.

—Te entregue a ti acaso— negué— no preguntes idioteces.

—Cómo es que trabajas en esto si ayudas a cualquiera— él volteo sus ojos.

—No a cualquiera— me dijo y sonreí.

—Te quejas de que yo ayudo a cualquiera y tú eres igual— me reí y luego me queje, él negó suavemente.

—¿Qué harás ahora?— lo mire.

—¿Qué quieres decir?

—Fue el viejo quien ordeno que te dejaran, no creo que quieran volver a verte por un tiempo.

—¿Quién es él?—pregunte.

—Francisco de Prou, según él, dueño de esta ciudad y todo lo que pase aquí, él recibe un porcentaje de todo lo que se transe de forma ilegal.

—¿Si no pago?—pregunte.

—Mueres—dijo— así que cuidado, él controla todo.

—Quien diría que ustedes tienen tantas reglas—me miro detenidamente.

—En todos lados es así— suspire y asentí, me puse de pie.

—Debo irme—dije, asintió.

—Ven aquí—pidió y me pare delante de él. Sus manos llegaron a mi cintura y vagaron sobre la venda, lo hizo detenidamente.

—Estas mejor—sentencio.

—Deberías haber sido doctor— me miro y sonrió.

—Nunca.

—¿Por qué?—pregunte.

—No era algo que podía pagar, y ahora  ya no puedo hacer algo así.

Por un DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora