Capitulo 7 Mas fiel de lo que me proponía ser

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Una oscura figura salió del hospital cubierta por las sombras de la noche. Aún en la lóbrega bruma y desde cierta distancia, era claro para el observador casual que se trataba de un hombre caminando decididamente con trote apurado y nervioso. Si el observador hubiese sido un poco más preciso se hubiera podido dar cuenta de que el hombre era alto y se movía con paso arrogante, cargado de un claro aire de disgusto en cada zancada. Un observador perceptivo incluso hubiera podido notar que el rostro del hombre era presa de una pena profunda y el testigo excepcionalmente sagaz hubiese visto un centelleo de furia en las profundidades de sus ojos.

El hombre, que no era otro que el mismo Terri, se movía con energía hacia el camión estacionado a unos cuantos metros y en un solo impulso de su cuerpo abrió la puerta de la cabina, saltó al asiento del conductor y encendió el motor, conduciendo el camión lejos de aquel lugar tan rápido como era posible, como si el viento helado que soplaba sobre su rostro pudiera borrar la agitación de su alma.

El camión devoró las calles a gran velocidad mientras el conductor en la cabina, musitaba una lista increíblemente rica de insultos e improperios dirigidos a toda la raza francesa, la cual le parecía en aquellos momentos la más despreciable de todas. La cara del hombre que acababa de conocer apareció en su mente arañando su orgullo británico hasta los tuétanos. En ese momento se sintió absolutamente seguro de que la rivalidad histórica entre Francia y la Gran Bretaña era la cosa más lógica del mundo, ya que nadie podría tener una buena amistad con esos aborrecibles vecinos, quienes tenían la audacia de mirar a las mujeres anglosajonas con una adoración tan profunda.

¡Un francés! - repitió él - ¡De entre todos los hombres del mundo! ¿Qué no podía ella haberse encontrado otro hombre en los Estados Unidos?

A pesar de sus embravecidos movimientos los rastros de dolor y furia ganaban terreno en su corazón mientras el camión recorría la ciudad y al final esos mismos sentimientos incontrolables le hicieron detenerse en Quai de Célestins, justo en frente del puente Marie (Quai de Célestins es una sección del boulevard sobre el río Sena, la famosa iglesia de Notre Dame puede avistarse fácilmente desde ese punto)

El joven inclinó su cuerpo sobre el volante mostrando claras señales de gran cansancio. Enterró su rostro en sus brazos y así permaneció en absoluto silencio por un rato. Cuando de nuevo levantó la frente, las huellas de un par de lágrimas gruesas podían distinguirse sobre sus mejillas bronceadas.

Se reclinó sobre el asiento y suspirando en frustración terminó abriendo la puerta para encarar la brisa gélida que barría al ancestral río. Se apeó y dirigió hacia el puente, sentándose con aire triste en el barandal de piedra, mirando al negro horizonte sobre Notre Dame. Mil pensamientos revoloteaban en su mente, hundiendo sus garras sobre viejas heridas que nunca habían sanado.

¿Cómo continúo con esta existencia lamentable? ¿ Por qué mi corazón no puede detener sus latidos cuando tiene que soportar semejante amargura? Ha sido una inmensa y oscura noche . . . desde aquella noche. ¡Cuán miserable puede hacer a un hombre una sola de sus decisiones! Dos vidas que viviese no me bastarían para expiar mi culpa.

Después de aquel momento todo ha sido un infierno. Me quedé con Susana por un breve instante, no sé realmente cuánto, tan nublada estaba mi mente entonces. Recuerdo que cuando finalmente llegué a casa era pasada la media noche. No encendí las luces porque no importaba ya cuántas flamas pudiesen encenderse a mi alrededor, yo estaba seguro de que permanecería en tinieblas. Me senté en la silla en que ella había estado, imaginando que estaba aun conmigo. . . Si todo hubiese salido como yo lo había planeado meses antes, ella hubiese estado ahí, a mi lado . . .

Pero parece que esas cosas no pueden sucederle a un hombre como yo. Estoy condenado desde el día de mi concepción a ser un alma solitaria.

Recuerdo la calidez de mis propias lágrimas reclamando mis mejillas, invadiéndome con su sabor salado. Grité, sollocé, di de golpes y patadas a los muebles, inclusive traté de quemar las cartas que ella me había escrito, pero una vez que hube arrojado al fuego la primera de ellas corrí enseguida a rescatarla de las hambrientas llamas. Había renunciado a su amor pero no iba abnegar de su memoria. Al menos eso era mío todavía.

Reencuentro en el Vortice (Fanfic de Candy Candy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora