Capitulo 12 Oportunidades Perdidas (Segunda Parte)

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La belleza es un arma, una moneda internacional, una trampa peligrosa, un poderoso veneno que frecuentemente ciega la razón de hombres y mujeres. Sin embargo, la consideramos un don y la buscamos porque es también la más refinada de las creaciones de la mente humana. La belleza está, después de todo, dondequiera que la queramos recrear. A veces podemos encontrar belleza en una noche callada, en las nerviosas alas de una mariposa o en la suave respiración de un bebe durmiendo. A pesar de ello, hay también una idea colectiva de belleza que cambia con el tiempo y la cultura. Aquella noche, Candy era sin lugar a dudas, un ejemplo perfecto de la idea occidental de belleza . . .aunque ella lo ignoraba, siempre preocupada por las pecas en su nariz, las cuales eran apenas unas cuantas manchitas color palo de rosa que le daban a su rostro especial carácter y encanto. Pero Candy no tenía la más ligera idea de que tenía en sus manos un poder semejante, y por lo tanto no sabía como utilizarlo.

El maquillaje era casi una novedad en aquellos tiempos, reservado a las actrices y mujeres fáciles. De hecho, no se pondría de moda hasta después de la guerra. Así que Candy no usó más que su acostumbrado polvo y perfume de rosas aquella noche. No obstante, la joven era una de esas raras bellezas nacidas para ser exhibidas "au naturel". La más blanca piel de sus mejillas de porcelana, agraciada por un rubor natural y el delicado rosa de sus labios provocativos no necesitaban ningún artificio para seducir. Tampoco la luz de sus profundos ojos verdes que unían el brillo de las esmeraldas y las sombras de la malaquita.

Candy se había preguntado qué vestido podría ser más apropiado para el baile, pero para sus dos amigas había sólo un candidato.


El vestido verde que recibiste como regalo de cumpleaños, por supuesto - había sido la inmediata sugerencia de Julienne y Flammy había estado de acuerdo a pesar de su usual indiferencia hacia la moda y otros temas de interés femenino.

Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado en un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior. Con gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y que además dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo y la simple visión la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había madurado completamente y aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y encajes negros, no dejaba dudas al respecto de los atributos de la joven.


¡No puedo usar esto! - se dijo ella en voz alta.

¡Claro que puedes! - replicó Julienne mientras le arreglaba el cabello a Candy.

Pero...

Deja de ser tan ridículamente tímida, el vestido es simplemente magnífico, luces como un sueño ... y no te muevas - la regañó la morena - Sabes, creo que debemos dejar tu cabello suelto. Es tan increíblemente hermoso que merece que lo luzcas en toda su gloria... Solamente usaré un moño y unas horquillas aquí ¿Tú qué crees Flammy?

¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita - comentó la otra morena quien estaba ocupada planchando sus uniformes.

Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga Annie, ella sí que es una gran belleza - dijo Candy sonriendo.

No discutiré con una ciega - respondió Flammy sacando la lengua.

A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes que le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión, zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda, brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto.

Un golpe en la puerta les dijo a las mujeres que la hora había llegado. Candy miró a sus amigas aún indecisa, pero las dos la animaron con la mirada. Luego entonces, la rubia respiró hondo y levantando su falda de seda para dar el paso se acercó a la puerta.



Buenas noches Yves - saludó Candy cuando abrió la puerta.

El joven se quedó estupefacto por un rato, asombrado al ver cómo el ángel se había convertido en una diosa. Sus ojos y mente tuvieron que esforzarse para enfocarse en la nada, en donde los encantos de Candy no turbaran su razón.



Buenas noches, Candy - logró decir después de unos segundos de lucha interna para controlarse - ¡Mon Dieu, estás deslumbrantemente hermosa esta noche! - comentó sin poder ocultar su admiración.

Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? - sugirió tratando de liberar su tensión.

Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada.

¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas en el cuarto - Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir con eso - concluyó tristemente.

Ma chère Flammy - exclamó Julienne abrazando a su amiga, completamente consciente del terrible dolor en el corazón de la joven.

Mientras tanto, un joven muy orgulloso caminaba junto a una elegante dama a lo largo de los corredores del hospital dirigiéndose a la entrada principal. Los pasajes estaban virtualmente vacías y Candy rogaba a Dios para no encontrarse con ninguno de sus conocidos en el camino. Pero sus plegarias no fueron escuchadas en aquella ocasión. Cuando hubieron dado la vuelta en la última de las esquinas una figura bien conocida por ambos se tropezó con la pareja.



Buenas noches, Sra. Kenwood - asintió Yves saludando a una anciana en uniforme de enfermera

Buenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche! . . .¿A dónde se dirigen? - preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de curiosidad.

Al baile de gala del Coronel Vouillard, señora, y la señorita Andley me está haciendo el honor de acompañarme - contestó Yves orgullosamente mientras Candy sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía para tragársela.

Ya veo . . . ¡Diviértanse mucho, mis jóvenes amigos, y bailen toda la noche! - les deseó la anciana sinceramente mientras continuaba su camino, agitando la mano en un gesto amigable.

Candy continuó caminando al lado de Yves pero su mente empezó a dar vueltas vertiginosamente. Laura Kenwood era la enfermera más vieja del hospital. Se trataba de una dulce y amable viuda irlandesa con un gran corazón pero con un solo defecto, usualmente hablaba demasiado y no tenía la menor idea de lo que era el tacto . . . pero lo peor de todo era que la Sra. Kenwood era también la enfermera de Terri en el turno de la noche. Sí, la Sra. Kenwood era "Mamá Ganso". Así que Candy empezó a temblar como una adolescente que teme ser descubierta por su padre en una cita prohibida.



¿Te encuentras bien, Candy? - preguntó Yves mientras abría la portezuela para que la joven subiera al auto - ¡Palideciste!

Yo. . . yo estoy bien . . .Debe ser el calor . . .Está muy calurosa la noche ¿No lo crees? - tartamudeó ella.

¡Así es! Agosto en Paris siempre es así - asintió el joven con una dulce sonrisa.

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Era una noche quieta, cálida y estrellada. La canción de un ruiseñor podía oírse en la lejanía mientras la luna llena iluminaba el pabellón con rayos plateados. Por alguna razón que no podía comprender, Terrence Grandchester estaba inquieto. Sin importar hacia dónde se diese vueltas en la cama no podía conciliar el sueño. Se quitó la camisa de noche y hasta el vendaje que cubría su herida en las costillas. Leyó por un rato, caminó en círculos alrededor de la cama, miró por la ventana e incluso, por primera vez en años, tuvo el deseo de tener un cigarrillo en la boca. Entonces sacó de la valija a su vieja compañera metálica y empezó a tocar una tonada. Pero nada parecía funcionar aquella noche.



¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? - preguntó una grave voz femenina detrás de él - Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! - le reconvino la anciana en uniforme blanco.

El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para disculparse.



Sra. Kenwood - replicó - La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche.

Nada de eso, jovencito - insistió la anciana amonestándolo - Aunque pueda parecer cicatrizada por fuera, por dentro los tejidos pueden estar aún débiles. Debe de dejarse puesto el vendaje hasta que el doctor le autorice dejar de usarlo. Ahora, sea un buen niño y déjeme ponerle las vendas otra vez - dijo Laura Kenwood en su habitual tono amable, la tiempo que sonreía.

Terri miró a la mujer un tanto fastidiado por su insistencia, pero no se quejó y obedeció sumiso.



Es una linda noche ¿No es así? - comentó la mujer tratando de comenzar una conversación mientras vendaba al joven de nuevo - Veo que no puede dormir esta noche.

Bueno, sí - admitió Terri aceptando la conversación como una buena alternativa para olvidar su desasosiego irracional de aquella noche.

¡Ay, esta guerra es totalmente estúpida! - continuó Laura - Hombres jóvenes y apuestos como usted deberían de estar divirtiéndose, cortejando a las muchachas, disfrutando de la vida, y no en el Frente matándose los unos a los otros, o aquí, caminando en círculos como leones enjaulados - sentenció con una risita sofocada.

Tiene razón señora Kenwood - aceptó Terri mirando a la anciana dama con simpatía.

Se es joven una sola vez, mi niño - comentó la mujer suspirando profundamente - Me preocupa mucho ver como su generación es abusada en esta lucha. Pero esta noche, al menos, sentí un alivio, ¿Sabe usted, hijito?

¿Y puedo saber por qué? - preguntó Terri tratando de mantener la conversación.

Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard. Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo - sonrió la mujer soñadoramente - Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo - comentó la mujer atropelladamente - Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y trate de dormir, hijo - terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras que Terri apenas si pudo comprender.

El joven aristócrata, quien había permanecido en shock por unos segundos, finalmente logró organizar sus pensamientos y tratando de usar todo el autocontrol que era capaz de fingir cuando estaba en el escenario, interrogó a la anciana antes de que ella lo dejase para continuar con su trabajo.



Sra. Kenwood- preguntó- usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo?

¡Claro que sí! Debería de haberla visto, hijo. Se veía despampanante - contestó la mujer inocentemente.

Luces, risas y música inundaban el lujoso salón abarrotado con hombres en uniforme de gala y mujeres en elegantes trajes de noche. Guirnaldas verdes y grandes moños con los colores de la bandera francesa decoraban el lugar cuidadosamente iluminado por múltiples candelabros. Había una larga mesa de buffet cubierta con un mantel impecablemente bordado, y coronado con toda clase de bocadillos y bebidas. A lo largo del salón, meseros vestidos en librea servían champaña a los galantes caballeros que orgullosamente mostraban las medallas en sus pechos y a las damas que blandían sus abanicos con coquetería. La gente parecía disfrutar mucho a pesar de las tensiones vividas durante esos días en el Frente, olvidando en aquel mágico instante de la celebración que cientos de kilómetros al norte, los Aliados estaban luchando desesperadamente en la Quinta Batalla de Arras, para arrojar a los alemanes del territorio francés.

Un grupo de damas de mediana edad interrumpieron su conversación por un momento cuando una joven pareja entró en el salón causando la general admiración entre los invitados. Cada ojo masculino en aquel lugar se deleitó ante la vista de la joven dama en el gallardo vestido verde que caminaba graciosamente junto a un joven oficial.



Esa es la heroína americana - dijo una de las damas en el grupo.

¿La joven que salvó al grupo que se quedó varado en la nieve? - inquirió una mujer rubia y alta - Ciertamente es muy hermosa, debo admitirlo.

¿Pero de dónde consigue un vestido así una simple enfermera como ella? Me pregunto - comentó una tercera dama de cabellos blancos arreglados en un rodete, mientras usaba sus impertinentes para examinar mejor al atuendo de la joven.

Bueno, mi esposo cree que ella viene de una rica familia americana - señaló la primera dama que era la esposa de Vouillard.

¿Y cómo sabe él eso? - preguntó la dama rubia.

Dice que su familia tiene conexiones con el Mariscal Foch - dijo la Sra. Vouillar contenta de ser la posesora de un chisme tan jugoso.

Muy impresionante ¿Y quién es el joven teniente que viene acompañándola? - preguntó la anciana de los cabellos blancos.

Uno de los médicos del hospital militar - apuntó la Sra. Vouillard - ¿Está mono, no?

¡Y no tiene mal gusto! - se rió la dama rubia y su comentario despertó las carcajadas generales en el grupo.


El corazón de Yves a penas si podía caber en su pecho. Observaba cómo la mayoría de los hombres en el baile le miraban con un dejo de envidia en sus ojos y él sabía que la deslumbrante dama cuya mano descansaba en su brazo era la causa de las codiciosas miradas masculinas. El joven notó también que Candy se desenvolvía con soltura y confianza en aquella atmósfera de la alta sociedad. Yves ignoraba que, aunque a ella le desagradaba el protocolo de la rígida élite, la joven estaba familiarizada con él. La maravilla del asunto era que la muchacha había logrado preservar su frescura y espontaneidad a pesar del acartonado mundo en el cual había vivido desde la edad de doce años.

La joven pareja se mezcló con los otros invitados, bebió, comió y charló con el resto del personal médico que había sido invitado, mayormente médicos y sus esposas o prometidas. Candy hizo su mejor esfuerzo por aparentar calma y entusiasmo logrando cierto éxito en su intento. Sin embargo, internamente se encontraba incómoda y no podía sacarse de la cabeza a un par de ojos azules. Adicionalmente a sus constantes pensamientos sobre el hombre en su corazón, la joven estaba también preocupada por la conversación que sabía debía de enfrentar y las palabras que debía decirle a Yves aquella noche.



¿Te gustaría bailar? - preguntó Yves sonriendo cuando la orquesta empezó a tocar el primer vals de la noche.

La joven asintió con la cabeza aceptando la invitación al tiempo que dejaba su copa sobre la mesa y ponía su mano en el brazo que el joven le ofrecía. Yves estaba desbordante de alegría al tener a la joven de sus sueños en sus brazos durante el baile, pero también él buscaba desesperadamente una oportunidad para hablar con ella en privado. A pesar de ello, se dijo a sí mismo que esa conversación podía esperar para más tarde, así que simplemente se concentró en disfrutar del momento mientras sus ojos devoraban cada línea en la primorosa figura de Candy y su cuerpo se ensimismaba en el dulce placer de saborear la cercanía con el cuerpo de la muchacha. Después del vals la pareja bailó las cuadrillas, danza que la joven usualmente disfrutaba mucho y posteriormente se unieron de nuevo a su grupo de colegas.

A la media noche Vouillard hizo uno de aquellos discursos que él siempre disfrutaba mucho pero que la audiencia sufría indeciblemente. No obstante, como él era el director del hospital y el anfitrión en esa ocasión, nadie se quejó. Aunque el hombre habló interminablemente, al final de su perorata todos lograron despertarse para recibir las últimas palabras de Vouillard con un aplauso.

- Gracias, damas y caballeros - dijo Vouillar sonriente - Ahora, quisiera agradecer a la persona que ha sido mi más grande apoyo durante casi toda mi vida, me refiero a mi esposa Christine. Querida Chris, me gustaría invitarte a bailar algo que yo sé que te gusta mucho.- dijo dirigiéndose a su esposa que tuvo la gracia de sonrojarse ligeramente ante los cumplidos de su marido.

Vouillar le hizo una señal a la orquesta y ayudando a su esposa a levantarse le tomó la mano y la llevó hasta el centro del salón. Poco a poco otras parejas comenzaron a unirse a los anfitriones.

Yves se volvió para mirar a la joven a su lado y la invitó de nuevo a bailar.



Creo que estoy algo cansada - dijo Candy tratando de excusarse para evitar otro vals en el cual Yves tendría que tomarla en brazos.

Pero si apenas si hemos bailado un poco, Candy - insistió él sonriendo afablemente - ¿Cómo puedes haberte cansado tan pronto al bailar, cuando puedes soportar horas de trabajo en cirugía?

Está bien - replicó ella admitiendo su derrota - Pero no te quejes si te piso - advirtió.

La joven pareja se puso de pie y caminó lentamente hasta el centro del salón. La música tenía carácter pero era dulce al mismo tiempo. Era un gracioso y elegante vals con una majestuosa línea melódica. Candy notó que Yves era verdaderamente un bailarín consumado. Ella estaba, de hecho, empezando a disfrutar el baile mientras la orquesta tocaba con aire vivaz, cuando de repente sus ojos vedes fueron interceptados por un par de pupilas grises, y ella pudo leer en ellas el profundo amor que el dueño de aquellos ojos sentía por ella. La joven comprendió entonces que tenía que hablar pronto. La situación que estaban viviendo no era justa para Yves. Siempre es mejor enfrentar la verdad, sin importar cuán dolorosa pueda ser, que vivir una mentira.

Candy siguió el paso de Yves e internamente decidió que esa era la última vez que bailaba con él en su vida. Su noble corazón se entristeció con la perspectiva, sabiendo que estaba a punto de perder a un amigo. Sus pies continuaron siguiendo la música hasta que la última nota murió en los violines. Candy no vería otra vez en varios años aquella abierta sonrisa en el rostro de Yves.



¿Sabes? Me gustaría salir a tomar un poco de aire fresco - pidió Candy cuando la orquesta comenzaba a tocar otra pieza. La muchacha estaba realmente buscando la ocasión para hablar en privado con el joven, ignorando que él también intentaba buscar la ocasión para decirle lo que había en su corazón.

Los jóvenes salieron del salón hacia el balcón. Afuera, la luz de las estrellas se confundía con los faroles de la ciudad dormida, y una vez que Yves hubo cerrado la puerta tras de sí, los ruidos de la fiesta se redujeron, dejándolos solos con el silencio nocturno.

Ambos permanecieron callados por un momento. Ninguno de los dos se sentía capaz de iniciar la conversación que de alguna forma temían, aunque cada uno por diferentes razones.



Yves, quiero agradecerte por invitarme - logró ella decir, siendo la primera en hablar - Realmente me la estoy pasando muy bien - añadió sinceramente.

Quien te debe agradecer por hacerme el honor de acompañarme, soy yo - replicó él mirándola con devoción.

Ella respondió con una tímida sonrisa y luego un bochornoso silencio reinó entre ellos, pero Candy recordó el consejo de Julienne y una vez más ganó el valor necesario para hablar.



Me gustaría decirte algo - ambos dijeron al unísono, sorprendiéndose el uno al otro con la coincidencia.

El hombre y la mujer se rieron del incidente por un breve instante antes de que pudieran continuar con la conversación que quería comenzar.



Las damas primero ¿No es así? - dijo ella tratando de tomar la iniciativa.

Eso es verdad - aceptó Yves - pero esta vez me gustaría cambiar los roles y ser el primero en hablar ¿Te molestaría?

Candy se quedó muda por un segundo interminable. En el fondo de su alma tenía miedo de las intenciones de Yves y quería evitar una inútil confesión amorosa que solamente terminaría por lastimarlos más. Sin embargo, los ojos del joven rogaron con tan fuertes súplicas que ella no pudo negarse a su petición.



Adelante - concedió ella.

El rostro del joven se iluminó bajo el destello de las estrellas mientras trataba de reunir el arrojo necesario para abrir su corazón.



Candy - comenzó - Ha pasado casi un año desde nuestra última conversación en el parque. Entonces te prometí que sería tu amigo y esperaría pacientemente sin importar cuán fuertes fueran mis sentimientos hacia ti. He cumplido mi promesa todo este tiempo, pero ahora, ciertas circunstancias me están forzando a volver a tocar el tema. Creo que es el momento adecuado para definir nuestra relación.

Candy se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de que sus presentimientos no habían estado equivocados. Por lo tanto, la muchacha tenía que detener aquella confesión.



Precisamente - interrumpió ella con el tono más dulce que tenía mientras sus ojos se clavaban en el piso - Creo que es un buen momento para aclarar las cosas entre nosotros.

Entonces parece que estamos empezando a coincidir - replicó él con una tímida sonrisa, buscando en la oscuridad la mano de la joven que descansaba sobre el barandal y tomándola entre sus manos con ternura.

Me temo que no es así - contestó Candy pausadamente , mientras retiraba su mano de las de Yves en un gesto instintivo - Yves, creo que ya se lo que vas a decirme y no hay necesidad de una confesión como esa.

Pero hay algo que ignoras, Candy - dijo él nerviosamente - He recibido órdenes de unirme al hospital ambulante en Arras, debo partir en un par de días más y antes de que me vaya me gustaría saber que a mi regreso una amorosa prometida me estará esperando. Por supuesto, espero que esa mujer no sea otra que tú. Eso me haría el más feliz de los hombres en este mundo.

Candy desvió sus ojos sin poder mirar directamente al rostro del joven. En toda su vida, nunca había experimentado una situación similar. Recordó la vez que Archie estuvo a punto de confesarle sus sentimientos en el Colegio San Pablo, pero en aquella ocasión, ellos eran solamente una pareja de adolescentes y las circunstancias jamás le permitieron al muchacho completar su confesión. Algunos años después había sido Neil quien le declarara su amor por ella, pero la profunda aversión que ella sentía hacia su enemigo de la infancia no le permitió sentir nada más que conmiseración. La situación con Yves era distinta, pensó ella, ahora era una mujer adulta escuchando la propuesta de matrimonio de un querido y admirado amigo, y ella sabía que tendría que rechazarlo y consecuentemente romper el corazón del joven y perder también su amistad.



Yves, eres un hombre muy bueno - dijo ella con voz a penas audible -Te admiro y te aprecio pero me temo que mi corazón no puede corresponder a tus sentimientos - concluyó deseando que el piso se abriese bajo sus pies y la tragase por completo.

Pero mi amor por ti es tan fuerte que podría suplir tu falta de pasión mientras aprendes a corresponderme - rogó él sintiendo cómo sus últimas esperanzas morían.

Candy levantó sus encantadores ojos que estaban ya llenos de lágrimas haciendo que sus pupilas verdes brillasen bajo la luz de la luna.



No tiene caso, mi querido amigo - murmuró roncamente - Mi corazón ha estado cerrado con llave por cuatro años y esa llave está en las manos de alguien más. He tratado de abrirlo muchas veces pero no parece obedecer a mis órdenes.

Yves alzó la cara hacia el cielo, haciendo un gran esfuerzo por ocultar las lágrimas que invadían sus ojos y la frustración que impregnaba cada una de sus facciones. Candy pudo notar cómo un músculo en sus sienes se tensaba con la ansiedad reprimida.



Es por Grandchester ¿No es así? - dijo él amargamente.

Yves, por favor, no te lastimes más - suplicó Candy que no estaba dispuesta a dar mayores explicaciones.

Es él quien tiene la llave de tu corazón ¿Me equivoco, Candy? - preguntó otra vez casi gimiendo de dolor - ¡Por favor Candy, necesito saber la verdad!

La rubia bajó la cabeza de nuevo, volviendo la espalda para ocultar su rostro afligido. Caminó unos cuantos pasos por el balcón. Luego, se detuvo y con los brazos cruzados sobre el pecho confesó:



Sí, estoy enamorada de él - admitió - Lo he amado por largo tiempo. A veces creo que vine a Francia tratando de huir de su recuerdo, pero el destino insiste en ponérmelo en el camino - explicó - Desearía que las cosas fueran diferentes entre tú y yo, Yves. Desafortunadamente, no puedo controlar mis sentimientos por él- concluyó Candy melancólica.

Él debe ser un hombre muy afortunado - murmuró Yves con voz temblorosa - Espero que pueda hacerte feliz como lo mereces, Candy.

Las lágrimas de la joven finalmente corrieron por sus lindas mejillas, iluminadas por los rayos lunares. La situación se había vuelto extremadamente dolorosa para ella.



No me malinterpretes, Yves - trató ella de aclarar - Amo a Terri, esa es la verdad, pero eso no significa que él corresponda mis sentimientos. Una vez él estuvo enamorado de mi, pero eso fue en el pasado. Ahora somos solamente amigos, y puede que así permanezcamos por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, lo que él sienta o no por mi no cambiará mis sentimientos por él. Ahora sé que siempre le amaré hasta el último día de mi existencia - suspiró ella tristemente.

No creo que le seas indiferente, Candy - dijo Yves con sinceridad - Como hombre de algún modo entiendo los sentimientos de Grandchester por ti, y aunque me encantaría decirte lo contrario, si quiero ser franco contigo y conmigo mismo, debo admitir que él ciertamente parece estar muy enamorado de ti. De alguna forma, lo sentí desde que lo vi por primera vez, la noche en que regresaste del Frente . . . De todas formas, el resultado siempre es el mismo para mi, parece que el amor me niega su gracia - concluyó él con oscuro tono.

El alma de Candy se encogió ante el comentario de Yves y su característico espíritu noble luchó desesperadamente por encontrar alguna palabra de aliento para el hombre cuyo corazón acaba de romper involuntariamente.



Yves, yo sé que todo lo que pueda decirte ahora podría sonar vacío y sin sentido - comenzó ella - Comprendo tu dolor porque he estado en situaciones similares antes, y sé lo que se siente tener el corazón roto. No obstante, el amor no siempre esconderá su rostro de ti . . . . Eres un hombre increíble y estoy segura de que muchas mujeres querrían ser amadas por ti y te corresponderían con ardor. Sólo es cuestión de tiempo.

El joven miró a Candy con una triste sonrisa. "No me importan todas esas mujeres que dices tú Candy" - pensó - "Es solamente tú quien yo desearía me correspondiera."



Gracias amiga - dijo él luchando por contener las lágrimas - Ahora, supongo que te gustaría volver al hospital - sugirió sin mirar a los ojos de la joven.

Creo que sería lo mejor - replicó ella.


La Sra. Kenwood hacía su ronda cuando se dio cuenta de que una de las camas estaba vacía. No obstante, como era la cama de Terri la anciana no se preocupó en lo más mínimo. El paciente estaba, después de todo, prácticamente recuperado y una pequeña caminata nocturna no le iba a hacer ningún daño. Además, no era la primera vez que él hacía algo así y la mujer lo sabía.



¡Tan joven y sufriendo de insomnio! - pensó ella- ¡Ay, pobre niño!

Después de esta consideración la anciana continuó revisando el estado de los otros pacientes.

Reencuentro en el Vortice (Fanfic de Candy Candy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora