Era una espléndida mañana de Primavera cuando los Grandchester llegaron a los muelles. Candy usaba un vestido de algodón floreado en color durazno, cuya falda ondeaba con la brisa marina, rozando sus piernas un par de pulgadas sobre sus pantorrillas. La joven miró su audaz falda y, de nuevo, pensó que la Sra. Elroy se desmayaría si la viera usando aquella escandalosa última moda. Una suave sonrisa apareció en sus labios mientras imaginaba la cara que pondría la vieja dama. Pero, nuevamente, no podía importarle menos, tan cómoda y práctica le parecía la nueva tendencia. Candy estaba contenta de que las mujeres pudieran finalmente deshacerse de los torturantes corsets y las faldas largas que se enredaban en sus piernas cada vez que querían correr. Y eso era algo que ella había necesitado hacer muy frecuentemente durante los dos años anteriores. Junto a ella, la razón de su constante entrenamiento atlético estaba jugando inocentemente con un cochecito de celuloide que ella había traído para mantenerlo ocupado.
El pequeño Dylan, quien ya tenía más de dos años de edad, había crecido hasta convertirse en un pilluelo fuerte e inquieto que en verdad se parecía a sus dos padres en el temperamento. Por lo tanto, no era extraño que el chiquillo mantuviera a su joven madre siempre subiendo y bajando alrededor de la casa para reducir el peligro de sus constates accidentes.
-Se ve tan concentrado en su juego - le dijo en un susurro a su esposo, observado cuidadosamente los movimientos del niño mientras él jugaba ausentemente-
-¡Shhhh! ¡No lo sales!- contestó el joven sentado a su lado, mientras se llevaba el dedo índice a sus labios.
- ¡De todas maneras, no va a durar mucho!- rió la muchacha ante el comentario de Terri, -Sólo espero que el barco pueda alcanzar el puerto antes que él empiece a aburrirse.
Los Grandchester habían ido al puerto a recibir a una amiga que no habían visto en tres años: Annie Britter, quien estaba a punto de regresar a su tierra natal después de terminar sus estudios de educación especial en Italia. Durante todo este tiempo, la joven rubia había mantenido una frecuente correspondencia con su amiga de la infancia, por lo que ambas mujeres estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo en la vida de la otra. Annie había completado un álbum entero con fotos de Dylan y sabía todas sus exóticas aventuras brincando sobre la estufa, en el sótano, sobre la cabeza del jardinero, a través de la verja del jardín trasero, sobre la espalda de su padre, bajo la barba de Robert Hathaway, en el estanque, detrás de los entretelones, a través del escenario, dentro del enorme guardarropa de su abuela y a donde quiera que fuese su imaginación. Candy, por su parte, se sabía de memoria los nombres de los alumnos de Annie y cada uno de sus problemas. Seguía la pista del progreso de Pietro con los rompecabezas, los problemas de María con las sumas o el entusiasmo de Estefano mientras aprendía a leer.
Muy en el fondo Candy también sabía de las penas secretas de las que Annie nunca hablaba en sus cartas, esas penas calladas que la joven rubia podía adivinar mas allá de los párrafos.
-¡Mamá, se rompió!- llamó una vocecita mientras una pequeña mano jalaba la falda de Candy, lo cual hizo a la joven regresar de sus pensamientos. Fue entonces, mientras Candy trataba de arreglar el coche de juguete que había perdido una rueda gracias a los nutridos golpeteos que le había dado Dylan, que arribó a puerto el trasatlántico en el que Annie viajaba. El momento que siguió, cuando las dos jóvenes mujeres finalmente se vieron después de tanto tiempo, fue una de las experiencias más conmovedoras que ellas jamás vivieron. Las dos se abrazaron con todas sus fuerzas, llorando y riendo al mismo tiempo como dos niñas pequeñas. Mientras tanto, Terri las observaba parado a unos cuantos metros de distancia al tiempo que cargaba a un asombrado Dylan.
El mutuo reconocimiento vino después. Annie estaba asombrada al darse plena cuenta de que el matrimonio y la maternidad habían acentuado la belleza en el porte de Candy y en cada uno de sus movimientos. También admiró la figura esbelta de la rubia y su atuendo atrevido y moderno el cual incluía un suave maquillaje. Candy, por su parte, estaba complacida de ver el cabello corto de su amiga que iba tan bien con su cara y el ligero bronceado que su piel había adquirido. Pero, detrás de la sonrisa, Candy sabía que había un corazón aún adolorido. De cualquier manera, la joven mujer decidió que Annie y ella tendrían tiempo para confiarse sus secretos más tarde. Así que procedió a presentar a su hijo con su mejor amiga, y desde ese momento Annie se enamoró del vigoroso bebé que muy naturalmente le abrió los brazos como si la hubiese conocido desde siempre.
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Reencuentro en el Vortice (Fanfic de Candy Candy)
FanficEsta obra fue escrita por Alys Avalos (Mercurio).