Sin tu latido
Hay algunos que dicen,
Que todos los caminos conducen a Roma,
Y es verdad porque el mío
Me lleva cada noche al hueco que te nombra.Y le hablo y le suelto
Una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas.
Luego apago tus ojos
Y duermo con tu nombre besando mi boca.¡Ay amor mío qué terriblemente absurdo es estar vivo
Sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido, sin tu latido!- Eduardo Auté
Elisa Leagan se estiró sobre el enorme y suave lecho. Su cabello castaño rojizo bañaba las sedas de su almohada. Al tiempo que exhalaba profundamente, la joven pudo percibir la fragancia de maderas que Buzzy había dejado sobre sus sábanas y en su piel. Los ojos marrones de la joven brillaron de placer al recordar la noche anterior, transcurrida en brazos del joven. Buzzy era, sin lugar a dudas, el mejor amante que ella había tenido jamás.Un tímido golpe en la puerta anunció la llegada de su desayuno y la joven se sentó para recibir a la sirvienta. Era casi medio día y Eliza estaba tremendamente hambrienta. Una joven con uniforme negro y delantal blanco entró a la habitación con una gran charola. Fruta, algo de avena, un paz tostado con mermelada de moras y jugo de naranja componían el desayuno de la dama. A un lado de la charola, el periódico y un tabloide dedicado a las celebridades esperaban su turno para complacer a la joven con un chisme jugoso.
Eliza tomó el tabloide en una mano y el jugo de naranja en la otra, sin poner atención a la joven que le servía. La señorita Leagan nunca dirigía su voz a los sirvientes para agradecerles por sus servicios. Ella solamente les hablaba para darles órdenes. De repente, los ojos cafés de la joven fueron atraídos por la foto de un atractivo joven en la primera plana.
"Terrence Grandchester . . . ¿Muerto en batalla?" era el sugestivo título debajo de la fotografía.
Eliza dejó el vaso a un lado y leyó las nuevas con ávidos ojos. El artículo explicaba que después de un año de estar en Francia, nadie sabía nada acerca del joven actor, ni siquiera su amigo y socio Robert Hathaway, o su propia madre. El periodista especulaba que Grandchester podría haber sido tomado prisionero o muerto en batalla.
Esta es una buena noticia para Neil - pensó Eliza con una sonrisa burlona en los labios - ¡Lo lamento querido Terri, pero eso te mereces por ser tan estúpido! ¡Ay Candy, eres una maldición para los hombres que amas . . .! ¡Todos ellos se mueren! ¡Eres una verdadera desgracia!
Aquella misma mañana, pero unas cuantas horas más temprano, William Albert Andley estaba ya trabajando en su oficina y esperando a su sobrino Archibald, quien estaba empezando a involucrarse en los negocios de la familia. El joven magnate, vestido en un impecable traje gris con corbata de moño, miraba a los periódicos, concentrándose en la sección de finanzas con todo su interés. El día afuera estaba hermosamente soleado y él se había sentido tentado a dejar sus deberes de lado para dar una cabalgata en su vasta propiedad de Chicago. Pero si quería alcanzar su meta pronto debía de trabajar continuamente y sin reposo. Albert podía ver con claridad que el fin de la Gran Guerra se avecinaba, y junto con él, la puerta que lo llevaría a la libertad estaba empezando a abrirse.
Antes de concentrarse en su trabajo, Albert había leído con gran diversión un artículo en cierto tabloide que George le había traído, pensando que cierta noticia podría resultar interesante para su jefe. Los brillantes ojos azules del joven se rieron con la nota sensacionalista. Él tenía muy buenas razones para no prestar atención a las especulaciones que se presentaban en la publicación.
En uno de los cajones de su escritorio, guardada con una pila de otras cartas escritas con un trazo femenino, había una nueva misiva que había llegado de Francia tan sólo unos días antes. En ella, su querida protegida le contaba la historia de su sorpresivo reencuentro con Terrence. Por lo tanto, él sabía bien que su viejo amigo no solamente estaba vivo, sino que en las mejores manos que podía encontrarse. Sin embargo, como Candy le había pedido que guardara el secreto de la presencia de Terri en el hospital, Albert no había dicho ni una palabra a nadie acerca del curioso incidente.
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Reencuentro en el Vortice (Fanfic de Candy Candy)
FanfictionEsta obra fue escrita por Alys Avalos (Mercurio).