Capítulo 11

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Las pesadillas no eran frecuentes en mis noches, pero cuando no lograba dormir bien, solían aparecer.

Me quedé demasiado confusa al oír las palabras de arrepentimiento de mi novio. ¿Por qué me pedía perdón? Él me había hecho daño en alguna ocasión, pero pensé que ya estaba todo solucionado. ¿Habría más? ¿Me pediría perdón por algo que no supiese aún?

Salí de la ducha casi mareada, mitad por mis pensamientos, mitad por lo caliente del agua.

Me vestí con una blusa blanca de uniforme y la falda de tablas, en los pies no faltaban mis Converse habituales. ¡Suerte que no hubiesen zapatos obligatorios en el instituto!

-¿¡Qué!? - Oí gritar a mi madre desde el piso de abajo. Eran habituales sus gritos, su tono de voz no era lo que se dice muy bajo, pero aquella vez el motivo parecía ser grave.

Cogí mi mochila con los últimos apuntes del año, el curso terminaría antes de darnos cuenta, y los apuntes debían de ir siempre conmigo.

Eché un vistazo a la cocina antes de entrar, no quería perturbar demasiado a mis padres si ya estaban alterados.

-¡Pero esto es imposible!

-¿No lo ves? ¿No lo estás viendo? ¡Claro que no es imposible! ¡Alguien lo ha hecho!

Mi madre y mi padre parecían más preocupados que nunca, miraban su portátil y unos papeles con los ojos como platos. Me atreví a entrar en la estancia y prepararme un batido. Sin mirarlos ni preguntar por nada, sólo esperé a que las aguas se calmasen.

Pasé por su lado y ellos no se percataron de mi presencia, aunque yo sí que me enteré de su problema. Estaban mirando la cuenta corriente de la empresa, así que si estaban discutiendo sobre eso, seguramente sus ingresos habían bajado.

-¿Qué... qué pasa? - Pregunté ya sentada en mi taburete, en la isleta de la cocina. Ya que podía intuir lo que pasaba, no quería quedarme con la duda. Ellos me miraron los dos a la vez, con la boca abierta. Vaya, sí que no habían notado mi presencia.

-Alguien nos roba, hija.

-¿Robar? - Guau, no pensé que la cosa fuese tan grave. Ni que mi madre se pudiese haber tranquilizado tan rápido.

-Sí, y cómo no descubramos de quien se trata, podemos acabar muy mal.

-Oh dios mío.

Robar no era ninguna tontería, si alguien lo hacía, era porque sabía de nuestro (o más bien su) poder adquisitivo. ¿Quién podía robar? Cualquier persona en esta época, realmente. Cuando la gente no tiene nada, pues roba. De pronto se me vino a la cabeza la banda de chicos que se pasaban el rato robando en locales, como joyerías, bares, etc.

-Papá... - Empecé. Pero me callé al segundo al entender la chorrada que iba a decir. Era obvio que unos chavales no serían capaces de robar a una empresa como la de mi padre, y menos acceder a la cuenta con tanta facilidad.

-Dime. - Dijo mirándome fijamente. Sacudí la cabeza y negué enérgicamente, haciéndole entender que lo olvidase.

Terminé de tomarme el desayuno, la comida más importante del día, y cogí mi mochila. Me senté en los escalones de la entrada a esperar a mi padre. A los dos minutos ya me empezaba a impacientar, generalmente era él quien tenía que esperarme a mí.

Llegué al instituto cansada de oír a mi padre quejarse, decía "nunca entenderé a los traidores" o "como coja a quien me ha robado, no sale vivo de la cárcel"... Así todo el camino, como si yo no me hubiese enterado la primera vez. Intenté hacerle callar, pero cuando mi padre estaba alterado no había manera de pararlo. En eso era clavadito a mi madre. Tal para cual.

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