¡Hogar, Dulce Hogar!

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CAPITULO 10

Nada como estar en el hogar.

Evangeline baja del taxi para tomar asiento en una de las bancas que se encuentran en la plaza de Ajijic, para aspirar el aire del pequeño pueblo. Decidió bajar a descansar en este pueblo antes de llegar a su pequeño rancho, porque ese pueblo transpira tranquilidad.

Se mire por donde se mire, vas a encontrar cerros a tu alrededor, ningún edificio, nada de smog, nada de ciudad. Sin duda, un pueblo mágico.

Esto es lo que le hacía falta, respirar el aire del campo, escuchar a los niños jugar en la pequeña plaza, ver los murales que adornan los comercios del lugar.

Al pasar unos veinte minutos, se dirige a la Parroquia San Andrés Apóstol, para dar una pequeña visita al templo —como acostumbra cada que va a visitar a su familia —una vez realizada la visita, pide un taxi para ir a la casa de sus tíos.

De su cuenta, ella se hubiera quedado más tiempo en el pueblo, pero le llegó un mensaje de Ian.

Ian: Soñadora, no todos tenemos tu tiempo, has el favor de no hacer esperar más a tu familia.

Si, nada como estar en casa.

●●

Una sonrisa aparece en el rostro de la chica al estar afuera de la casa de su familia. Han pasado semanas desde que ella volvió a vivir a la Ciudad, pero para ella han sido años.

Una vez escuché, que aunque tuvieras todo el dinero del mundo, no serias feliz. Porque la felicidad no se puede comprar. Eso mismo pasa con ella, bien puede pasar la mayoría del tiempo en una casa de ricos, pero no es una vida a la que aspire mucho.

La casa donde vivió su niñez, adolescencia y juventud no la cambia por nada del mundo. Se trata de una pintoresca casita de cuatro habitaciones, dos baños y un pequeño jardín.

Ellos se mantienen de sus cultivos, la venta de leche y de la venta de cerdos para las carnicerías de las ciudades cercanas. Mas aparte, tienen una tienda de abarrotes*/frutería para darse una ayuda extra.

En esa casa viven cerca de siete personas;
Su tía Glenda, una mujer de cabello oscuro rizado, de ojos verdes, su esposo es Alfonso un hombre trabajador de unos cuarenta años, de cabello castaño claro.

Obviamente ellos tienen descendencia; Liliana es su hija mayor, una chiquilla de diecisiete años, de cabello rubio lacio, ojos color café. Alexa de 12 años de cabello color miel, y ojos verdes al igual que su madre. Bruno, un niño muy listo, todo un líder, de trece años, tiene el cabello castaño oscuro, ojos oscuros. Y por último tenemos a Tommy un niño rubio de siete años —él es igual a su prima Evangeline, siempre en las nubes —el pequeñín de la familia.

Con ellos vive también Paloma —la otra hermana de su mamá— una morocha de treinta años, la cual es soltera.

Gira la perilla de la puerta de entrada, y llora al ver lo que se encuentra colgado en la sala. Tal parece que todos se pusieron de acuerdo para ver quien tuvo la mejor felicitación.

He pensado en regalarte un tinte para tus nuevas canas, pero me han dicho en la tienda que no vendían el producto por litros. ¡Diviértete! —firmado por su prima Liliana.

A ciertas edades, el cumpleaños no debería ser un motivo de felicitación. ¡Pásalo bien, viejales! —autografiado por su tía Paloma.

Un Nuevo ComienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora