7. El Gran Naufragio I

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ADIÓS PAPÁ, ADIÓS MAMÁ

Recuerdo cuando las guerrillas islámicas llegaron a Trípoli y el caos comenzó a expandirse y como los gritos de mis padres resonaban en nuestro pequeño piso junto con los llantos de miedo de mi hermano. También recuerdo como mi padre salió dando un portazo y como mi madre nos abrazó entre lágrimas ese día 14 de Abril diciéndonos que nos quería y que nos reuniríamos pronto.

Ni una hora después nos encontrábamos en una vieja furgoneta que conducía a toda velocidad por un camino mal asfaltado. Debíamos tener cara de bobos, con los ojos rojos, mirada confundida y una mueca de incomprensión, todavía intentando ver a nuestros progenitores, a la familia que estábamos dejando atrás.

El sol en nuestra cara, el olor a sal y los gritos de un hombre barbudo nos hicieron abrir los ojos y salir del vehículo trastabillándonos para luego ser encerrados con una multitud más en un angosto granero que olía a excrementos y desesperación.


EL CACAHUETE FLOTANTE

Días más tarde las puertas se abrieron y aparecieron unos hombres más grandes que armarios que se colocaron para proteger la salida antes de que la gran cantidad de gente intentara escapar de esa prisión. Y fueron diciendo nombres de una gran lista, entre ellos, los nuestros.

Nos llevaron ante una gran barca que se encontraba totalmente desconchada e inestable y nos hicieron subir a ella, fue entonces cuando me separaron de mi hermano y lo metieron junto a muchas personas más en la bodega.

Antes de soltar mi camiseta me murmuró que iba a estar bien, que nunca había montado en un fruto seco que viajaba por el agua. No sería yo el que le sacaría de su inocencia, él solo tenía seis años y poco más.

Cuando desapareció de mi vista me explicaron que yo era fuerte y aguantaría en la inestable proa los embistes del viento y el agua. Y así, sin darnos más explicaciones soltaron amarras y nos dejaron a merecer de las olas.


ESTRELLAS Y AGUA

En cuanto dejé de ver la tierra perdí el sentido de la orientación, del tiempo, de mí mismo; solo tenía claro que era 19 de Abril. Me aletargué contra la madera carcomida de la embarcación y me dormí sobre el hombro de la mujer a mi lado, al ritmo del vaivén del Mediterráneo.

Fue por la noche cuando oímos un silbato rasgar el aire y todos nos pusimos de pie escrutando la oscuridad, buscando el fin de esta pesadilla que no dejaba de moverse, viendo a lo lejos unas luces que se reconocían como las de un barco pesquero.

Fue entonces cuando el caos se desató en la cubierta, gente moviéndose de lado a lado, gente gritando y aplastando a la que no habían sido tan rápida en levantarse, gente haciendo escorar peligrosamente el barco, gente empujando, gente cayendo, agua.

Antes de hundirme alcancé a ver como la embarcación daba una vuelta y todos los que antes celebraban eran tragados por el mar.

No sé qué pasó en los siguientes segundos o minutos que se hicieron horas, solo intenté impulsarme hacia la superficie y mantenerme flotando, buscando con la vista a mi hermano o alguna cara conocida, pero solo alcanzaba a ver cuerpos, ropa y trozos de madera.

Poco después la parte delantera del barco emergió entre espuma para volverse a introducir en el agua y desaparecer por completo.

Esperé y esperé a que algo pasara, mirando al cielo y preguntando a las estrellas si así iba a morir, entre cadáveres y restos de lo que antes había podido llamar mi ticket a la libertad y la felicidad, con mi ser como alimento de los peces.


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Relato ficticio basado en la crónica del diario EL MUNDO del 26/04/2015.

Primera parte.

#NONAUFRAGAR


When stars don't sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora