14. Almas rotas a puñetazos

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Abro los ojos antes de que el despertador suene e intento moverme con cuidado, me duele todo el cuerpo y siento rastros de sangre seca en mis labios. Muevo los dedos para tocar la herida y saber qué excusa utilizaré hoy, supongo que tendré que decir que me caí en la bañera por tercera vez en todo el mes.

Para cuando logro levantarme de la cama ya me he dado cuenta del caos que me rodea y como todo da vueltas y me tapo la boca para no vomitar mientras corro al baño.

Intento calmarme a mí misma, pero me asusto al ver reflejados en el espejo la gran cantidad de moratones que tengo en el cuerpo, la marca de dedos en mis brazos y los cortes mal curados en la tripa. Veo que algunos parecen volver a abrirse.

Aparto la mirada del ser en el que me ha convertido a base de palizas y me meto en la ducha, creyendo vanamente que la lluvia artificial me arrancará de raíz las pesadillas, el miedo, las ganas de gritar de dolor.

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Supongo que llegará un momento en el que la gente deje de creerse las patrañas que suelto sin pensar. No sé si quiero o no que esto ocurra, no sé si alguna vez podré huir de él y de sus ataques de furia.

Mi ropa algo ancha, el maquillaje que cubre los golpes, una sonrisa falsa de oreja a oreja, en eso me he convertido. Soy solo un despojo intentando sin resultados que los otros se crean mis verdades inconexas, mis mentiras encadenadas.

Siento clavarse en mi nuca todas esas miradas de compasión y de incomprensión, oigo los murmullos y los rumores que corren de boca en boca, me da igual, me da absolutamente igual. Solo deseo, de alguna manera, no volver a casa y que mi día se haga eterno.

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Cuando abro la puerta de la entrada solo me recibe el silencio y el aire espeso que flota por todas las habitaciones. Me duele la cabeza y me pican las manos por los nervios. Cuento hasta diez y me doy cuenta de que estoy sola, él ha salido.

Lo primero que hago es abrir las ventanas de par en par para dejar pasar la luz y la corriente, después recojo los cristales esparcidos por el pasillo, coloco rectos los cuadros y fotos e intento evitar la mancha de sangre en la pared.

Cuando logro que todo esté recogido me permito a mí misma relajarme durante unos segundos. La paz no dura mucho, y antes de que pueda siquiera incorporarme se abre la puerta. Está de buen humor, se nota en la calma con la que su cuerpo asoma por la salida.

Solo entonces mi teléfono decide comenzar a vibrar dentro del bolso. Un silencio aplastante da lugar y oigo como vuelve sobre sus pasos con rapidez para luego asomarse de nuevo.

En su mano lleva mi móvil, el cual aprieta hasta que la pantalla se agrieta. Veo la ira recorrer sus ojos como si fuera un fuego alimentado con la gasolina que es mi imagen.

Quiero correr pero no veo ningún posible resquicio por el que escapar de sus nudillos, de sus pies, de sus gritos y de sus malas formas. Me echa la culpa de todo lo que ocurre, me dice que soy yo la que provoca esta reacción y me escupe a la cara lo poco que valgo.

Siento ganas de morir y me duele hasta respirar, intento encogerme sobre mí misma, tratando de hallar consuelo. Noto que cada golpe comienza a tardar más en llegar hasta que todo se detiene completamente.

Siento cada músculo de mi cuerpo en tensión esperando de nuevo que se desate la furia y sé que mi destrozado cuerpo se ha vuelto a llenar de nuevas heridas.

— Lo siento tanto, cariño. Lo siento tanto.— noto su sombra sobre mí y oigo como repite la misma letanía de siempre cuando se da cuenta de sus actos.— Sabes que no lo volveré a hacer. —y le creo, prometiéndome que será la última vez que dejaré que me ponga un dedo encima y sabiendo que nunca cumpliré esa promesa.


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When stars don't sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora