1. Sonrisas azucaradas

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Ese lunes, sin excepción, el pintoresco pueblo de La Belle se despertó con el delicioso olor de su extravagante cafetería. Ese lugar mágico donde las donas te saludaban al pasar, las camareras iban en patines y parecía que flotaban y las palmeras de chocolate hablaban con las variopintas tazas de té de miles de colores.

Azul caminaba sin rumbo, con la mirada melancólica y sus manos metidas en los bolsillos de su ropa apagada. Sus pasos la dirigieron hacia el tierno local y, mirando sin ver, se topó con una angelical chica que le sostuvo la puerta hasta que pasó. Caminó por delante de numerosas estanterías en las que apetecibles dulces se asomaban para ver a ese ser triste entre tanta alegría.

Se dio cuenta de las extrañas combinaciones que hacían las manchas de café en los manteles y de los platos con deliciosos desayunos que volaban de un lugar a otro. Vio las hermosísimas formas que hacían los posos de batido y la nata de los capuchinos, el rastro discreto de chocolate en cada uno de los rincones, las perennes huellas de dedos en el cristal del mostrador y del periódico al revés del curioso hombre con bombín de afuera, que estaba concentrado en su ensaimada glaseada.

Oyó el entrechocar de las diminutas cucharillas con la magnífica vajilla, los gruñidos de satisfacción de cada una de las personas que probaban un sorbo o una porción de su pedido y las innumerables voces hablando del tiempo, del fin de semana y del espectacular desayuno.

Respiró el olor dulzón de la vainilla, el potente del café y el inimitable de la felicidad.

Azul lo observó todo con la mirada desbordante de alegría y, sin pensarlo, curvó sus labios en una sonrisa.

Porque solo hace falta ver, oír y oler para darse cuenta de lo dulce que es la vida.

When stars don't sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora