8. El Gran Naufragio II

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MANTAS ROJAS

Si había cerrado los ojos, no lo recordaba, pero los sentía pesados, oía a mi alrededor voces extrañas en un idioma desconocido y sentía pinchazos y algo ser colocado en mi cara.

Cuando me desperté sentí cansancio y como si hubiera sido apaleado, así que me incorporé y vi una sábana roja cubriéndome, junto con una cortina que me separaba del exterior. Todo era tan extraño para mí, echaba de menos mi hogar.

Entonces las imágenes empezaron a bombardear mi cerebro y mi cabeza comenzó a palpitar, estaba en un hospital, por eso olía a desinfectante.

Un hombre entró en mi pequeño espacio y al verme completamente en mis facultades salió corriendo gritando algo. Fue cuando a través del hueco que había dejado observé más camas como la mía, conté 27.

Pero mi inspección fue interrumpida por una mujer de piel morena que se presentó como una de los médicos que nos habían ayudado y que me dijo que sabía mi idioma y que me iba a ayudar a que comprendiera lo que había pasado.

Le pregunté qué día era y dónde estaba, un despistado 20 de Abril y Manzara del Vallo fue lo único que pronunció antes de centrarse en unos papeles llenos de palabras extrañas para mí.


CADÁVERES Y DESAPARECIDOS

Al segundo día de ignorancia en aquella cama rojo sangre, la doctora agitó mi cortinilla y me hizo salir de mi soledad para sentarme en una silla junto a otras personas que formaban un círculo. Busqué a mi hermano con la mirada pero solo reconocí a la mujer sobre la que había dormido y vi las bolsas que adornaban sus ojos.

Sé que ella no quiso ser tan directa pero, cuando abrió la boca, comenzó a soltar datos y a resolver nuestras preguntas sin que las hubiéramos cuestionado, la información me saturó.

Que en la barca íbamos 700 personas y que los 28 que estábamos en esa sala éramos los únicos supervivientes. Que no sabían qué había ocurrido, si la gente estaba tan desesperada de ayuda que acabaron volcando la embarcación o que el pesquero que habíamos visto a lo lejos había acabado por arroyarla.

Mis oídos se taponaron y no fui consciente de cómo nos enseñaban las 24 fotos de los rostros de los cadáveres encontrados para saber quiénes eran. Mi hermano no estaba, no había aparecido, las olas se lo habían llevado y no me lo devolverían.

Esa noche y las que la siguieron, lloré, a pesar de que me intentaba auto convencer de que las operaciones de rastreo continuaban con embarcaciones y helicópteros. Tonto de mí, él nunca volvería a mi lado porque el mar es codicioso y no lo dejaría ir de su prisión de madera.


LA CALMA DESPUÉS DE LA TEMPESTAD

Dos meses después de la "mayor tragedia de la historia del Mediterráneo" me encontraba chapurreando el italiano en aquella isla a sureste de Sicilia y esperando a ser reubicado por el gobierno en algún lugar.

No tenía noticias de mi familia en Trípoli y en la televisión cada día veía una barca diferente siendo rescatada por la Guardia Costera. Los pescadores de la zona cada día volvían con las redes llenas y en las manos, zapatos y ropa mojada que el mar devolvía a cuentagotas.


LA LUZ QUE GUÍA

Sigo buscando esa felicidad y estabilidad que le fue prometida a sus padres y ellos cedieron para que yo viviera.

No olvido lo que dejé atrás, a mi hermano Mishal, mi faro en la oscuridad, a los que se quedaron en la orilla ni a los que llegaron o se hundieron, a los que conocí y no conocí.

Porque si alguien murió persiguiendo un sueño, es digno de ser recordado.


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Relato ficticio basado en la crónica del diario EL MUNDO del 26/04/2015.

Segunda y última parte.

#NONAUFRAGAR

When stars don't sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora