4. Los deseos de la fuente

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Cerró los ojos y lanzó su deseo por encima de su hombro. En el instante antes de que tocara la superficie del agua pidió por que se cumpliera con toda las fuerzas de su corta edad y, acto después, salió corriendo.

Quizás más de la mitad del dinero de aquella fuente fuera suyo y, quizás, los pasos que se oían resonar todas las tardes por la plaza desierta fueran culpa de unos pies calzados por sus viejas zapatillas.

Nada más llegar a su casa subía las escaleras en dirección a su habitación y allí pasaba el tiempo mirando por la ventana hasta que empezaba a dar cabezadas frente al cristal. Entonces, sentía la presencia de su madre envolviéndolo y sus cálidos labios en su mejilla antes de suspirar y salir de la habitación una vez lo hubo arropado.

Era una rutina diaria, que se alargaba desde semanas, meses y años. Y ella lo veía crecer creyendo en algo en lo que ella ya había perdido bastante esperanza.

A la mañana siguiente, sus dedos desnudos tocaron el suelo frío del hogar y se preparó a toda velocidad para ser puntual. Una vez le dio un beso a la mujer que le miraba con cariño, abrió el tarro de cristal que estaba al lado de la puerta y cogió una de las monedas que lo rellenaban con los ojos brillantes para luego salir corriendo hacia el colegio.

Las estaciones pasaron y los gordos calendarios adelgazaron varias veces. Creció varios centímetros y su cara empezó a cambiar pero sus sueños seguían intactos, tan puros como el primer día.

Esa mañana la mirada de su madre tenía un matiz distinto que no supo descifrar y al llegar el momento de coger el bote, sus dedos rozaron el material transparente antes de coger el último de aquellos deseos sólidos.

Su mano lo apretó con fuerza como si fuera lo que le mantenía vivo y, en cierto modo, era cierto. Respiraba por su sueño, su mente divagaba por lo que ocurriría si se cumplía, rogaba por él todas las noches.

Pensaba en que quizás se había obsesionado y que debía asumir que nada pasaría pero, entonces sus párpados pesaban y su mano hacía volar la moneda a la fuente cuyo fondo estaba recubierto por doradas y redondas escamas de dragón.

Entonces, una sombra opacó su resplandor y se situó frente a su mirada. Sus respiraciones se hicieron una, al igual que los latidos de sus desbocados corazones. No había oído el resonar de sus botas militares contra el pavimento de la plaza ni el rozar de su uniforme.

El silencio se instauró como tercer acompañante y les hizo entender las miles de cosas que las palabras nunca podrían hacer. Las lágrimas hacían acto de presencia y las ondas del agua cesaron sus recorridos.

Y, poco a poco, abrió los ojos para reconocer la figura de la que tanto había aprendido y que le recordaba a todo lo hermoso que había visto y escuchado. Se levantó de un salto y corrió a sus brazos, hundió su nariz en la tela que desprendía aquel olor tan sumamente familiar y que traía infinidad de recuerdos.

En el momento en que lo abrazaba como si no hubiera un mañana, la felicidad lo embargó porque él había vuelto. Él había regresado. Papá estaba en casa.

When stars don't sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora